El cuento de la criada

    01 jul 2018 / 11:15 H.

    La realidad es, sin duda, lo que verdaderamente alimenta nuestros terrores más profundos, los miedos irrefrenables, el pánico de no poder escapar. Ante un ser monstruoso podemos construir barreras, deslocalizar pensamientos, huir, pero si nos ponemos frente al espejo cotidiano, lo que vemos puede erizarnos cada una de nuestras células sin posibilidad de evasión. H.P. Lovecraft, uno de los primeros escritores en crear mundos en los que nos acechan entes provenientes de nuestra propia realidad, afirmaba estar convencido de que lo extraño, lo inaccesible, está entre nosotros. No hay nada que nos cause más pavor que lo que sabemos que puede suceder unos pasos por delante. El último éxito televisivo, “el cuento de la criada” es una estremecedora distopía que nos acerca a esos mundos en que la sociedad ha virado hacia posturas fundamentalistas, dictatoriales o directamente enloquecidas al estilo de “1984” de Orwell, “Fahrenheit 451” de Bradbury o “Un mundo feliz” de Huxley por poner ejemplos reconocibles. Sin embargo, la historia de las “criadas” da un paso más en cuanto a elevar a categoría lo que no dejan de ser unos escalofriantes esbozos actuales de desprecio a los derechos de la mujer. La historia de Margaret Atwood, según ella misma, no es sino la plasmación, en un relato imaginario, de lo que sucedería cuando ciertas ideas actuales sobre las mujeres se llevaran a sus conclusiones lógicas. En ese universo desaparece la libertad de prensa y quedan abolidos los derechos de las mujeres hasta el punto de que pierden sus propiedades, su empleo e incluso su nombre, que pasa a ser el de su dueño, al ser asignada como un tipo de esclava denominada “criada” de un hombre, el “comandante”. Ya no puede siquiera salir libremente, hablar o leer ni tener ningún tipo de comunicación que no sea con sus propietarios. Tampoco se le permite ningún tipo de actividad intelectual ni de libertad sobre su imagen y apariencia física e incluso sobre su cuerpo, incluyendo su alimentación y sus relaciones sexuales, ya que no puede tenerlas con nadie a excepción de su dueño, que la viola sistemáticamente. ¿Nos resulta extraña esta situación? Lamentablemente existen a nuestro alrededor sociedades que, con distintos grados, mantienen a las mujeres en situaciones asombrosamente similares y sometidas a la prevalencia del varón. De ahí el espanto que produce ver reflejado nuestro mundo en ese futuro no tan increíble. A pesar de los esfuerzos y los avances en que nos movemos, la igualdad de derechos tiene aun mucho camino que recorrer. Las distopías son, por definición, indeseables. Esperemos que no sea una utopía —su antónimo— el deseo de ir avanzando en igualdad, justicia y libertad.