Enchapando la historia

08 feb 2018 / 09:09 H.

Lo de remover el pasado no es nuevo. Alejandro Dumas (padre) ya relataba cómo los revolucionarios franceses, no contentos con guillotinar a Luis XVI y familia, se dirigieron a Saint-Denis para demoler las tumbas, los recuerdos y hasta los huesos de todos los reyes de Francia, que acabaron amontonados en una fosa común. Sin ánimo de entrar en debates ni hacer valoraciones ideológicas, los conflictos de estos días en Córdoba con el cambio de nombre de calles o en Callosa del Segura con la cruz de los caídos, me traen a la memoria otra historia de cruces. Las del Cornicabral, en Beas, cerca de la carretera, una por cada uno de los catorce fusilados por los milicianos locales en agosto de 1936. Aquel monumento colectivo fue respetado hasta que, bien entrada la democracia, a finales de 1981, el pleno del ayuntamiento dispuso su demolición. Ante la demanda de los familiares de los asesinados, el juez Baltasar Garzón dictaminó, —en una sentencia muy valorada—, que había que reponer inmediatamente las cruces en el lugar que estaban, ordenando pagar los daños y gastos al mismo ayuntamiento que las había mandado quitar. Hoy están en el cementerio. Eran los tiempos de la transición y aunque hubo roces más que duros, todos asumíamos que las plazas del Generalísmo o las calles de José Antonio fueran cambiando de nombre y que Largo Caballero o Indalecio Prieto fueran dando el suyo a otras. Aquello parecía ya cerrado, pero ¡qué va! Muchos años más tarde, Zapatero pensó que le venía bien “tensionar” el ambiente, y volvimos a las andadas de buenos y malos. Y un día, no hace mucho, paseando por el muro del embalse del Tranco, me encuentro con una imagen que me dejó estupefacto. En la torre central habían colocado una chapa horrible, que tapa el escudo original labrado en piedra. Ya hay que tener ganas de enredar para haber visto allí una exaltación franquista, más allá de lo que era el escudo oficial del Estado Español, que se colocaba en las obras públicas que se construían bajo ese régimen. No sé quien dio la orden de taparlo, aunque me lo puedo imaginar. Ni tampoco si se va a picar la piedra y poner otro escudo o si se va a pintar sobre la chapa la cara de quien se le ocurriera semejante estupidez. Una cosa es recuperar la dignidad escondida en tumbas desconocidas y otra andar haciendo demagogia con la simbología. Porque por mucho que queramos borrar enseñas, cruces y demás restos de la dictadura, la historia está ahí y sucedió como sucedió. La historia de España está hecha a base de guerras y paces, dictaduras y revoluciones, luces y sombras... Pero son nuestras luces y nuestras sombras, y son de todos. Hay un escritor, silenciado durante décadas por unos y por otros, Chaves Nogales, (leer “A sangre y fuego”), muy recomendable para entender con ecuanimidad nuestra historia reciente. Autor también, por cierto, del que para mí es el mejor libro de toros, donde cuenta la vida de un revolucionario, —en este caso del toreo—, Juan Belmonte. “Se torea como se es”. Mucho antes, Alejandro Dumas, que tuvo que asistir a aquellas exhumaciones de la revolución, por ser el director del Museo de Monumentos Franceses, ante aquellos salvajes intentos de borrar catorce siglos de monarquía lo dejó bastante claro: “Pobres locos los que no comprenden que los hombres pueden a veces cambiar el futuro..., pero jamás el pasado”.