Víctores y doctorandos

05 abr 2018 / 09:22 H.

No se entiende que la presidenta de la Comunidad de Madrid, que ha demostrado ser una honesta y valiente lidiadora política, incluso por los terrenos de adentro, —de donde parece que le ha llegado la cornada—, pueda haber caído en un fallo tan grave si, como parece, obtuvo un máster universitario sin ni siquiera presentarse. Como buena aficionada a los toros, que lo es, debería haber tenido en cuenta que ese tipo de pruebas o títulos deben ser constatados en público, como si de la alternativa de un torero se tratase. La alternativa, por si alguien no lo sabe, es la ceremonia en la que el novillero adquiere la categoría de matador de toros. Viene a ser más o menos como el máster o el doctorado previo a la consideración de matador de toros. O sea, que el título de “maestro” no lo da un papel, sino la constatación pública y notoria, en la plaza, de que se ha llevado a cabo el intercambio del toro y de los trastos de torear entre el padrino y el ahijado. Las enciclopedias certificarán que fulano tomó la alternativa en tal lugar, actuando mengano de padrino y con zutano como testigo. A partir de ese día, el nuevo matador de toros puede “alternar” y figurar en los carteles junto a los demás. Sin entrar en detalles del máster en cuestión, la pregunta que hay que hacerse es cómo ha podido pasar algo así. Porque, con todo, la gravedad del asunto no es ya el problema que se le viene encima a la presidenta, sino, lo que es peor, el deterioro de la imagen de la propia Universidad Rey Juan Carlos y, de paso, la sombra de la sospecha sobre el resto de universidades españolas. Con la que tenemos encima, cuanto antes se levanten las alfombras, se aclaren responsabilidades y se pongan remedios para el futuro, mejor. Porque es de temer que no estemos, ni mucho menos, ante un caso aislado, sino ante los frutos de una prolongada y consolidada relajación de requisitos que siempre favorece en ciertos niveles a determinadas élites, que llegan a ver como cosas normales lo que claramente son comportamientos amorales. Estamos, en fin, ante un nuevo ejemplo del mal uso que se hace de las instituciones públicas en beneficio de intereses espurios y sectarios. Más de lo mismo. Curiosamente, en otro tiempo estas cosas no pasaban en las universidades, porque el que quería ser doctor, además de superar el examen correspondiente, tenía que invitar a comer, —corriendo de su cuenta los gastos—, a todos los miembros del tribunal, y organizar a la vez una capea con reses bravas en la que pudiesen todos participar. Ya hemos contado aquí que en España, cualquier acontecimiento importante siempre se ha celebrado con toros. Y obtener el grado de doctor era un motivo más que justificado. Por eso el logro de semejante dignidad académica se inscribía en las fachadas de los edificios nobles de las ciudades universitarias, donde con el color y la tintura de la sangre de la propia vaca, se pintaba el símbolo del Vítor —o Víctor—, junto al nombre del los nuevos doctorados. Salamanca, Alcalá de Henares y Baeza, son ejemplos claros. Deberíamos retomar las antiguas liturgias universitarias. Se evitarían así malas prácticas y de paso se creaba afición. Que buena falta hace. Y se podría diseñar y organizar un máster en Tauromaquia, que, entre otras cosas, ayudaría a entender mejor muchas de las cosas que pasaron y que pasan en España.