Paseando por Jaén

    20 feb 2019 / 11:32 H.

    Una gozada inmensa es ponerme el chándal y las zapatillas de deporte, con el pensamiento libre como este airecillo proveniente del patriarca y zulenco Jabalcúz, guardián permanente, contra viento y marea, vigilando con los ojos bien abiertos a este mar olivarero, cuya Catedral majestuosa es su enorme barca navegando entre suspiros y suspiros. Pasear por Jaén, sin reloj intransigente en la mano, no solo ayuda a rebajar la fastidiosa tensión, más a reducir los niveles de colesterol malo, también es importante para nuestro yo, algo agobiado por el comprotamiento de quienes nos dirigen, a veces, conducidos por caminos sembrados de odio, animadversión, en esta España que no debe de ser, otra vez, reino de Taifas impersonal, amorfo, sin nombre ni apellidos. Este Jaén, que me ayuda a solar con él, la cuna de mis jaleosos vagidos, y los deseados e inevitables estertones de mi final, donde la maceta de gitanillas están deseando ser presumidas, ahora que por San Antón está el almendro en flor, parecen como saludándome a su paso por ellas, ¡ah!, pero eso sí, con el generoso saludo de siempre: ¡Vaya usted con Dios! Esta avanzada mujer en años, que no en sentimientos, está escobeando la acera y la está dejando más limpia que el jaspe.