Aquel país multicolor

    18 mar 2018 / 11:46 H.

    Ese país del que muchas veces, —no siempre, por supuesto— nos hemos sentido orgullosos, ya sea por morriña, saudade, o por natural sentimiento hacia la tierra madre. Aquel país crisol de razas como aprendíamos en nuestros primeros y nada objetivos libros de historia, que alguna vez fue multicultural y abierto hacia todos los mares, y situado en un lugar privilegiado (eso no se puede negar, por mucho que nos empeñemos en arruinarlo), aquel florido pensil que atesoraba y exaltaba todos los deslumbrantes cromatismos de nuestra raza nacional católica, está perdiendo en poco tiempo el color, trasmutando de jardín delicioso, habitado por nobles y esforzadas criaturas, en páramo yermo infectado de bestias de oscuro pelaje. Si bien, hay que reconocer que ambos extremos expuestos nunca son del todo veraces, si se puede indicar con cierta garantía, que lo evolucionado no está respondiendo a las expectativas deseadas. No me estoy refiriendo a nada en concreto, sino poniendo en evidencia el malestar general, propiciado por los abusos e injusticias de todo tipo. Tampoco creo que todo aquel que denuncia y se rebela esté practicando un infecundo cainismo, ni el desaforado pesimismo español, como muchos nos intentan hacer creer. Se está gobernando desde hace tiempo a salto de mata, y al trote cochinero, parcheando despacio, para ir robando deprisa. Y al que le pique, si es que alguna vez tuvo comezón, que se rasque, aunque algunos creemos que el grano en el culo lo hemos socializado, o se ha hecho viral, como se dice ahora.

    Aquel país ilusorio de la simpática y laboriosa abeja Maya y su amigo Willie, el zángano gordezuelo y bonachón, se está decolorando, empobreciéndose en blanco y negro, y si aparece algún color, será clavado en la solapas de nuestros ajados trajes de hombres y mujeres cansados, con lacitos emblemáticos, que intentan manifestar nuestras inquietudes, nuestros rechazos, nuestra indignación. Y si queremos seguir buscando colores, los encontraremos en las mareas humanas, que no marinas, que recogen todo un arco iris de insatisfacciones.

    Haciendo un generoso esfuerzo de transigencia, se podría elucubrar que cualquier país (no tan solo España) con más de dos personas, empieza a ser complicado de gobernar, pero de ahí a limpiarse en los cortinones, porque al parecer la casa ya estaba sucia (y eso sí es muy español) es otro cantar y otro contar. Por ejemplo, el problema de las pensiones no debería solucionarse o empeorarse por la competencia o incompetencia de un solo gobierno, sino por la actuación en común y desinteresada de todo un pueblo y sus representantes.