La familia política

23 feb 2019 / 11:08 H.

Andan las tribus oteando el horizonte, reuniéndose para interpretar si los vientos son favorables o no. Hoy el PP celebra su convención provincial en un hotel de la capital, quizá alguno llegue confundido y crea que el banquete aún dura del día de los enamorados, pero se equivocan de lleno, esto es cosa seria. Besos, abrazos y risas las justas, y luego a la faena, que a la política no se viene a hacer amigos. Jornada de insana convivencia y aprendizaje a la fuerza. Tirios y troyanos rivalizando por aumentar sus cuotas de poder en el mar pepero de la provincia. Ejercicios espirituales, en sesiones de mañana y tarde, para marcar territorio y con el ojo avizor de Moreno Bonilla, que cerrará el cónclave y comprobará “in situ” cómo bajan las aguas del PP jiennense. Toca calibrar las fuerzas de cada cual, aunque de cara a la galería se marquen las políticas de gran titular, en los pasillos se mueve el grupúsculo y se planifican en servilletas futuros golpes al “status quo”. El liderazgo tranquilo de Javier Márquez no requiere de alardes para decir que en la capital manda él. Solventado el marrón de la elección de delegados, la legión de descontentos crece por una simple cuestión aritmética, son pocos los elegidos y ese debe ser el temor de Juan Diego Requena.

Al PP el éxito electoral le cogió calentando en la banda, sin mucha confianza en salir al terreno de juego. Farfullaban, con la mano en la boca para que no les leyeran los labios, pensando que no les tocaría a ellos y de buenas a primeras estaban fuera del banquillo, a las puertas de su gran noche. A algunos la elección de delegados les pilló quitándose el peto de entreno para lucir elástica de titular, pero tuvieron que volverse para el vestuario. La cuota de la disidencia interna se cerró con Jesús Estrella como delegado de Fomento y al restañar aquellas heridas surgen ahora los típicos picores y efectos secundarios. Estrella hizo un viaje de ida y vuelta en su particular Rubicón, pero a la orilla del Guadalquivir desde su Andújar romera. Dispuesto a quemar las naves vikingas frente a la hoja de ruta pergeñada por Fernández de Moya. Al final del episodio, “in extremis” llegó a un acuerdo que hubiera firmado el mismísimo Ragnar Lothbrok, al líder vikingo no le importó aliarse con los cristianos por aquello de aumentar las tierras y, sobre todo, por intereses comunes frente a terceros. Cuestión de alianzas. Hoy los que pelearon junto a él “por democratizar” el PP engrosan las listas de Ciudadanos o resisten como él en el barco pepero, escrutados, pero dentro de la nave vikinga. Bendito sea Odín.

En territorio socialista, Julio Millán presentó su candidatura “excepcional”, con jugadores de equipo, sin fichajes galácticos y dispuesto a no poner líneas rojas, porque está dispuesto a hablar con el diablo, aunque este se vista de verde. Todo por darle otro color a la ciudad. Las críticas, más o menos expresas de los “sanchistas” relegados y, de otro lado, quienes, desde la militancia, no ven una candidatura para tirar cohetes. “Todos somos PSOE”, a modo de salmo, para acabar con las ideas cainitas de las familias en su lucha por el poder. Le faltó decir que, de lo contrario, acabamos tirándonos cuchillos como la prole vikinga de la serie. Y eso, entre hermanos-compañeros, está feo.

El flamante senador jiennense de Vox, José Alcaráz, se ajusta a su función con pulcritud. Vox viene para aprovechar cada púlpito y sembrar de minas cada pleno. Ese es su hábitat y su peligro. Tumbó, el solito, una iniciativa para acabar con la homofobia en el deporte, al considerar que quería introducir “la ideología de género por la puerta de atrás”. Sodomía ideológica solo para iniciados. Y, en la misma semana, nuestro diputado cunero por Podemos, Diego Cañamero, lució camiseta a favor de su musa con bigote, Nicolás Maduro. Ideología visceral que no muta aunque cambie la Historia.