Queremos ser más pobres

17 ene 2019 / 09:44 H.

Aunque parezca raro, a veces, demasiadas veces —y digo en general— queremos ser más pobres, más analfabetos y más ignorantes. Echamos piedras en nuestro propio tejado. Lo digo en broma, claro, pero dice el refrán que, de broma en broma, la verdad asoma. Lo digo también, y esto tómese según se quiera, en sentido colectivo, como si todos a una nos encogiéramos de hombros y pasáramos página, sin siquiera haberla mirado, ni percatarnos de que nos perdíamos una parte importante de nuestra historia. Sucede con ese lavado de manos a lo Poncio Pilatos de nuestro día a día. Sucede cuando miramos hacia otro lado... Obviamente en las generalizaciones se cometen errores, y ruego mil disculpas para aquellos que hilan fino. También sé que no podemos dar por sentado algo sin una respuesta unívoca y científica, que cualquier asunto posee límites imprecisos y que el corte que se establece puede ser todo lo sutil que queramos. Los movimientos colectivos, por muy denostados que se encuentren, y por muy distópicos que se presenten, no se pueden ocultar. Ahí andan alborotando ya las protestas. Y no es de extrañar. Esos movimientos nos definen frente a las individualidades, que no marcan pautas más allá de un escaso margen de acción. Pero lo colectivo como sentido —y sensibilidad— se encuentra en horas bajas. El neoliberalismo infundió, desde los años ochenta hasta hoy, a través de cientos de fundaciones por el mundo mundial, con sus laboratorios de ideas y mil mecanismos de lavado de cerebro, consignas ideológicas que seguimos repitiendo a pie juntillas, paradigmas que han conformado el sistema que nos rige, y lo sufrimos. No se discute el egoísmo “natural” del ser humano, su bondad ingenua, la dialéctica maniquea de buenos y malos, o las subsiguientes cruzadas y luchas por la libertad. La libertad de explotación, incluido el petróleo y otros recursos. Resulta incomprensible esta situación, como cualquier promesa de futuro que nos hubiéramos hecho. ¿Qué fue de aquellas esperanzas? Un mundo más injusto y desequilibrado donde el reparto de la riqueza se plantea como un imposible. Ni los más pobres aspiran a una sociedad igualitaria... De esta manera, nunca ha habido un seguro para los derechos sociales, para mantener las conquistas alcanzadas, y podemos ir para atrás sin más explicación que la del movimiento que nosotros mismo impulsemos. La noción de progreso lineal ya no opera. Por ejemplo, ante la involución ultraderechista en las cuestiones de género, ¿quién nos protegerá? Cuando se acuden a “esencias” humanas, nos arriesgamos a que todo se malinterprete, cada cual tire para su lado, y se acabe de traca. Los Presupuestos de Pedro Sánchez funcionan bien como ejemplo, de otros muchos que podríamos nombrar en nuestra trayectoria reciente. ¿Quién agradecerá la subida del salario mínimo interprofesional? Ni los que se beneficien de ello. Andalucía también sirve, que siempre va a la vanguardia, tanto en aquello de lo que nos acabamos arrepintiendo como en lo que merece la pena: ¿Alguien comprende lo que significa eliminar el impuesto de sucesiones? Con Juan Manuel Moreno Bonilla a la cabeza, respaldado por Vox, lo llevan como una de sus medidas estrella. Eso es lo que ha votado la gente, o lo que votará. Nadie discute, pone en entredicho, ni se sorprende. Casi como biología, aunque sea Historia. Tan natural. Y tan convencidos.