Un local que rebosa historia

El establecimiento que atiende Francisco Montes acumula ya ciento treinta años de actividad en el Arco del Consuelo, que han dado para atesorar también un ingente patrimonio sentimental

11 nov 2018 / 11:21 H.

Aquí se ha ahogado en oro cristalino / la pena de cien tacos de almanaque. / Y aunque hoy le asoman pujos de su empaque, / memoria es ya de un fue más que de un vino”. Estos versos del poeta Felipe Molina Verdejo, que forman parte de su “Épico Jaén, lírico Jaén”, de 1994, son el homenaje que su autor —considerado uno de los vates más significativos de la segunda mitad del siglo XX en la provincia— dedicó al histórico establecimiento hostelero del Arco del Consuelo con motivo de su primer centenario, allá por 1988. La legendaria taberna alcanzaba el siglo con su prestigio bohemio intacto y unas paredes patinadas de tiempo que cobijaban, como el más cálido de los abrigos, las conversaciones y los silencios de cuantos, parroquianos o recién llegados, encontraban en El Gorrión un lugar a su medida.

Pintores, músicos, poetas, políticos, flamencos, culturetas y gente de la cultura, progres y conservadores, famosos y anónimos —entre otros muchos clientes—, se convirtieron en personajes protagonistas o actores secundarios en la escenificación cotidiana del disfrute según Jaén que, desde finales del XIX, tiene lugar en el ensolerado local, cuya barra, constelada de cuentas grabadas a tiza sobre su madera vieja, es uno de los moldes lúdicos de esta ciudad, a fuerza de apoyar el codo sobre ella.

Una esquina de ese mostrador —la que da acceso al “misterioso” y holgado interior de la barra, la que está en las antípodas de los servicios—, fue siempre lugar de encuentro de aquí —no hay más que observar las fotografías que ilustran esta página—, y en ese punto concreto de la taberna era fácil hallar a Carmelo Palomino, el recordado pintor; a Bellica el leñador, uno de los clientes más leales a El Gorrión, que presumía de no faltar ni una sola jornada a su cita con el blanco de tetera. Nombres y hombres ya sucedidos que, sin embargo, forman parte eterna del paisanaje del universo de este local.

Aquel ya lejano 1988 supuso alcanzar un primer siglo de existencia pletórico, cualidad que mantiene prácticamente impermeable treinta años después. Desde entonces, las ausencias que pueblan el establecimiento conviven con la presencia de viejos y nuevos parroquianos que traspasan cualesquiera de las dos puertas de El Gorrión sabiendo que acceden al paréntesis entrañable que abre y cierra Francisco Montes, dinastía tabernera de tan pocas palabras como de tantísimo silencio necesario, acogedor, comprensivo. Si dirá cosas con esa economía lingüística suya que hasta la web de El Gorrión es un menú de opciones resueltas con apenas un par de frases; eso sí, justas y clarificadoras como los rótulos que prohíben el cante en los bares de por ahí fuera.

En esa página electrónica, precisamente, mantiene Montes activa la venta de El Gorrión, al que le puso el “cartel” hace ya diez años pero que no lo deja irse, igual que hacen los perros aquerenciados cuando el dueño amaga con salir aunque solo sea un ratillo.

Ciento treinta años de historia viva que en sus paredes acumulan poemas, cuadros, fotos, recuerdos... y vaho, el de los miles y miles de alientos que, entre vaso y vaso, exhalan en el aire de “la taberna más antigua” de la capital del Santo Reino, como subraya Francisco Montes.