Sentimiento POOLred

09 jun 2018 / 10:54 H.

Al solecito de esta excepcional primavera pocas tertulias escapan al precio del aceite de oliva. Moncloa y mundial le siguen por el análisis detallado de los componentes de sendas selecciones. El POOLred es el sistema de información de los precios en origen del aceite de oliva a granel. Su icono figura en el escritorio de los móviles de miles de agricultores que, al soplo de la 4G, van obteniendo datos relativos a precios, cantidades y características de cada operación. Algunos investigadores han logrado diagnosticar el comportamiento social de una importante masa de jienenses. Lo han denominado “Estado de ánimo POOLred”. Viene a explicar el optimismo o pesimismo de las personas en función a la fluctuación del índice referido. El punto de equilibrio se sitúa en torno a los tres euros, con una reacción que podríamos catalogar como natural. Para niveles inferiores a tres la actitud es desmoralizadora con trazos melancólicos y en ocasiones alarmista. El consumo se retrae y al camarero no le perdonas la tapa. Para POOLred cercanos a dos euros, la tristeza se vuelve irritación con tintes de indignación, que se manifiesta en reproches de protesta buscando siempre un causante culpable. En el centro de la diana se lanzan dardos a consejeros, ministros, líderes de grupos de comercialización, interprofesional, o a otros países productores de un aceite que bajo ninguna óptica racional se puede comparar con el nuestro. A esta actitud se le acompaña de explicaciones algebraicas que fácilmente podrían haber previsto este caos, enjuiciando siempre lo erróneo de las decisiones de guardar o vender en determinado tiempo. Se argumenta que a partir del 6 de septiembre el precio del aceite volverá a subir, pues basta ajustar una nube de puntos a una recta y realizar una proyección de esa pendiente. Así, las lluvias de hogaño pronostican fructuosa cosecha que justifica el desplome del precio, pero en su contra, el nivel de polen es menor, con lo que, en fin, que San Isidro nos pille confesados. Lo cierto es que, en este vaivén de precios, unos ganan y casi siempre pierden los mismos. El precio responde al equilibrio de una irrefutable ley como es la de oferta y demanda. La primera se conoce al gramo, y es el consumo el que determina la variable precio. Esa utopía integradora de la oferta no ha permitido, hasta ahora, influir en el precio, y si es así, otro problema tendríamos por la ley de competencia desleal o el torbellino que se liaría con el movimiento del flequillo de Trump. La orientación, como en todos los mercados, ha de dirigirse al consumo mundial. Equiparar el precio de una grasa saludable como la de oliva a otras insalubres como la de palma sería un error con consecuencias irreparables. Cada minuto de promoción habrá de acompañarse de cuadros de vitalidad asociados a nuestro aceite, de manera que el consumidor esté dispuesto a pagar seis dólares por litro, y por la salud de los suyos. No disponemos de un canal directo de seducción desde el patio de almazara a los lineales de otros países, con lo que de momento no cabe otra que exigir promoción y adaptarnos a la marea, o lo que es lo mismo, acondicionar nuestras explotaciones para bajar el coste de producción. Otra opción es buscar una propiedad especial del aceite que se extrae de pequeñas fincas, respecto al procedente de mega producciones de superintensivos de fondos de inversión, que difícilmente pierden. Y esta es la ilusión del olivar de pendiente. Dependiente siempre de otros.