Simplemente
el campo

Harta de que me arda la cabeza con tanto Puigdemont, decido pasear por el campo en esta tarde fresca otoñal. Hay que darle una tregua a la mente y descargarla de tanta sinrazón como se oye. Mi paso es aún vacilante, apoyada en muletas por el malajoso accidente que me ha tenido postrada todo el verano; pero tomo aire y no desisto; sería casi un pecado cerrarle los ojos a Mágina. No, no se puede evitar negarse a una misma este regalo que la Madre Naturaleza nos ofrece. Naturaleza viva que abruma. El campo se advierte agostado, no está la tierra lo suficiente esponjosa a pesar de las últimas lluvias, pero el olivar sí reluce. Dicen que no será una buena cosecha, pero lo que tengo ante mis ojos no puede ser más atrayente. Olivas cargadas de verde y grosor óptimo, quizás sean de regadío... Los campos de Jaén tan ricos y extensos gritan pidiendo agua, esa lluvia que se resiste, que nos niega, la que trae el pan a estas tierras generosas y bravas. Ahora toca mirarnos a nosotros mismos, a nuestra precaria economía y apartar por un tiempo el problema catalán, a su dubitativo expresidente para que acate la Ley y deje ya sus pantomimas. España es una, decimos los andaluces al unísono, sin una queja ni rencor. Este pueblo noble solo quiere trabajo y paz.