El encanto de Jaén

    07 feb 2018 / 09:00 H.

    Campillero/a”, o bien, “del pueblo nuevo”, son, respectivamente, su gentilicio y seudogentilicio para referirse al habitante de esta localidad jiennense, Campillo del Río, perteneciente al municipio de Torreblascopedro, de la cual me jacto y llevo a gala no solo por haber nacido aquí, sino también por haber sido nombrado Hijo Predilecto en 2003, porque así lo quiso el grupo de gobierno municipal en su momento. Mi agradecimiento, pues, vaya siempre por delante, y añadiría —para no herir susceptibilidades y evitar suspicacias— que por encima de cualquier ideología política, porque mi función es escribir y respetar lo que vote un pueblo. No hay más. Precisamente, querría traer a colación, dentro del contexto del respeto local, que es tal el que tengo a esta localidad de anchas calles encaladas y noble gente, que prodigo su nombre, “Campillo del Río”, allá donde fuere compareciendo en algún acto cultural o asuntos varios, no en vano, recuerdo, ya sea en Méjico, París o Lisboa, cuyas universidades me invitaron a desempeñar mi función académica —entre otras— que intentaban localizar “mi pueblito”, casi imperceptible, en un mapa familiar, entre Baeza y Linares. Así, pues, mi función como Hijo Predilecto es, además de darlo a conocer, ayudar a sus gentes, como queda más que constatado en todo cuanto he podido hacerles cuando han llamado a las puertas de mi casa que también he ubicado en esta misma población, maravillosa en cuanto a su enclave, bañada por ese “Río Grande” que los árabes llamaron Guadalquivir. Nunca podrán decir que mi nombre no va unido al de Campillo, por más que algún o alguna desalmada intente —por malas artes— disociarme de mi esencia. Seguiré escribiendo versos al lado del “Cortijo Alto”, y los declamaré en “la Cruz” de los padres misioneros. Volveré la mirada a mis abuelos, Joaquín Salas, su fundador y, seguramente, mientras sonrío a la vera del río que da nombre al topónimo, seguiré reviviendo el Mazinger Z junto a mi primo Manolo. Un niño, un pueblo, un sueño. Que me dejen el recuerdo para admirarlo y yo dejaré la invitación hecha para que el visitante de pueblos con encanto se introduzca en uno de ellos para jamás olvidarlo.