De Alejandro Jaén, en parte

    07 ene 2018 / 11:21 H.

    Me incomoda tanto la interesada desmemoria de gentes y ciudades, esa que sólo significa ocultación y que no se explicita, aunque constituya expresión de inconfesables culpabilidades, como esa otra memoria tergiversada tan plena de omisiones, convenientes para el perfil que se pretende sugerir, como capaz de embaucamientos colectivos. Ocurre con ciertos famosos, no al que más adelante me referiré, que me recuerdan al personaje de Bocaccio, Fray Cebolla que con su astucia limosnera conseguía reducir a crédulos burgueses y campesinos. Son estos, ciudadanos corrientes, los que insuflan aureolas postizas hasta que consiguen la atención del responsable institucional, cuyo paletismo suele superar al de esos instigadores. Y de la mayor a la menor, el silogismo concluye en reconocimientos cuando no, en oros y adopciones consistoriales de predilección. Acontece en Jaén y en cualquier ciudad en la que la cultura ha de digerir un bolo de egos vomitivo. Y, para evitar lecturas subliminares, dejó constancia de que ninguna objeción realizo a la última medalla de oro, que creo merecida otorgada por el Ayuntamiento de esta ciudad a Alejandro Jaén, personaje con el que compartí, junto a Diego García, Jesús Hermoso, Nicolás de la Torre, Martínez Plaza, Tino García, Antonio Moya y Manolo, hermano de Alejandro y otros, audiciones musicales enfervorizadas del último Pop hace más de cuarenta años. Alejandro tiene sobrados méritos artísticos para hacerse acreedor de esta distinción, pero me resulta obligado realizar una observación sobre el magnífico trabajo que realiza este mismo Diario en páginas centrales del 19 de diciembre sobre los orígenes y dilatada trayectoria artística de Alejandro, y puesto que la misma se abre con esta hermosa declaración “Los mejores años de mi vida son los de Jaén”, resulta insólito que el homenajeado no mencione, ni detalle su primera actividad musical en grupos jaenerisimos como “Los Sonnijer”, “Los Trotamundos” etc. Tal hueco en la memoria no desmerece la grandeza de Alejandro sino que aporta, tal vez un elemento épico al extraordinario curriculum artístico del artista de Villargordo. Supongo que tal amnesia de Alejandro vendrá dictada por sus asesores de marketing, ciencia ésta, que lo es, que en otros supuestos, mayusculizan (perdón, por el palabro) los retos indiscutibles del artista, completamente inasequibles a los ciudadanos, víctimas de Fray Cebolla, y silencian u oscurecen otros episodios que, injustamente, consideran como vulgares. Otro lugar, merecerá la cultura de la desmemoria o de la memoria erróneamente interpretada que promueve la Ley 24/2006 de la Memoria Histórica. La primera reflexión sobre Alejandro Jaén es solo lúdica, la segunda que está por escribir y tiene sesgo dramático nada tiene que ver con Alejandro Jaén.