Sentido del humor

    10 dic 2017 / 11:28 H.

    Supongo que la convivencia se enriquecería en una ciudad tan singular como Jaén, si los ciudadanos se valieran, en más ocasiones, de atemperar sus problemas, sus confrontaciones con más sentido del humor. En realidad, si examinamos los iconos pretéritos y actuales que identifican a Jaén, cuando celebra solemnidades colectivamente solo pueden interpretarse como una aplicación en la que subyace siempre el sentido del humor. Las letras del himno de Jaén concernientes a sus ciudadanas, para algunos requerirían un severo reproche por contemplar a sus mujeres en un “harem” (no en el sentido originario del término sino en aquél del que es sinónimo, supongo) pero tal rechazo se me antoja, con todo respeto, una estupidez. Tontería extemporánea, al igual que erigir a su mito-dragón en un lagarto, denominar los órganos de la masculinidad que son simples en dos pares, o enfatizar el yo con un “ni pollas”. Traigo a colación un conocido aforismo: existe el humor grueso e hiperrealista de quien se ríe de los defectos ajenos y otro fino y surrealista de quien se ríe de sí mismo. Prefiero este último aunque, en ocasiones, el humor se dé de bruces con ciudadanos que han salido a pasear en busca de una ofensa. Y ¿qué ocurre si no la encuentran? Ello no es posible, siempre quienes carecen de este sentido, hallan razones para el desencanto o la furibunda protesta. Tal vez ignoran que el humor constituye como una adaptación evolutiva contra la desesperación de la inteligencia y, por tal motivo, lo más saludable es reírse uno de sus propias limitaciones. Los clásicos griegos lo entendieron adecuadamente, cuando ante el escenario del mundo situaban en el aforo a los que se embelesaban con amores y trifulcas de los dioses, más arriba los actores humanos reproducían sus beligerancias con dramas y tragedias, y desde lo más alto, sobrepasando a Sófocles y Eurípides, se erigía Aristófanes, con sus burlas, a veces de tremenda crudeza, fustigando los vicios de sus contemporáneos, la charlatanería política y filosófica y el belicismo, siempre en clave de humor. Imagino qué pensaría Aristófanes si, desde su altura, contemplara las vías muertas de nuestro tranvía sin que las transitase ningún tren. Puede ser que algún munícipe interesado justiciara la enorme inversión realizada, objetando que era una didáctica reproducción de lo infinito de las líneas paralelas. Todo tiene su explicación, ¡caramba!

    En todo caso, cualquier aproximación a la idolatría es síntoma de un sentido del humor fallido. Por cierto, cuan pocas risas suenan en los lugares de culto.