“Salvar África con África”

La autora del texto relata su enriquecedora experiencia como cooperante en Mozambique, adonde viajó el pasado mes de octubre para conocer nuevos proyectos de cooperación en el país

18 nov 2018 / 12:15 H.

Gracias a Diario JAÉN por publicar este relato sobre mi experiencia de cooperante, en Mozambique, sobre la pobreza y este mundo loco. Ha sido un mes de octubre muy pequeño y muy grande. Valentín Bastante, jefe de la la ONGD Calma, (Cooperación Alternativa Manchega), me ofreció la oportunidad de visitar un proyecto de monjitas donde se han construido pozos de agua, con ayuda de la Diputación de Ciudad Real. Me comentó que mi labor sería estar con niños pequeños. Primero busqué Mozambique en el mapa de África, ¡guau! Me gusta hacer voluntariado, porque veo ¡cómo se hace el mundo! Con Calma ya he viajado al comedor salesiano “El padre Chava” en Tijuana (México) y a un internado de jóvenes en Colombia, también por un mes. Mi hermana me avisa de que no diga la capital del país ya que los sobrinos no deben decir palabrotas: ¡Maputo! Para prepararme he visto la película “Memorias de África”, los programas de “Españoles, Misioneros” y “Madrileños por Mozambique”, he recibido clases de portugués, ya que mi tercer curso de Derecho fue en Portugal, con una beca Erasmus y el “portuñol” es como viajar en bicicleta, siempre se olvida. Leyendo al periodista polaco Kapuscinski, en su novela “Ébano”, supe que en varios países de África se conduce por la izquierda, y así lo descubrí en Mozambique, por la influencia de Sudáfrica como antigua colonia inglesa. Y que el plástico supuso una revolución, ya que facilitó el transporte del agua en vez de en cántaros, aumentó la explosión de colores en el paisaje con baldes, haciendo fila al sol y a sus propietarios lejos a la sombra. Actualicé mi carné de vacunas. Pero allí hay malaria, es un picotazo y tras-tras-tras. ¿Sus síntomas? Vómitos de perder veinte kilos, diarreas de perder lo que te reste y pesadillas. Ante cualquier picadura de mosquitos y de esas, de rascar y de que te haces herida, hemos rezado por nuestra vida viva. He tomado pastillas para ello y cada noche mi protocolo era dudar en meter la mosquitera bajo el colchón, o dejarla a ras del suelo, y he pulverizado la habitación de repelente de una manera intoxicante. He viajado con Valentín y dos voluntarias, enfermeras de profesión, las presento: Prado Sánchez y Paqui Serrano. Tuvimos varias reuniones pre-vias al viaje y otra chica que ya había estado nos contó que, a veces, a los niños se les ayuda a comer porque no saben, no tienen costumbre.

Viajamos de Madrid a Lisboa. De Lisboa a Maputo, diez horas y media, y 11.912 kilómetros, en el avión más viejo del mundo, es totalmente blanco, sin pegatinas en el exterior. Al llegar, cambiamos la moneda, un euro son setenta meticais. Viene a recogernos la hermana Berenice, colombiana, con su hábito blanco y una falda muy colorida, es la llamada capulana, tela muy típica que usan las mujeres para llevar a su hijo a la espalda. Nuestra primera incursión en la vida africana son cuatro horas de misa, hay treinta confirmaciones, los “crismandos”. Y no sé, mil personas asisten: mujeres, hombres, niños, y me fijo en sus facciones, en su ropa colorida, en su mirada que es curiosa como la mía, en cómo cantan de bien, en sus ofrendas camino al altar: dos gallinas muertas, una botella de Sprite de dos litros dentro de una cesta. Los niños pequeños nos miran, alguno se asusta. Volamos al norte a Nacala, a la cuarta ciudad más poblada de Mozambique, que tiene 164.309 habitantes, según Wikipedia. La hermana Berenice nos cuenta sobre los desnutridos porque ella también trabajó con ellos, nos los define como viejitos y que no temamos, si se trabaja con amor, todo está bien. Ella no olvida a un niño que llevaba a la familia, muerto en su regazo, mientras conducía. Ya en Nacala. Hay dos voluntarios más españoles, Ángela y Antonio de la ONG GAM Tepeyac (Valladolid), más las jefas, las hermanas colombianas Leonor y Teresa y la hermana Francisca de Jaén, que nos avisan del refrán: robar a un blanco no es pecado, así que debemos tener cuidado al salir. Si me roban mi móvil, vale para muchos el salario de un año. En el “Centro de Saúde María Pilar” empieza la rutina, de levantarnos a las 05.30 o de desvelarnos a las 04:00 con la llamada al rezo de la mezquita cercana, o por los coches o por los cuervos. Tengo una habitación y un baño individual. No tengo agua caliente. No se puede beber agua del grifo. Las hermanas tienen una máquina como de ordeño pequeño para potabilizar el agua y usan unas pastillas llamadas “certeza”. ¿Qué he comido? De todo, lo más original ha sido calabacín con anacardos, ya que Mozambique exporta muchos, y “sima” (maíz), es como un puré blanco que lo estrujan con la mano y lo usan como pan para la “matapa”, una crema hecha con cacahuetes, mandioca (yuca) y coco (no me ha gustado mucho). He probado huevo de pata, diarreas (muchas), papaya, corazón de buey (fruta ácida). El centro se divide en tres áreas: sanitaria, educativa y de nutrición. El horario de atención es de 06:30 a 12:00. Pasan consulta en la enfermería casi a 120 personas, los enfermos reservan el sitio la noche anterior, dejando en la puerta de la calle un solo zapato. La mayoría son chanclas. Está la “escolinha”, guardería para niños con edades entre cuatro y siete años. Son doscientas sonrisas y oigo: “¡Irmã!” (hermana), que muchos ¡me gritan! Y choco con ellos la mano. Nos reímos. Es contagiosa su alegría, es fantástica. Hay niños en la calle, los más aguerridos de quienes se acercan te dan la mano y se van corriendo riéndose, porque somos blancos. De este viaje me acordaré del descubrimiento de la piel blanca y de la piel negra, y de los niños de la “escolinha” que nos acariciaban el pelo y yo también tocaba sus cabezas, admirando sus coletas tan diferentes y tan originales. He ayudado en el grupo de los desnutridos: Saidi, Atamuchi, Fátima, Nando, Rubén, Dino, Shifa, Sidalia, Marçia, Maiçinha, Sonia, Atiça... Veinte niños de cero hasta tres años, que están allí para ganar peso, hasta que alcancen doce kilos. Tres días antes de volver a España, conocimos a Saidi. Un niño tan delgado. ¿Qué tal estará? —nos preguntamos— ¿La madre lo llevará al centro? Saidi. Saidi. El miércoles el centro tiene más rutina, hay que sumar el dispensario, que consiste en dispensar una taza de papilla y un pan por cabeza. Doscientas personas que se sientan en el suelo, la mayoría son mujeres que te miran y miro.

Ayudo o cargando la bandeja con las tazas o con el cesto lleno de panes, pero es difícil mirar, tengo mis ojos llenos de miedo y vergüenza y pena y soberbia. Aquí he visto una mujer con la mitad de su cara, un hombre con un brazo como sin hueso, un niño con el labio leporino sin operar, un hombre sin dedos. Esta es la labor de las hermanas, y de sus colaboradores, entre cuarenta que son: el guarda, los que trabajan la huerta, profesores, enfermeros, aprendices, cocineros, “las mamás” que cuidan de los desnutridos. Ellas son Cristina, Rosa, Aída, Florinda y Anxa, mis compañeras de trabajo en este mes. Anxa es la más joven y con ella he hablado más. —Quiero ir a España, contigo”, me dice a los dos minutos de conocerme. —¿Por qué si no te conozco? ¿Por qué quieres ir a España?, le digo. —Para ver la televisión, y me pregunta: —¿Son todas las casas bonitas en España? seguro que no hay pequeñas como aquí. Le contesto: —También hay pequeñas, en pueblos, en aldeas. Solo hay edificios grandes en las ciudades. Anxa me pregunta: —Si yo voy a España, ¿se me queda la piel blanca como la tuya, bonita?”. —No, le contesto, porque yo al venir no se me ha puesto como a ti. Le pregunto por cosas que me llaman la atención: —¿Por qué a los niños pequeños no se les besa —Los besos son para el hombre y la mujer, para los adultos, dice. Le respondo: —es cultural, porque en España se besa mucho a los niños. Y continúo, —¿por qué a los niños no se les cortan las uñas? Me arañan el cuello. Anxa me dice: —se cree que si al niño le cortan las uñas, de mayor va a ser un ladrón. —¿En serio? —Cultural, me responde. —Y ¿cómo lo hacen, para cortarlas? —Se las liman en el pecho de su madre o sino la madre, se la arrancan ella misma, con la mano, cuando están largas. Anxa también me enseña macúa, la lengua del norte. En Mozambique existen 26 dialectos. ¡Eijalí! (¿cómo estás?). Salama (estoy bien). Cajiquí eijalí, (¿y tú cómo estás?). Anxa a nanarra (Anxa es fea). Belén a rerra (Belén es guapa). No sé hacerme una foto con un niño desnutrido, no puedo sonreír a una cámara con un niño que no pesa. Mi regla de oro para sobrevivir es no comparar, hay que contextualizar, esta vida y este sitio. Es otro mundo. Me acordaré del lloro temprano de los desnutridos que al llegar se les sientan en los orinales, se les lava, se les ponen pañales, se les visten y se les da una papilla. La mitad juega, la mitad no. Llevaba razón la hermana Berenice cuando dijo que eran como viejitos. Ninguno habla. A las 10:00 se les da zumo, y un trocito de pan y a las 11.30 comen o un plato de macarrones o de alubias o lentejas o en puré si son más pequeños. Me acordaré de jugar con ellos, de sus risas y de su mirada quieta de los más enfermos. Y también de sus cuerpos quietos, como si hubiesen olvidado jugar. Su mirada te busca, ya no tiene su niñez, a veces creo que no la tuvieron, que la han perdido, pero no sé donde buscar. Es una mirada hipnótica, como si dijeran ¡mírame tú! La tristeza existe para mí, ignoro su edad. Viene la alegría porque veo la solución al instante, al verles comer su papilla, hecha con cáscaras de huevo, creo que frita, porque son una fuente de calcio, y ver cómo sus manitas agarran la taza y la meten en su boca, nariz, y casi ojos y sus cejas. Y tragan con esa voracidad. Un día cenó con nosotros el obispo de Nacala, español, Alberto Vera Aréjula, que lleva dieciocho años en África: “Venir a África no es cualquier cosa —nos dice—. Os daréis cuenta con el tiempo. Se dice que donde hay coca-cola, hay civilización”. Un día recuerda que en cincuenta y cinco kilómetros, no encontró ninguna. ¿Qué le impresionó de África al llegar? Visitar a una familia que tenía a un hijo enfermo de sida y lo tenían viviendo en el gallinero con las gallinas. Hay dos tipos de pobreza en África, la gente rural que siempre come lo mismo, mandioca. En el campo no existen niños desnutridos pero no tienen ni escuelas, ni hospitales. Y luego está el pobre de la ciudad, que su pobreza sí es de comida y de desprotección.

Hablamos del sida. En Mozambique un tercio de la sociedad lo padece. Le pregunto, ¿el problema de África, no es el hambre sino el sida? El problema de África no es ni el hambre ni el sida. El problema de África es el robo del primer mundo. Hablamos que se van diamantes, se va el carbón, el gas... De extranjeros que vendrán y construirán una fábrica, pagarán la comisión que sea al gobierno, incluso construirán un campo de fútbol y una escuela, vendrán ingenieros que ganarán miles de euros y se irán, contratarán ingenieros locales que con igual cate-goría cobrarán poquísimo pero se llevan la riqueza del país. En este mes he oído que aún que existe tráfico humano, del uso de personas albinas para rituales y que en la calle se les grita a la cara al verles, “¡dinero! ¡dinero!”, de casamientos prematuros acordados y de chicas que se acuestan por una capulana, por menos de tres euros, que se quedan embarazadas y ante eso dicen las hermanas que es una niña con otro niña, cuando se dan cuenta tienen veinte años y cuatro hijos. Que qué importante es la educación. Entre los voluntarios hablamos, en líneas generales, de que la mujer aquí no existe, que en las aldeas la mujer ya nace sometida, el hombre es quien domina. No existe el amor. La homosexualidad ni se contempla ¿Y la felicidad? nos preguntamos. Eso sí, sonríen mucho. Por las tardes hemos dado clases de español, hemos hecho recados, pintado una pared de la guardería con animales, visitado proyectos de otras congregaciones, jugado con niños de la calle. Escribo mi primera entrevista. —¿Dónde nació, hermana Francisca? —En Beas de Segura, provincia de Jaén —¿Cómo se llama? —Francisca de Asís Caño Hidalgo. Ella nació en 1951, tiene 67 años. Su padre era maestro de Torreperogil y su madre, de Úbeda. A los diecisiete se mudó a Madrid y nunca más regresó a Beas, pero le gustaría volver. Se formó como enfermera y pertenece a la congregación de la Obra Misionera de Jesús y María, también conocidas como las hermanas Pilarinas, son misioneras, casi 300 en todo el mundo, tienen residencias y guarderías en España. Y sus misiones están en Venezuela, Indonesia y Mozambique.—¿Cuántos años lleva en África, Hermana? —Veintitrés años en Nacala. —¿Qué es lo más le gusta de África? —Todo. Depende. La gente acogedora. —¿Qué recuerda de Beas de pequeña? —Tanta cosa. Iba a la escuela nacional. Beas es un pueblo muy bonito ¡Tiene unos paisajes! —dice. —¿Una comida de Beas? Migas, gachas, aceitunas. —¿Qué enfermedades trata aquí, hermana? —Sífilis. Malaria. Heridas tropicales. Quemaduras, cocinan con fuego.

Del conocimiento de enfermería de España, al trabajo de aquí no tenía nada que ver y de noche leía, estudiaba. —¿Está cambiando África, hermana? —Poco a poco. —¿Si volviera a nacer, volvería a ser monja? —Sí, pero para ser antes hermana. —¿Volverá a España? —Solo Dios lo sabe. ¿Cuál es su deseo, si pudiera desear dónde morir? —Yo no sabría vivir en España. Mi deseo es vivir aquí. Me gusta estar aquí. No quiero ser un peso. Un día, recuerdo que la hermana Francisca se iba de vigilia, desde las once hasta las cinco de la mañana. —¿Va a rezar por los voluntarios españoles? —le pregunto. Entonces se inunda el silencio. Hasta que la hermana responde. —Sí, dice. Siempre se reza por los pecadores. Explotamos a reír, desde entonces hemos sido el grupo de los pecadores, los voluntarios españoles. En un mes la experiencia que llevo está rica de imágenes, risas, pensamientos y conversaciones que me hacen crecer. Nos hemos percatado dado que el calor que sudamos tanto que ni pipí hacemos y que la cisterna huele peor cuando tiramos. Otra anécdota con la hermana Francisca fue que me dijo, entra. Y en el cuarto de baño estaba ella con una chica mozambiqueña vestida con un traje de novia. Me cuenta que tienen un vestido y que lo prestan, y que que antes tenían más. —¡No sabes cuántas mujeres se han casado con el mismo vestido, cientos! Si te acuerdas, me dice escribe a una casa de novias en España, para que nos manden unos cuantos y que sea de talla grande, la mujer aquí ya se casa después de haber tenido hijos. Le pido a la muchacha permiso para hacerle una foto, me lo otorga y le enseño cómo le queda. Le da más vergüenza que a mí la situación. Es curioso,. dice la hermana, que los mozambiqueños están serios en el día de su boda. Me acordaré de estar hablando los voluntarios, con historias venidas de la enfermería y de repente, ¡pom! se interrumpe, acaba de caer al suelo una manga, del árbol del Mango, del patio de nuestra casa. Una de esas historias que me cuentan es que en la cartilla, para marcar dónde han dado a luz, las mujeres tienen tres opciones: en casa, o de camino o en el hospital. Hay madres que vienen con los niños y responden que nació en la época de lluvias, pero no saben ni el mes ni el año. Otra historia vivida por mis compañeras es que fue una mujer que no sabía su edad y dijo que tenía treinta años. La hermana le contestó que no podía ser, al no hablar portugués le preguntaron en macúa. Entonces la mujer contestó que cincuenta. Tampoco podía ser. Acabaron preguntándole si tenía la menstruación, respondió que no y se estimó que tendría cuarenta y cinco años. Me gusta el ruido de la mañana, con el rezo de las hermanas, antes de desayunar, con el barullo de la escoba del guarda. ¿Qué más? He viajado en chapa (furgoneta pequeña), en la que sube y sube gente, nadie baja, viajan hasta de pie, con la cabeza agachada en un espacio de dos metros, como quince personas. ¿Qué es aquello que más me ha impresionado?, son los caminos en coche, viendo cabañas, esa antigua África de fotos de los años 80 que existe, todavía está. El asfalto es otra frontera. Abundan las carreteras, las calles y la aceras de tierra, las casas de adobe lejos de ciudades ¿Quién vive allí? ¿Van a la escuela tantos niños? Después de la independencia con Portugal (1975), Mozambique sufrió una guerra civil y se firmó la paz en Roma, el 4 de octubre de 1992. Este 11 de octubre de 2018, jueves, se celebraron elecciones municipales.

Es muy curioso que al votar, les tintan el dedo hasta la segunda falange, se vota así con la huella y también sirve como control. Hubo un vuelco electoral, pero no grandes disturbios. El partido del gobierno, la Frelimo, perdió. Ganó la oposición, la Renamo. Y la gente deseosa de conocer los resultados esperó en la puerta de los colegios y para dispersarlos tiraron gas lacrimógeno, justo había una cerca de casa así que he probado gas lacrimógeno. Recuerdo que iba a cenar y dijimos: ¡pica!, ¡pica el aire! Olí a humo, estornudé cuatro veces, la lengua la tenía como un cartón. Entré en el salón y la hermana nos dijo: “Es gas lacrimógeno”. Se pasó a los pocos segundo. De souvenirs a la familia, he traído artesanía de “pau preto” ébano y capulanas. ¿Más curiosidades? A los gemelos se les llama parecido, Felisardo y Felisarda. He visto el árbol del principito, el baobab, tan soberbio que dicen que Dios le castigó, por eso sus raíces están al aire. He visto cerdos tan delgados que parecían perros. Se ven camisetas del Barça, del Madrid y de las hermanas combonianas, con la frase: “Salvar África con África”. ¿Cómo estoy? Muy feliz de este viaje que he aprovechado para ver a los demás y un poquito a mí para crecer. Gracias a las hermanas Leonor, Francisca, Carmen, Custodia, Teresa, Berenice, Olinda, Juliana y Mercedes. Gracias a Ángela, Antonio, Paqui, Prado y Valentín. Y gracias al periódico, toda acción de voluntar-iado conlleva una devolución a la sociedad. Gracias.