No son tantos

    16 jul 2018 / 08:15 H.

    El proceso de elaboración de cada edición del diccionario de la Real Academia Española de la Lengua debe ser forzosamente lento, como prueban los trece años que separan la actual 23 edición de la precedente, la 22 de 2001. Imagino que es el tiempo medio que tardan los treinta y ocho académicos y las ocho académicas en ponerse de acuerdo sobre qué palabras poner en el libro gordo. Menos mal que conociendo su natural parsimonia han optado por hacer actualizaciones anuales que publican cada mes de diciembre; una decisión bastante razonable porque las palabras no deben estancarse en los desagües de la sociedad que las produce, regula y transmite.

    Como soy muy empírica, me he puesto a bucear por las dos últimas ediciones eligiendo dos palabras al azar: hombre y mujer. El resultado ha sido bastante concluyente. En la edición de 2001, la acepción 7 de “hombre” era: “marido”; siendo la 5 de “mujer”: “mujer casada con relación al marido.” El diccionario colocaba a la mujer en relación con alguien mientras que al hombre no lo hacía depender de nadie. Y aunque hoy me irrita, no encuentro atisbo reivindicativo alguno en esa época, a pesar de que en 2001 yo era mujer y casada. Claro, todos cambiamos, también el diccionario que en esa edición solo recogía el matrimonio entre personas heterosexuales de diferente sexo. Por el contrario, en 2014 ya se aceptaba “hombre” como “marido o pareja masculina habitual, con relación al otro miembro de la pareja”, y “mujer”, como “esposa o pareja femenina habitual, con relación al otro miembro de la pareja”.

    Seguro que hay muchos más ejemplos porque la lengua está viva. La creamos y recreamos todos los días; pero al mismo tiempo, la lengua crea y recrea el mundo, lo construye con los valores y la ideología que transmite, con la visión del mundo que encierra y que nos enseña cuando la aprendemos. Pero sobre la lengua podemos reflexionar y podemos también hacer un uso consciente que implique nuestro compromiso, el de cada persona, con una sociedad más justa, más democrática, más igualitaria para los hombres y para las mujeres.

    En todo caso, la utilización de un lenguaje inclusivo es algo más que un asunto de corrección política. El lenguaje influye poderosamente en las actitudes, el comportamiento y las percepciones. Y así lo han entendido las instituciones tanto internacionales como nacionales, que respaldan plenamente el principio de igualdad de género, y el lenguaje que utilizan debe reflejar este hecho. Para este fin, se han establecido múltiples orientaciones que aseguren en la medida de lo posible que el lenguaje no sexista sea la norma, en lugar de ser la excepción, en los documentos públicos. Quizá pueda resultar interesante conocer algunos instrumentos normativos, por cierto, algunos de hace más de treinta años, como las Resoluciones 14.1 (1987) y 109 (1989) de la UNESCO; la Recomendación de “Eliminación del lenguaje sexista” del Consejo de Ministros de la Unión Europea (1990) o la del Parlamento Europeo de 2008. Por no hablar de que la Ley española para la Igualdad efectiva de mujeres y hombres (2007) obliga a los poderes públicos a usar un lenguaje inclusivo, cosa que el mismo Consejo General del Poder Judicial realiza con su propio lenguaje administrativo desde 2009.

    En realidad, lo que están procurando estas instituciones es que no sean ya 21 las mujeres muertas por violencia machista en lo que va de año en España; o que solo en el Estado de México hayan matado a 2.318 mujeres en nueve años, o que a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos les preocupe el “especial ensañamiento contra los cuerpos” de las mujeres violadas y asesinadas. Porque las palabras son mágicas. Son el vehículo que nos indica cuál es el mundo que debemos ver y en el que debemos vivir. Y si hay que revisar la Constitución española para adecuarla al lenguaje inclusivo, tal y como ha solicitado a la RAE la vicepresidenta del Gobierno y ministra de Igualdad, pues se hace, aunque haya académicos que prefieran abandonar la RAE si esta acepta. Porque afortunadamente no son tantos, nunca lo fueron... como mucho, la mitad.