4’33’’

11 ene 2019 / 11:51 H.

Pasa que hay días en que uno se sienta al teclado y todo va como la seda. Los personajes de la obra de teatro que escribes se miran de reojo, cómplices, y dicen lo que hay que decir. Las escenas fluyen. No importa qué música te pongas de fondo ni qué suceda a tu alrededor, sigues dándole a la tecla y todo funciona. Hay otros días, sin embargo. En ellos, los personajes se cruzan de brazos y se niegan a trabajar. Es así de simple. En días como esos te sacudes en la silla, inquieto, y torpeas entre las baldas de tu fonoteca hasta que, al fin, acabas llegando a 4’33’’, una pieza musical de ese genio —o de ese loco— que fue John Cage. En ella, un pianista saluda a la audiencia, se sienta al piano y cierra la tapa del teclado. Levanta la mano derecha a un palmo de las teclas, pero no llega a rozar ni una sola en 20 segundos. Fin del primer movimiento. Mano izquierda, un poco más arriba. 40 segundos. Y así hasta el final. Intelectualismos, vanguardias y bromas aparte, es una metáfora tan poderosa que asusta. Al final, la música es silencio. Se desprende que el lenguaje también, por ende. Si “todo lo que hacemos es música”, como el propio Cage dijo, el silogismo cae por su propio peso. Entonces, los personajes se levantan y, simplemente, vuelven a actuar.