Un casero en pleno siglo XXI

El nonagenario jiennense Blas Morillas Cañada lleva tantos años en la casería del Portón de los Leones que forma parte de su paisaje tanto como los emblemáticos cipreses que escoltan el acceso a la finca, una idílica posesión rural a un paso del barrio de la Alcantarilla de la capital

14 oct 2018 / 11:37 H.

Quien mira la ciudad de Jaén desde la lejanía se topa, irremediablemente, con la Catedral. Hacia la altura, el Castillo y la Cruz arañan la frontera entre la tierra del Santo Reino y su cielo y, hacia el sur, camino del Puente de la Sierra, los cipreses de la casería del Portón de los Leones forman la más duradera de las “procesiones” de aquí. La finca, hermosa —en su significado popular de amplitud y en el riguroso de belleza extrema—, cruzada por el río Cuchillo, es un auténtico paraíso terrenal escondido de las miradas de quienes, cada día, dejan de lado los pilares que la cierran sin saber que, tras ese caminillo estrecho y maravillosamente claustrofóbico, hay un hogar privilegiado por la naturaleza.

Propiedad, actualmente, de Mercedes Agudo de Villegas, fue su familia quien, hace seis décadas, comenzó a contar con los servicios de Blas Morillas —oriundo del pago de Puerto Alto, otro de los puntos de los alrededores de Jaén más poblados de caserías— para realizar tareas agrícolas en la finca. Posteriormente, la “plaza” de casero quedó libre y le abrió las puertas, definitivamente, a Morillas, que a sus espléndidos noventa y dos años de edad recuerda cómo encontró en la que antaño era conocida como casería de San José no solo un puesto de trabajo: también se convirtió en su hogar junto con su mujer, Encarnación Merino Chica Allí le nació la mayoría de sus cinco hijos y, ya jubilado, pasa sus días entre el inconfundible perfume del campo y la tranquilidad de un auténtico remanso que solo rompen los más pequeños de la casa —sus nietos, que ahora gozan de la libertad y el aire bueno de la finca— y las labores aceituneras,

Vivir en una casería, afirma Alberto Morillas, uno de los hijos del casero, “tiene sus pros y sus contras”, pero él lo tiene claro: “He sido muy feliz aquí, pese a que vivir en una casa tan antigua tiene cosas positivas y negativas; mi madre es la que más ha sufrido la falta de comodidades, pero hemos disfrutado de aire puro, de jugar en el campo entre pinos, bajábamos al río y, con mis amigos, organizábamos procesiones o ayudábamos a hacer las lumbres de SanAntón”, afirma, mientras su padre recuerda cómo, al principio, el agua corriente, por ejemplo, era una quimera: “Usábamos el ‘bañador de caballos’ —una suerte de estanque que los antiguos dueños, militares, usaban para lavar los equinos—para coger el agua,hasta que se canalizó”.

Árboles centenarios y piedras del antiguo molino de la casería —reintegradas con gusto en la remozada arquitectura del lugar— salpican este espacio, en el que la antigua “jamilera” encalada sirve de piscina en verano y, ahora, hace las veces de “playa” a los niños de la casa. Hay un columpio, y tanta amplitud y vegetación como para colmar la sed de aventuras del más imaginativo de los peques. Unas cuantas gallinas son lo único que queda del tiempo en el que multitud de animales de matanza campaban a sus anchas por la zona.

Los años de servicio en el Portón de los Leones han creado también una vinculación muy estrecha entre los propietarios y sus caseros, entrañable y casi familiar: “Yo he visto nacer a la dueña y la he visto chiquitillla y he conocido a sus padres cuando eran solteros”, asegura Blas Morillas, que tiene como principal achaque algunos problemas de visión que, dice, le hacen pensar en “mudarse”: “Los hijos no me dejan irme”, expresa, al tiempo que su esposa, Encarnación Merino, sentencia: “No creo que se acostumbrara a vivir en un piso”.

Pese a su edad, el casero aún “gestiona” el contacto directo con los operarios que, con frecuencia, realizan tareas de limpieza o preparación de los tajos, entre otras y, sobre todo, los Morillas Merino guardan este complejo rural con el mismo celo que ponen en su preservación los propietarios, una familia a la que “aprecian” —manifiestan padre e hijo— por su calidad humana y el trato dispensado durante tantos años: “Volvería a pasar aquí otros sesenta años”, concluye Blas Morillas.

En pleno siglo XXI, ajenos al ruido urbano y rodeados de plenitud natural, caserías y aroma a río, los Morillas Merino ejercen el viejo oficio de guardeses, en el Portón de los Leones, sin que su amor a este paraíso de las afueras ceda ni un ápice, igual que los setenta y dos cipreses que, desde hace tanto, escrutan los pasos de quienes entran o salen de una de las más emblemáticas caserías de Jaén.