El guerrero y el lobo

18 sep 2018 / 12:00 H.

Os saludo visitantes del Museo Íbero, es una maravilla poder transmitir el legado de nuestras historias en un lugar como este, porque el edificio ha quedado genial ¿verdad? Todos los espíritus íberos que habitamos este lugar estamos de acuerdo en afirmarlo, aunque algunos de mis compañeros se quejan de que ha faltado un detalle, y es que al empezar la obra, no se han depositado los restos de ningún animal sacrificado bajo los cimientos a modo de ofrenda, que era una costumbre de mi pueblo para invocar la fortuna y salud de los visitantes. Pero me temo que en la actualidad esta formalidad no se encuentra homologada por el Colegio de Arquitectos. Una pena ¿verdad?

En fin, creo que ya es hora de presentarme. Como seguramente deduciréis por mi apostura y mi gallardía yo soy un guerrero, pero no uno cualquiera, yo soy el ¡héroe. Y estoy orgulloso de ser el prototipo heroico de un pueblo tan ejemplar como el íbero. Aunque los romanos, tan perfectos ellos, en sus escritos critican nuestras “bárbaras” costumbres, pero debo decir en nuestra defensa que en la comunidad a la que yo pertenecía no leíamos el futuro en los intestinos de los enemigos como hacían los lusitanos, ni cortábamos la mano derecha de los combatientes vencidos como hacían las tribus celtíberas, y aunque en ocasiones algunos guerreros de nuestra tribu guardaban las cabezas de los oponentes derrotados, estaréis de acuerdo conmigo en que es algo natural el querer conservar y mostrar con orgullo los trofeos a los visitantes, igual que ahora enmarcáis vuestros títulos universitarios o reserváis el mejor lugar de la vitrina a los galardones deportivos que tanto esfuerzo os ha costado obtener. Por cierto, ¿Queréis ver mi colección? Tranquilos, no las llevo encima... Lo único que traigo conmigo son mis amuletos, mirad, la pata de conejo, la herradura, el trébol de cuatro hojas, el gato chino que mueve la pata... Y mi posesión más preciada: el colmillo del lobo... Seguro que al llegar hasta aquí os ha llamado la atención un grupo escultórico en el que un gigantesco lobo pretende devorar a un indefenso niño, pero un valiente guerrero se enfrenta a la bestia y la derrota. Pues yo soy el vencedor del lobo. Es el motivo por el que todos los de mi pueblo humillaban la cabeza a mi paso ¿vosotros no conocéis mi historia? Pues allá va: Aquella noche, el sueño había abandonado a todos los habitantes de nuestro oppidum, y los aullidos nos hacían temblar, escondidos en nuestras casas. Pero de pronto solo se escuchaba el llanto de un niño y los gritos desgarrados de una madre. Sin dudarlo, tomé mi arma y corrí tras el monstruo. Y cuando di con la fiera, descubrí que era tan grande que ni levantando mi brazo podría alcanzar su altura, pero saltando logré trepar hasta su cuello y se lo cercené con mi afilada falcata. Y el monstruo derrotado se arrodilló a mis pies arrepentido de sus fechorías. Y desde entonces, los habitantes del pueblo me hicieron objeto de su respeto y devoción, y pasé a ocupar un puesto principal en la aristocracia de nuestra tribu. Y este es la historia de cómo conseguí mi amuleto más preciado: el colmillo de la fiera... ¿Cómo decís? Que parece el colmillo de un perro y no se corresponde con un animal gigante como el que os he descrito ¿Dudáis de mi palabra?, ¿Y exigís mi dimisión como héroe oficial del Museo? Cielos, cómo echo de menos la ingenuidad y docilidad de mis coetáneos, no hay quien haga carrera política en estos tiempos impíos...