42 años con La Criba

30 oct 2017 / 10:31 H.

Pocas entidades culturales de la provincia pueden presumir de haber cumplido 42 años. Sí sucede con la Asociación Cultural La Criba, que desde la primavera de 1975, con España pendiente de los partes médicos del Caudillo, ha insuflado vidilla cultural a Peal de Becerro. Antesala íbera y machadiana de la Sierra de Cazorla, Peal ha visto nacer, crecer, triunfar, diluirse, reaparecer y barrer de nuevo sobre la escena a los amantes del teatro.

Algo tuvo que ver don Rafael Láinez, nuestro Premio Nacional de Literatura, con la aparición de aquella decena de jovenzuelos atraídos por las tablas. “Zaragoza, si ponéis empeño y talento en la tarea, algún día la gente acudirá al teatro con la misma frecuencia que ahora acude a los bares y bodegones. Eso sería un sueño...”, me animaba el viejo catedrático en aquellos cafés compartidos en su casa, retrepado en su sillón de orejeras. Yo salía, con la carrera recién terminada, luciendo el brillo en los ojos. Y lo transmitía al puñado de estudiantes, carpinteros, herreros y bordadoras que ensayaban cada noche en la casa prestada por un cura amable y bastante “moderno” para la época.

Desde aquel 1975 el teatro nunca abandonó mi espíritu. Cuando miro hacia atrás sin ira imagino cómo pudimos superar tantas dificultades: sin un duro, con la censura sobre la cabeza, preparando una obra en apenas un mes de ensayos... sin focos ni mesa de mezclas, sin equipo de amplificación... Nada de nada. Salvo el continente sin límites de las ilusiones juveniles.

Nunca podré pagar el capital de experiencias que La Criba me ha ido proporcionando, chute a chute, a lo largo de dos tercios exactos de mi vida. Porque muchos de mis mejores encuentros, de los más decisivos, han tenido que ver con el grupo de teatro de mi pueblo. También algún disgusto profundo e inolvidable. Como la tempranísima muerte del otro director en ciernes, Pepe Jiménez, profundo y precoz conocedor del teatro alternativo a la cultura oficial de la época. Pero fueron muchos más, casi incontables, los gozos que las sombras. Las grandes alegrías de ver el viejo, vetusto y arruinado Teatro Cine San Antonio rebosante de gente para ver una obra del gran Alfonso Sastre, que por aquel entonces andaba en la cárcel por su apoyo a la izquierda radical vasca. Temblábamos al pensar la que nos podía caer encima si alguien descubría que las palabras de un peligroso rojo comunista eran las que sonaban sobre el desvencijado escenario del casi ruinoso edificio.

Le debo una cuenta infinita a La Criba. Como La Criba se la debe a la democracia. A partir del 78, ¡cuánto cambiaron las cosas! Podíamos representar a nuestro antojo una obra del perverso Federico: “El amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín”. Llevamos a las tablas obras de un tal Lauro Olmo, cuya profunda conciencia social había hecho de su teatro algo casi irrepresentable. Pudimos, en el colmo de la audacia, recorrer la provincia de Jaén con aquel delicioso y efectivo panfleto teatral de Darío Fo: “Aquí no paga nadie”. Era el regalo que nos hacía la libertad recién conquistada.

Una de las intérpretes de entonces, la madre en nuestro “Perlimplín”, la asaltante de supermercados en “Aquí no paga nadie”, Ana María Mata, regresará a la escena este mes de noviembre. Como Bernarda Alba nada menos. En una obra que entonces nos resultaba inabordable. Por razones evidentes de juventud... pero, sobre todo, porque resultaba casi imposible para las chicas que sus padres las autorizaran a subirse a un escenario. Casquivana, ligeras de cascos, qué dirán las vecinas si te ven...

Toda esa lucha de Ana, de Pilar Ríos, de Elisa Portillo, de Loli y Visi Miras, de Conchi del Barco, de Ana Loli, de Rafi, de Amparo, de tantas... no ha sido en vano. Dentro de pocas semanas serán catorce las actrices que encarnen los personajes de “La casa de Bernarda Alba”, junto a cuatro actores. Entre los 16 años y los sesenta y muchos. Y sus familias (madres, maridos, hijos...) estarán orgullosas de verlas en escena, clamando gritos de libertad. También para eso, para crear un público femenino adicto al teatro, ha merecido la pena que exista La Criba. Y que viva muchos años más.