Humor amarillo

    09 sep 2018 / 11:42 H.

    Hace varias décadas se instaló en nuestra tele un esperpéntico programa cuyo título podía haber lllevado, perfectamente, el adjetivo “negro” en lugar de “amarillo” por el sinsentido de las pruebas y golpes que sufrían sus concursantes. Ahora el adjetivo amarillo ha dejado de asociarse a Moliere, a las afecciones de hígado o a las yemas de huevo. Parece que esa palabra es patrimonio de una parte no mayoritaria de catalanes que, sin embargo, vociferan como si fueran multitudes. Y todo ello anulando a quien piense, opine o trate de manifestar lo contrario. Adornan su “petulancia” con tiras de plástico o papel de ese color llamándolos “lazos” y se dedican a envolver con ellos no ya sus casas, baños o balcones sino parques, jardines, fachadas oficiales, plazas y espacios públicos diversos. Todo ello, claro, en aras de una libertad de expresión que cercena, sin embargo, la libertad de retirarlos a pesar de que ello haya sido implementado por los tribunales. Visto desde fuera podría ser un episodio de ese “humor amarillo” aunque tenga, de nuevo, una dolorosa tonalidad oscura. Con una mano se afirma que actúan en paz mientras que con otra se golpea a los que disienten o desatan dichos lazos. Con una mano se aplaude la democracia mientras que con otra se insta al gobierno a “orientar” a los jueces para que resuelvan “a favor”. Con una mano se habla de justicia mientras que con otra se indica que si las sentencias contra los políticos presos no son de su agrado se ¿abrirán? las cárceles. Con una mano se habla de concordia y dialogo mientras que con otra se dejan caer sibilinas amenazas. Se pretende hablar de todo siempre y cuando se hable de lo que hay que hablar. Se vota a un gobierno en la cuerda floja y sin red pero solo si se compromete a ser obediente. Se afirma, sin sonrojo, que nadie ha huido sino que se han marchado en busca de esa justicia que aquí, dicen mintiendo, les acosa. Todo es un puro episodio de vergonzosa insidia amarilla. Los concursantes solo tienen que aprenderse una parte del guión, la independentista. La otra parte no tiene siquiera “frase” en la representación. Se invoca a la Democracia pero se cierra el Parlamento para que nadie ose alterar el sueño de la Arcadia feliz de los que pugnan por ahogar la legalidad y enterrar Estatuto y Constitución. Se lanzan soflamas enroscadas vergonzosamente en citas de Mandela, Kennedy o Martin Luther King sin que les tiemble la voz o la vergüenza pero no en la sede del poder parlamentario sino en escenarios teatrales donde no habrá turno de preguntas ni alegaciones contrarias. Urgen las medidas que la ley contempla para colocar a cada cual en el lugar que sus actos merezcan. Urge poder, sencillamente, sonreír.