Implosión traumática

    17 nov 2017 / 09:35 H.

    Quienes nunca han vivido de (o para, añádasele cualquier preposición a mano) la imaginación no se podrán hacer cargo del estado interior que voy a describir: al crear un mundo dentro de otro, meter un día en el interior de otro y ese dentro del anterior y así hasta el infinito, el imaginador cae en un trance de agitación sísmica de grado 9,0 en la escala Richter. Como sucede con el amor, la situación que se describe es apenas perceptible para los demás, lo cual hace de la tarea creativa una actividad casi clandestina. Incluso después de haber abandonado el ensimismamiento al que me refiero, el soñador sigue transitando una senda ajena al mundo tangible durante un tiempo. Obsérvese que la mudanza entre ambas esferas es un asunto de lo más delicado: de encontrarse usted con un imaginador por casualidad, procure no agobiarlo ni intentar devolverlo de golpe al mundo de los vivos, como no despertaría usted a un sonámbulo. El trauma causado podría ser insuperable. De hecho, la vuelta a lo real es tan peligrosa que, si se arriesga a ponerse a cocinar o a ver las noticias o a trabajar sin atender a la debida descompresión lírica (o amorosa, claro está), el que la está experimentando puede llegar a implosionar hasta desaparecer dentro de sí mismo.