Serrat en Baeza

24 jul 2018 / 08:09 H.

Ala monumental Plaza de Santa María, frente a la Catedral de Baeza, vino Joan Manuel Serrat a presentar su concierto titulado “Mediterráneo da capo”, compuesto por todas las canciones de este histórico disco de 1971 y por otras maravillosas piezas de su infinito repertorio. Y es que la obra de Serrat es como el mar, al otear el horizonte uno es incapaz de ver su final, aunque sepa que existe. Y te mece, y te hechiza cuando te detienes a disfrutar de su rítmica cadencia.

Y aquella noche, se trajo el Mediterráneo, Serrat, en la maleta, y lo desplegó en Baeza estirándolo hasta los confines de la noche renacentista. Y es que con la magia de sus canciones fue capaz de empujar la línea de la costa un montón de kilómetros, de modo que eran litoral las serenas calles baezanas, y la torre principal de la Catedral era un faro al borde del agua.

Nos hicimos amigos de Serrat desde el principio, sin conocerle personalmente y sin que nadie nos lo presentara. No todos los días tenemos la oportunidad de charlar de una manera tan cercana con uno de nuestros mitos, y no importa que en ese diálogo hubiera implicadas miles de personas, ni tampoco importa que fuera, la de Serrat, la única voz que se escuchó durante todo el tiempo, porque tuvimos el privilegio de poder mantener una conversación cercana, en la que nuestro interlocutor alternaba la palabra y la música y nos hacía partícipes de su sencilla sabiduría mientras sus millares de contertulios le escuchábamos embobados.

Y el catalán era también nuestra lengua aquella noche, y éramos capaces de interiorizarla aunque no domináramos todos sus engranajes semánticos o sintácticos, la sentíamos cercana y hermosa, durante las canciones que Serrat cantó en uno de sus idiomas maternos. Y aunque en algunos momentos tuviéramos que mirar de reojo la traducción simultánea, fuimos bilingües durante unas horas y nos sentimos orgullosos de nuestra lengua catalana.

Fue una hermosa travesía, en la que la invisible luna rielaba su reflejo en la superficie del inmenso Mediterráneo de olivos que nos rodeaba, mientras las normalmente tranquilas aguas de la ilustre y elegante Fuente de Santa María (sentada confortable en primera fila del concierto), se soñaban de pronto acariciadas por olas y mareas en sus centenarias renacentistas piedras.

Y si te fijabas podías ver a Don Antonio Machado, deteniendo por un momento su eterno caminar por las sendas baezanas, y casi era posible adivinar en su gesto concentrado una sonrisa cómplice.

Y por si fuera poco, Serrat, como quien lanza confeti, lanzó puñados y puñados de versos sobre las estrellas de la noche baezana, y a todos los que estábamos a su alrededor se nos prendieron unos cuantos en la ropa, y en el pelo, y en toda la piel, y decidimos no quitárnoslos, ni cepillarnos ninguno de esos versos de confeti. Y hemos dormido con ellos la mar de a gusto. Y, al despertar, algunos han quedado arrugados en la cama y otros han desaparecido diluidos en los sueños. Pero afortunadamente yo he conservado unos cuantos, que espero que me duren lo máximo posible.