No pueden

10 dic 2018 / 10:31 H.

Desde que era un chavalín escuchaba aquello que decían mis mayores: “Si quieres saber quién es fulanillo, dale un empleíllo”. En este país ya nadie ignora quién es Pablo Iglesias. Bastó darle un empleo, un sitio, en la política para que él solo se definiera y desencantara a sus seguidores. Ya sabemos con seguridad de que se trata de un populista revolucionario, muy lejos de ser demócrata y que, como decía Largo Caballero en la República, él piensa que lo que no se sepa ganar en las urnas hay que conquistarlo por la fuerza en la calle. Tras sus últimas decisiones, a Pablo Iglesias se le acabó el margen de confianza porque su Podemos ni puede ni sabe gobernar España. Su descenso en las urnas andaluzas avalan su declive y animan su aliento a que la barbarie antisistema salga a la calle a agredir a quienes, con legitimidad, le ganaron los votos, le inhabilitan como demócrata. Su suerte está echada. Ya parece que no le quedan argumentos que puedan ilusionar a nadie que sea persona de orden. Un político que disfruta cuando el populacho agrede a sus rivales, que ve bien que se insulte la bandera de España, que comparte ideas con terroristas y secesionistas, no puede ser considerado demócrata. Como suele suceder en política él reúne casi todas las taras que reprocha a sus adversarios. Hasta uno de sus hombres de mayor confianza —ya cada día menor—, Iñigo Errejón mostró públicamente su desacuerdo con las últimas decisiones de su líder. Pablo Iglesias lleva camino de irse quedando más solo cada día, eso sí en su hermoso chalet de más de cien millones de pesetas. Al menos no pierde el tiempo que dedica a la política. Pero ya se han visto todas sus cartas y está claro que su porvenir es cada vez menos seguro en el juego de la democracia. Bien sabe Dios que no me gustaría marcharme de este mundo sin ver que en España reina la igualdad, la solidaridad, la convivencia sana, la democracia, en resumen, que es la buena con conciencia la que rige el destino de los españoles. Me temo que para ello tendría que vivir demasiados años, porque los partidos políticos no están por esa labor. Normalmente su causa no es buscar la convivencia de todos si la buena vivencia de unos pocos. Es posible y así lo deseo que alguna vez llegue la regeneración, aunque yo no pueda gozar de esa buena nueva. De momento me conformo con vivir la buena nueva de celebrar otra vez la Navidad.