Mariano Rajoy

30 jun 2018 / 11:07 H.

Mariano Rajoy ha vuelto a su puesto de registrador de la propiedad en Santa Pola y desde allí contempla la batalla por su sucesión en el Partido Popular con su gesto de busto impenetrable, de busto de emperador romano de museo esculpido a conciencia con un gesto fijado para la eternidad y unos ojos blancos y ciegos. Dijo Baudelaire: “En estos tiempos solo se puede ser socialista o dandy”. Rajoy, que nunca tuvo nada de socialista, apostó por un dandismo frío, como una estatua del Retiro madrileño que encuentra su paz silenciosa observando el vuelo de las palomas. Rajoy ya es la estatua que algún día tendrá —o no— seguramente en Santa Pola, el pueblo en cuyo mar pescaba en una modesta barca don Santiago Bernabéu, con aquellos enormes calzonazos recogidos en tirantes, mientras planeaba con su inteligencia global y lugareña el fichaje de Alfredo Di Stéfano. Rajoy coincide con Bernabéu en ser del Real Madrid, aunque a Rajoy lo que verdaderamente le gusta es el ciclismo, ese pedalear incesante, constante y nada crispado en busca de la meta. Se han equivocado los que en estos años han dibujado un Rajoy postrado en un sofá. Rajoy es un corredor de fondo, un ciclista de la política hábil en el llano y en la escalada, que tomó la iniciativa pocas veces y solo cuando le interesaba, porque su estrategia consistía en el desgaste del rival. Rajoy ha debido de ser buen deportista desde niño, porque conoce milimétricamente la trascendental importancia del desgaste del otro. Hasta que el tiempo, claro, lo alcanzó también a él. Las Cortes han perdido con la marcha de Rajoy a un excelente orador, de enorme elocuencia, un político cuya oratoria barroca e irónica estaba más próxima a los discursos de Fraga, que a esa especie de plegarias llenas de cuchillo que en ocasiones derivaban en mero eslogan pseudopublicitario de José María Aznar: “Váyase señor González”. Aznar se ha ofrecido recientemente a volver a la vida política en primera fila para reagrupar al centro-derecha, y eso es como si Maradona se ofrece a volver a jugar al fútbol. Solo que Maradona jalea —a su manera— a Argentina desde la grada de los estadios del Mundial, y Aznar, siempre que puede, abuchea al PP. Francisco Umbral dijo en cierta ocasión que él nunca había dado una noticia en sus artículos, pero su enorme talento como escritor lo impregnó a veces de cierto perfil visionario. Cuando Umbral conoció personalmente al joven ministro Rajoy escribió que aquel político llegaría a presidente del Gobierno. Dice Umbral en una columna fechada en 2003: “Mariano Rajoy no sigue cursos de belleza en siete días y quizás por eso es el único dandy del actual Gobierno, más dandy por lo que calla que por lo que dice (...) De modo que no hay que hacer campaña por él sino limitarse a abocetar su imagen de político puro, que no quiere decir fanático sino todo lo contrario”. Rajoy camina estos días muy temprano por el Paseo Marítimo de Alicante, antes de ir a Santa Pola, mientras dos competiciones muy diferentes avanzan hacia esa final en la que quedarán los dos más fuertes: El Mundial y las primarias del PP. A estas alturas, en este Mariano Rajoy que no permite interpretaciones en su gesto impenetrable e ilegible, ya está dicho, no se sabe cuál de las dos competiciones le interesa más. Rajoy tiene algo de un Churchill gallego y algo resabiado, y ahora duerme en un piso de Alicante que mira al mar y por su alcoba cruzan de noche barcos que dejan un hilillo de fuel.