Toda una vida en Andorra

La begijense Pepa Moral López reside en un principado al que llegó cuando era niña y donde ha formado su familia. Su historia es una crónica de trabajo y esfuerzo que, hoy, le permite disfrutar de los suyos y de agenda muy apretada

11 nov 2018 / 11:21 H.

Ochocientos ochenta kilómetros separan Andorra de Begíjar, o lo que es lo mismo: unas nueve horas de viaje hacen del principado pirenaico un remoto extremo en el corazón de Pepa Moral López, que tiene su otro polo en el vizcondado jiennense, donde nació allá por 1935, un año antes de que estallara una Guerra Civil que, entre otras facturas, costó a muchos el elevado precio de tener que abandonar sus lugares de nacimiento para ganarse la vida lejos de donde vieron la luz primera.

Kilómetros, tiempo de viaje... Pero los lugares —lo decía Borges— se llevan siempre consigo, y no hay día que la begijense no se acuerde de los paisajes de su infancia, las calles que recorría, los “teatrillos” que formaba con sus amigos y que tenían como precio un botón —todavía recuerda muchos de aquellos versos—, el olor a aceite, los boquerones de su tía, su familia... Con ella vivió, en Begíjar, hasta que una desgracia los obligó a cambiar de pueblo: su casa, donde hasta entonces vivía gozosamente, se derrumbó y, con ella, cayó también la posibilidad de continuar en el municipio. Su próximo destino, una hermosísima ciudad jiennense, Baeza, que los acogió por tres años y donde aprendió a coser con primor.

Y es que la existencia de Pepa Moral comenzó a acostumbrarse a las despedidas bien pronto, de forma que, cuando parecía que su porvenir estaba en una de las dos “Salamancas andaluzas”, otra vez el trajín de maletas regresó a sus oídos. Era la década de los 60; su padre, cantero de profesión, recibió una oferta desde Cataluña, y allá que se fueron. Recaló, a sus espléndidos quince años de edad, en Salas del Pallars, donde tuvo los primeros amores y grandes amistades. A fuerza de trabajo y dedicación y gracias a sus manos curtidas con la aguja y el dedal, consiguió fundar la familia que creó junto con su marido, Roberto Martí, natural de Lleida, y que la llevó, tras una breve estancia en Pobla de Segur, a Andorra. Cinco hijos como cinco soles, a los que ha visto crecer y de los que se siente profundamente orgullosa.

Fueron años felices al frente de un hogar adquirido con el sudor de sus frentes o en las filas de la coral donde daban rienda suelta a su vena más artística; una etapa dichosa que la muerte de Martí cerró. Pepa Moral tuvo que remangarse, otra vez, para sacar adelante a los suyos y lo mismo en el cuidado de personas mayores que como ayudante en las aulas de un colegio o cocinera de un centro de niños con problemas, consiguió que lo que más le importaba en la vida —sus hijos—, no careciesen de nada.

Pensaba Chaplin, desde su cinematográfica mudez, que el tiempo es el mejor autor, el que siempre encuentra un final perfecto”. Y en el caso de la protagonista de este reportaje, la sentencia le cae que ni pintada: a día de hoy, Pepa Moral es una mujer feliz en Andorra, que hace gala de una extraordinaria fortaleza —continúa entregada a la costura, es una apasionada del yoga, camina, le encanta ver fotografías, la lectura y navegar por la Red— al tiempo que se deja mimar por sus vástagos, conscientes de cuánto ha tenido que sudar su madre —y con cuánto gusto lo ha hecho— para llegar hasta aquí; juntarlos a todos y compartir un buen rato es, para la begijense, lo más de lo más. Eso sí, Jaén es Jaén, y a Baeza, donde todavía conserva familia, viene cada vez que puede a darle, entre otras cosas, un gustazo a su paladar con un buen plato de migas, gazpacho, ensalada de naranja, potaje con espinacas... En el principado pirenaico está su vida, pero aquí, entre las aguas vegetales del mar de olivos, continúan, escritos para siempre, los primeros capítulos de su memoria.

paraíso románico

Quienes se quedan con la boca abierta cuando contemplan la arquitectura románica tienen una cita ineludible con el territorio andorrano, un auténtico paraíso de este arte, que ofrece valiosísimos ejemplos. Son templos de factura sencilla, pequeños y sobrios, entre los que destacan por méritos propios Sant Joan de Caselles, el santuario de Nostra Senyora de Meritxell, San Clemente de Pal, San Roman de Les Bons o Santa Coloma, entre muchos otros, que se reparten por La Massana, Ordino, Canillo, Encamp o Andorra la Vieja. Actualmente existen rutas organizadas para conocer con detalle todos estos y otros muchos recintos sagrados que conforman un auténtico itinerario románico y prerrománico de primer nivel. No en balde, muchas de las personas que se desplazan hasta el pequeño principado pirenaico buscan disfrutar de este estilo.

tobogán de récord

Si Andorra está en condiciones de convertirse en todo un Récord Guinnes gracias a su alta cantidad de ejemplos románicos, esta consideración es una realidad en cuanto a la oferta de ocio. Y es que su parque de aventuras, Naturlandia, posee el tobogán de naturaleza más largo de todo el mundo, nada más y nada menos que con 5,3 kilómetros de recorrido. Además de ofrecer unos momentos de lo más intensos, este viaje en triplaza es una forma alternativa de conocer el medio natural andorrano. Los deportes de aventura están muy arraigados entre los habitantes del principado, que disfrutan de un entorno medioambiental privilegiado, en el que abundan variedades de fauna y flora realmente espectaculares. Una muestra notable de estos recursos puede verse en Naturlandia, otro de los reclamos turísticos de mayor éxito en el país.

muy agradecida a su tierra de acogida, que ama, respeta y en la que está integrada
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Pepa Moral López se siente muy agradecida a Andorra, que le dio un hogar y una familia y donde ha desarrollado la práctica totalidad de su existencia. De hecho, la begijense se siente muy integrada en el principado pirenaico, hasta el punto de que habla perfectamente catalán —el idioma oficial del pequeño país— y cocina platos típicos andorranos como si los llevara en su propia sangre. Gracias a su trabajo y en unión de su marido, Moral López logró comprar un piso en su nuevo destino, donde se criaron sus hijos, e incluso el esfuerzo de tantos años le permitió hacerse con una pequeña torre cerca de la playa. Ese patrimonio lo disfruta ahora en compañía de los suyos y siempre con el recuerdo de Roberto Martí, su marido, del que enviudó. Pese a la distancia, Pepa Moral ha conseguido inculcar en sus vástagos el amor a la tierra de origen, de manera que la provincia jiennense y Begíjar en particular, de donde eran los padres de Pepa Moral, Sebastián y Sebastiana, forman parte de la cotidianidad sentimental de los
Martí Moral.

adolescente
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La fotografía, con todo el encanto de la época, evidencia la juventud y la belleza de Pepa Moral, que a sus catorce años de edad acababa de llegar a tierras catalanas, en las que pasaría una estancia no demasiado larga antes de encaminarse hacia Andorra. Siempre le encantó arreglarse el pelo, una costumbre que no ha perdido.

abuela y bisabuela
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En pocas fotografías se puede ver a una abuela —y bisabuela— tan feliz como en esta, en la que Pepa Moral López aparece rodeada por sus diez nietos y el más peque de la casa, su bisnieto. Unirlos a todos le supone la mayor de las alegrías, como evidencia la imagen, en la que la begijense no esconde su alegría.

una “madraza”
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A modo de “fiesta ibicenca”, la protagonista del reportaje posa acompañada de sus cinco hijos en el centro termal Caldea, uno de los lugares más representativos de Andorra, a tenor de la cantidad de gente que atrae cada año para disfrutar de sus aguas medicinales. ¡En la gloria se la ve rodeada por lo que más valora en su vida!

luchadora
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Gracias a su esfuerzo, el presente de Pepa Moral transcurre sereno dentro de lo que le permite su incansable actividad, que incluye una de sus pasiones: bailar. Tanto es así, que recuerda tofos los bailes de los diferentes sitios donde ha vivido, y le fascina explicar cómo la sacaban a bailar y los “protocolos” de los jóvenes al respecto.