Políticamente incorrecto

    23 jul 2018 / 08:23 H.

    A lo largo de estos últimos meses he tenido la oportunidad de asistir a diferentes eventos en Andalucía, que de un modo u otro han tenido que ver con el emprendimiento, con la presentación de proyectos de empresa para rondas de inversión o con lanzamientos de diferentes modelos de negocio digitales.

    Poder comprobar en primera persona cómo el nuevo universo digital lo está cambiando todo a un ritmo vertiginoso, es no sólo una oportunidad que no he querido desaprovechar, sino que además me ha permitido constatar, que este entorno está teniendo un impacto muy relevante en la propia definición de los perfiles profesionales de los jóvenes y de los menos jóvenes que se han dado cita para, con sus innovadoras propuestas de empresa, adelantarnos cuáles van a ser futuras tendencias a nivel de trabajo.

    En todos y cada uno de estos eventos he advertido un denominador común, la presencia de diferentes estamentos políticos que de un modo u otro ayudan, financian o mentorizan desde lo público a este tipo de iniciativas.

    Lo que supone una realidad alentadora e ilusionante, cual es que la mixtura entre lo público y lo privado proyecta oportunidad y riqueza a nuestro territorio, me descubre igualmente un hecho que está comenzando a preocuparme y que quisiera compartir, a través de este artículo de opinión, con todos Uds.

    Se trata del efecto hipnotizador que este nuevo modelo de empresa está teniendo sobre algunos de nuestros representantes políticos.

    Reconozco que estar cerca de personas con conocimiento, habilidades y capacidades dinámicas aptas para detectar nuevas oportunidades ante la tecnología y los cambios rápidos que se están produciendo, engancha. Rejuveneces y te ilusionas, al tiempo que sus pequeñas dosis de gestión disruptiva te inoculan pasión y atrevimiento.

    Es precisamente esa sensación endorfínica que produce estar cerca del talento, la que está haciendo que algunos gestores de lo público equivoquen la forma de hacer, que ha de impregnar todas y cada una de las responsabilidades de un líder.

    Si bien este tipo de negocios digitales triunfan cuando son capaces de ofrecer un buen producto o servicio, relegando a un segundo plano la idea de rentabilidad, la gestión del interés general no puede ni debe desarrollarse en un caldo de cultivo, en el que como en el de las startups, se puede conseguir un valor muy elevado en el mercado, sin ni siquiera ser capaz de conseguir ingresos recurrentes.

    Para estos nuevos emprendedores lo prioritario es que sus productos o servicios resulten útiles y aporten valor a los que en última instancia deciden qué tiene éxito y qué no, los consumidores, aún y cuando puedan registrar pérdidas operativas y jamás sean capaces de ser rentables. Da igual siempre y cuando sus productos gusten a la gente.

    Para la nueva política lo prioritario no debe ser el reconocimiento del electorado, tan sólo porque las medidas que se adopten resulten útiles y aporten valor a gran parte de la sociedad. Los recursos en este caso son públicos, aquí es donde radica la gran diferencia con respecto a los proyectos digitales, y es por lo que los mismos, debieran emplearse siempre y cuando se disponga de un plan que anticipe cómo se rentabilizarán.

    Al final todo es un tema de objetivos. Un buen proyecto de empresa que tenga el objetivo de aportar más valor que el resto de alternativas que ofrezca el mercado para satisfacer una misma necesidad, podrá convertirse en un buen negocio. Un buen negocio que tenga el objetivo de vestirse de limpio para ser comprado por otro buen negocio, que quiera hacerse más fuerte para competir mejor, podrá convertirse en un gigante.

    La nueva política debe aprovechar el estar cerca del talento y de la tecnología, además de para aportarle seguridad y apoyo, para aprender que en la gestión de lo público los objetivos no deben están tan cerca del qué ofrecer, sino del cómo hacerlo. Porque en esta ocasión sí, el mercado, los votantes, les vamos a exigir un exhaustivo análisis de viabilidad.