Puede ser un gran día

    08 jul 2018 / 10:57 H.

    Muchas veces, más de las que a menudo creemos atesorar en nuestra vida diaria e intransferible, en nuestros fueros internos, o en las estampas que amparan nuestros recuerdos, hemos sido receptores de gestos muy sencillos, pero a la par, tan dignos de valía y aprecio, e incluso mejores que las comodidades e indudables ventajas que nos procuran los llamados bienes materiales, que aun siendo necesarios y tampoco despreciables por el hecho de serlo, pueden ocasionarnos algunas cegueras de carácter infeccioso, algunas torpezas de ego sublimado, y en consecuencia las tristezas, soledades, y tedios que pudiera tener una ostra con su perla y su caparazón, supuestamente a salvo de los avatares del mar, de los compañeros depredadores de agua salada y también de esos bípedos inteligentes que se las suelen comer con algo de limón. Valga esta imagen: la soledad, la perla, y el caparazón. Pero resumiendo, que me esto perdiendo por los Cerros de Úbeda, Baeza y la Iruela; esas actitudes, que defiendo y que aun a pesar de ser un tanto candoroso, intento buscarlas, y apreciarlas en los prójimos y en nuestras instituciones, no son realidades que tengan que evidenciarnos ninguna religión, ningún político iluminado, ni algún sabio de pacotilla que haya alcanzado el conocimiento máximo, que esté de vuelta, y nos cuente lo equivocados que estamos todos, por nuestras ideas, por nuestras creencias, o por nuestras ingenuidades, mientras ellos, a lo peor o a lo mejor ya están en el punto muerto. Esos hechos tan singulares, especiales, y puede, que incluso mágicos, a los que intento referirme, se pueden resumir, sin ponernos tampoco excesivamente emotivos, en algo tan asequible y elemental como una sincera palmada en las espaldas donde vamos llevando el equipaje de la vida, en ese estrechamiento de manos sincero, exento de cualquier protocolo, aquel beso sin calendario que te da tu pareja, las preguntas de tus hijos para intentar saber a dónde los hemos traído, la llamada de ese amigo preguntando como estás, porque te ha visto un poco “agachaillo”, las miradas transparentes de tus nietos y aquellas siempre comprensivas de tus padres, y por qué no, la reunión de trabajo, o cervecera, o de política familiar, dónde no se critique por inercia a los jefes, a los compañeros, o a los familiares ausentes. Son productos consumibles que no tenemos que pagar, ni trabajarlos en excesivo. Como ustedes comprenderán, hace tiempo que no creo en los Reyes Magos, ni en las hadas madrinas, ni práctico el buenismo a ultranza, y procuro dentro de mis posibilidades no subirme al púlpito a predicar, pero conozco y he participado, y presumo que ustedes también, de todas esas toxicidades que no van solapando la alegría, y que de hecho nos generan una pobreza real y tangible.