La clase de las rosas. Católico

17 jun 2017 / 16:27 H.

-Como todos los lunes, vamos a elegir el libro que vamos a leer esta semana, así, que, ¡ale, coged el que queráis del armarito!-

Así comenzaban todas las semanas del viejo maestro. Desde que empezaran las clases con él, había propuesto algunas iniciativas, entre ellas, el aporte de 40 libros, uno por cada alumno, los cuales, deberían leer a lo largo de todo el curso, a ritmo semanal. Ésta, si bien al principio, suscitó muchas protestas debido, no a la exigencia de la misma, si no a la vagancia a la que los habían acostumbrado sus profesores previos, al final, fue bien acogida por la clase.

Todos se levantaron hacia la pared del fondo, donde colgaban los chaquetones y abrigos del invierno, en la que había un pequeño armario de contrachapado, que viera mejores días, en el que guardaban los libros traídos de casa, para prestar a sus compañeros y, así, hacer un fondo común. El viejo maestro decidió darse una vuelta para ver qué había seleccionado cada pequeño en esta ocasión.

-¿Otra vez has cogido ese libro, Católico?- Preguntó, tras detenerse, a las pocas mesas de iniciar su vuelta.

-Sí, me gusta el Libro.- Contestó Católico encogiéndose de hombros sin entender el repentino interés que estaba generando en el adulto.

-Pero ése ya lo has leído, ¿no? – La voz pausada del maestro y, la tierna sonrisa con la que acompañaba sus palabras, buscaban encontrar algo de empatía en el perdido pupilo.

-Sí, pero es que es el que me gusta. Lo cojo siempre. - Católico, ahora, levantaba la vista hacia el profesor. Cualquiera diría que esta mirada, en un adulto, casi rozaba el desafío, sin embargo, en niños podía interpretarse como molestia por la riña recibida. Así que el anciano, no le dio más importancia y trató de seguir con su sutil ataque.

-Venga, cámbialo con el de alguno de tu compañeros, que seguro que ellos tampoco han leído el tuyo. - Si bien el tono se mantenía tranquilo, la sonrisa era apenas un recuerdo de la anterior, pues la intencionalidad había cambiado y ya era visible el enfrentamiento de voluntades.

-No. Yo quiero éste. Así, me lo aprendo, y sé lo que va a decir el cura el domingo.

-Pues yo creo que ya va siendo hora de que leas más libros. -La intención conciliadora y compasiva del maestro, se había tornado ya en preocupación y, con el ceño fruncido, ahora proyectaba la voz.

-¡Qué no! Además, a mis padres les parece bien y me han dicho que, si usted no me dejaba, que hablase con ellos, que me daban permiso.- Contestó con desdén, Católico, desviando su mirada, ya nada inocente, si no altanera y poderosa, hacia la pizarra. Había retado y, aún sin respuesta, se sabía ganador.

El sexagenario maestro se giró, dando por perdida, tanto la batalla como la guerra, y avanzó con las manos en la espalda hacia el estrado de la clase, cavilando, brevemente, qué sería del resto de aquellos pequeños, que callados, habían sido testigos de cómo su referente cultural era derrotado por la mera mención de un símbolo. Además, estaban los padres de Católico, Fanático e Ignorante, eran insufribles a más no poder. En fin, ya tendría tiempo de pensar en ello. Cogió la tiza y, tras escribir y subrayar el nombre de Sócrates, se dirigió a los jóvenes:

-Como decíamos ayer...