Víctor, otra generación

    18 may 2018 / 08:28 H.

    Víctor es un niño de Jaén, de padre iliturgitano y madre argentina, un niño amigo mío, que ha empezado a ahorrar para comprarse un álbum de monedas, los álbumes de monedas son algo caros, la verdad que hoy día todo es caro como me dice su madre, un pequeño álbum con sus fundas de claraboya para monedas y sus separadores de papel puede costar sesenta euros. La historia de la numismática la pueden consultar ustedes en cualquier enciclopedia de papel, pero les será más rápida y cómoda la Wikipedia, ese pozo de sabiduría, en un par de clics. Víctor consulta casi siempre la Wikipedia, yo le sonrío y le recomiendo como más fiable la Frikipedia con sus acertados artículos de divulgación histórica, filosófica, literaria; de divulgación científica, no, porque encajaría mal con la extremada seriedad de esta enciclopedia. Víctor tiene casi diez años y es alto y delgadito, tiene el pelo muy moreno y a juego con sus ojazos muy abiertos y muy curiosos, aunque luce algo pálido de tez y eso le da un aire de tristeza. Víctor va siempre muy bien vestido y muy limpio, es muy cuidadoso con sus cosas y tiene una gran afición por la ciencia, a pesar de su corta edad sueña con llegar a ser un investigador en el laboratorio de física del CERN, ubicado en la frontera de Suiza con Francia, en él se analiza la materia de la que está compuesto el universo. Víctor es capaz de citarte de corrido a los grandes científicos premios Nobel de física como Peter Higgs, François Englert, Abdus Salam, Sheldom Glashow y Steven Weinberg. Víctor se emociona cuando habla de los neutrinos ligeros o de la antimateria.

    Hablando con él sobre la paradoja de los gemelos de Albert Einstein salió a colación, no recuerdo el motivo, un sello que tengo de Einstein y mi amigo me preguntó que qué era un sello. Le expliqué que es un papel de pequeño tamaño con valor oficial que se pega a las cartas para enviarlas por correo. Lo que no había pensado es que Víctor jamás había escrito ni enviado una carta y que lo más probable es que nunca lo haga. Mi amigo pertenece a una generación que no va a llenar hojas de papel de letras diminutas, que no va a ver cómo le llegan con el paso del tiempo unas cuartillas amarillentas llenas de diferentes, y a veces ilegibles, grafías. Me da la impresión de que jamás van a escribir una larga epístola. No tienen ni tendrán tiempo para gastarlo escribiendo. Para esta generación, como ya nos pasa a la gran mayoría de nosotros, no habrá nada mejor que una grabación de WhatsApp. Bucear en la voz del otro, desentrañar su tono, sus silencios, tratar de descubrir que se esconde detrás de cada una de sus palabras, dejarse llevar con los ojos cerrados por los monólogos que nos graban y envían. También podrán descolgar el móvil, hasta con una orden de voz, nada mejor que una conversación por videoconferencia realizando el intercambio inmediato. Aunque los breves mensajes, WhatsApp, correos electrónicos serán aún mejor, más asépticos. Romperán con sus parejas con cuatro líneas escritas impúdicamente y mandadas en un suspiro. Expresarán sus intereses comunes y se citarán superando la natural impaciencia. Pero mi amigo Víctor no conocerá lo que es expresar algo y sentir la angustia de ver que se quiso decir otra cosa. No abrirá un cajón y descubrirá lo que ya no existe, la incomodidad o sorpresa de releer una vieja carta perdida en el tiempo. De sentir las palabras que un día recibimos y que aparecen en cualquier cajón de forma inoportuna, que nos hacen que nos veamos sin reconocernos, presencias inoportunas. Ni sentirá la desazón de saber que sus palabras ruedan por el mundo, quién sabe dónde, a punto de reaparecer en cualquier momento. No sentirá lo que es el lento transcurrir de lo que se piensa y luego se pone sobre el papel, en definitiva, de sentir la nostalgia.

    En esta vida nadie sabe nunca lo que le puede pasar a otra persona con el paso del tiempo, lo lógico sería que viviera de su trabajo como investigador científico, como amigo y admirador diré que bien se lo merece. Quizás esté señalado por el dedo del destino y todavía no lo sabe.