Connivencia

    07 sep 2018 / 09:16 H.

    Sí, connivencia con las palabras de las que no podemos prescindir por razones obvias. Connivencia con el qué puedo saber, qué debo hacer, qué me cabe esperar y qué es el ser humano. Connivencia con el narrador que inclina la balanza a favor de entender el mundo y nuestra posición en él. Connivencia con la biología evolutiva y con la narrativa clásica que enseña a pensar y actuar en consecuencia. Connivencia con el pasado de la especie y con la vital naturaleza humana, que ha recogido excelsas leyendas populares que no se pueden dejar de leer porque nos hacen recuperar la admiración por los sabios habidos en la historia del pensamiento humano. Connivencia con el mundo que ahoga los lamentos con alegres canciones idealizadas que llenan la vida de objetivos políticos que nos elevan por encima de la ficción, del absurdo y de esa dimensión oculta, compuesta de propuestas que están reñidas con una educación elemental e imprescindible porque nos ofrece luz propia. Connivencia con la razón que desvela que el mundo es como es y no como queremos que sea. Connivencia con la evidencia científica y con los cambios sociales que transforman el prodigio de estar vivo en un hecho cotidiano. Connivencia con la fina ironía y con esos cuerpos desvaídos que parecen trastos rotos y viejos. Connivencia con la inspiración que fluye de las sombras y da alas a quien acepta la realidad y sabe cómo arreglarla sin borrar de su cara la sonrisa. Connivencia con los cuentos de encantamiento que exploran y explican con inflada vanidad, al altruista de corazón, que con creatividad se aleja del cruel capricho del destino. Connivencia con el modo de ser desprejuiciado que detecta, según yo lo veo, el principio de repulsión que avanza sin que nadie lo detenga en una sociedad estática que no crea sino que imita. Nadie está condenado a bailar con la mala suerte o con esa realidad impostora que supera lo concebible por la mente humana y las defensas de todos aquellos que reflejan una sonrisa auténtica capaz de engañar y castigar al mismísimo engaño redomado, sin necesidad de vender su alma al diablo. Connivencia con ese que anda perdido en la oscuridad y tiene que rescatarse así mismo recuperando su espacio intelectual. Connivencia con las etapas evolutivas de las humanidades para ponerme al corriente en ese tipo de cosas devaluadas hoy día, pero que en mi infancia eran conceptos nobles que permanecían pegaítos como lapas a nuestra evolución: principios, ética, educación y sentido común, eran pilares que fortalecían las relaciones humanas en una época de intolerancia. Connivencia relacionada de manera irrepetible con salvar ballenas, mares, bosques y todo aquello que al realizarlo me haga sentir que el fondo de mi alma se engrandece al repetir una y otra vez lo de: creo en el azul más azul y en el amor más intenso, como el que sintió Dante por Beatriz y Marcel Proust por Albertina. Connivencia con la conciencia de quienes recogen lo inaprehensible y lo transforman en intuición. Connivencia con la locura que ha dejado inolvidables testimonios de gente que buscó el progreso y la felicidad de todo ser humano y no les importó rayar con la locura extrema. Bendita locura que marca la frente de quienes se entregan en cuerpo y alma a la locura de acompasar su ideal al respeto que merece el resto del mundo.