Tiquitaca institucional

07 jul 2018 / 10:46 H.

No sabes cómo pudo suceder, pero un día te descubres celebrando un gol de Colombia. Sin tener raíces allende los mares y por más que te guste mucho su café, no te explicas cómo vibras con tanta emoción, hasta que te das cuenta que quizá tu grito es un pelín ridículo y te sientas, de nuevo, arrumbado en el sofá. De regreso al estado melancólico, te preguntas de forma retórica: ¿quién nos robó el gol? Como aquel que le birlaron el mes de abril, estamos perdidos. Bajo qué hechizo pensamos que no hacía falta el gol. Empeñados en la receta creímos que eso de marcar estaba sobrevalorado, un ingrediente cuasi innecesario para nuestro vals académico, pero hasta en Viena la danza tiene un fin, un propósito, un momento en el que se pasa al ataque, aun a riesgo de pegar un pisotón. Nones. Lo que era una buena carta de presentación se convirtió en defecto y acabamos derrotados por la buena estrella del tiquitaca. En esas estamos, huérfanos de fútbol patrio, viendo cómo sube la banda el jugador sueco Augustinsson. Nos volvemos a casa, sin épica alguna que llevarnos al paladar. Contemporizamos, paramos el reloj y enajenados nos pasamos el balón unos a otros en una danza dormidera, como sintonizar el Tour en agosto. Bostezos. Al igual que nuestros jugadores perdemos y creemos que todo se ha hecho bien, sin mácula en el escudo, sin un ápice de autocrítica porque, al fin y al cabo, sudamos la camiseta todos los días. Otra cosa es la productividad.

Aquí en Jaén calentamos el banquillo como nadie, tenemos una cantera de políticos que dan el merecido salto a la selección nacional y andaluza cada cierto tiempo, pero nos falta rematar de forma conjunta un relato reivindicativo de provincia. Nos falta gol. Un discurso propio pulido, coral y, por una vez, al ataque. Entiéndase reivindicativo, de verdad, un carácter sostenido en el tiempo, no el postureo cíclico, que no levanta la voz ante la siguiente ronda de nombramientos. Una idea peregrina esta, sin duda, fruto de este inicio de julio fresco que nos tiene alterados los biorritmos. Viene esta sensación de juego sin profundidad por aquello del relevo en la subdelegación del Gobierno. El debate relevante, sin duda, incluso para los cronistas deportivos, era saber la cantera sanchista o susanista de los postulantes. Porque ya sabemos de antemano los pocos balones que van a tocar, pero nos prestamos al juego, un trampantojo de gestión. La intrahistoria de estos cargos pasa por el premio a la trayectoria o, si el perfil es emergente, puesto lanzadera hasta fondear en otro puerto. Poco margen de maniobra para la gestión y papilla presupuestaria, en este caso, desde Madrid. Así es difícil hacer pedagogía de la estructura del Estado. Ante la falta de propuestas de calado, cuando pasamos junto a la fachada de la Subdelegación, elucubramos con asuntos mundanos y nos preguntamos si en su piscina haríamos pie o no. Marco-Polo.

No dudamos del currículum de los que pasaron por este relevante puesto (sobre todo para el Estado y su papel). Sí dudamos, tras escrutar su legado, de la valía política de algunos, pero es algo que tampoco importa en demasía a sus propios partidos. Hay quienes se sienten cómodos en su papel de Guerrero Íbero en el Cerro de los Lirios y se adaptan a una función de representación, piezas de museo de otra época. Están allí, lucen de lejos más que de cerca y, como el guerrero, quedan bien en las fotografías, pero a esta provincia tan necesitada de siglo XXI no le importaría que fueran nuestra punta de lanza. Un reto para la nueva subdelegada del Gobierno, Catalina Madueño. Ahora que Europa se escandaliza de nuestros “Aves políticos”, que traslade el hastío ferroviario jiennense y que arañe una mentira piadosa al nuevo Gobierno, con unos trenes y servicios de calidad nos bastaría para ir tirando. Con un AVE Jaén-Madrid a todos les daba la risa. Descreídos y, sin embargo, practicantes. Suerte y al ataque.