“Es una obra que busca que la tradición oral de Jaén no se pierda”

Olayo Alguacil

07 abr 2019 / 11:40 H.

Hay que mantener con vida las costumbres de la provincia. Esta es una premisa que Olayo Alguacil, autor de “Reviviendo el pasado con la tradición oral”, entre otras obras, tiene grabada a fuego en el corazón, por lo que utiliza la tinta de su fina pluma para fijar, de alguna manera, la tradición oral que ha recopilado de Pontón Alto —aldea que antaño perteneció a Pontones, que se dividía en Pontón Alto y Pontón Bajo, y que, en 1975, tras la unión con Santiago de la Espada, conforma un mismo núcleo poblacional: Santiago Pontones—. La cultura que pasaba de boca en boca entre los vecinos de Jabalquinto y la Estación Linares-Baeza también tiene un hueco en la obra por la estrecha vinculación del autor, a través de su labor como docente, de estos dos municipios. En definitiva, se trata de una compilación de refranes, coplillas y adivinanzas que no es la única, puesto que, sobre la temática, Alguacil ya tiene tres publicaciones. En definitiva, se trata de un arduo labor de bastantes años que por fin ha dado sus merecidos frutos.

¿Qué se encuentra el lector cuando decide enfrentarse a “Reviviendo el pasado con la tradición oral”?

—Refranes, coplillas, romances, historias y adivinanzas. Todo un compendio de información que, antaño, se transmitía estrictamente de manera oral entre los jiennenses, en concreto los de Pontones, Jabalquinto y la Estación Linares-Baeza, y que ahora se puede revivir en este libro.

¿Cómo y cuándo echó a andar el engranaje hasta que llegó a este proyecto literario recopilatorio?

—Empecé en los años 90, cuando Manuel Urbano me encargó un trabajo de transmisión oral para El Toro de Caña, que era una revista sobre cultura tradicional, aunque tuviera mil y pico páginas, de la Diputación Provincial. Entonces, hice el trabajo en Pontón Alto y me dieron 500 separatas que repartí por el pueblo. Esto sirvió de motivación para los vecinos, que veían cómo su trabajo estaba reflejado en la publicación, por lo que más tarde recogí más de mil cosas entre historias, refranes y coplillas.

¿Por qué aparecen entonces otras poblaciones como Jabalquinto o la Estación Linares-Baeza?

—Gracias a mi época de docente en Jabalquinto. Como tenía cinco alumnos, hice el mismo trabajo que había hecho el Pontones, pero con ellos. Por otro lado, tuve un compañero que, en la primera mitad del siglo pasado, tuvo un abuelo que era barbero en la Estación Linares-Baeza. Cuando vio lo que yo hacía me dijo que en una papelera había encontrado un cuaderno en el que su abuelo apuntaba y copiaba todo lo que decían los clientes de la barbería, desde refranes hasta adivinanzas. De todo. Entonces, con lo que recogí en Pontones, lo que saqué de Jabalquinto y con el cuaderno del abuelo de mi amigo de la Estación, tenía un montón de material, por lo que hice, en dos o tres ocasiones, más publicaciones en El Toro de Caña. Por entonces, como ya tenía obras a título personal, incluí más material en ellas.

¿Cuántos libros ha escrito sobre la tradición oral tiene publicados?

—Tres, y como aún así me había sobrado tantísimo material, ya que participaron más de 100 personas de Pontones y algunas ya estaban muertas, pues pensé que como homenaje a todas ellas iba a hacer uno, y así fue como surgió el libro “Reviviendo el pasado con la tradición oral”.

Supongo que lo que persigue con estas publicaciones es que no se pierda esa tradición en Jaén, ¿no?

—Exactamente. Como eso no se encuentra escrito y es algo que me lo han transmitido a mí los vecinos de Pontones, que antiguamente se reunían en la puerta de las casas, pues se inventaban coplillas y refranes que yo muestro en la obra. La gente joven no saben nada de eso, pero los mayores fueron los que me dieron toda la información. Pero sí, lo que se pretende es que eso, que simplemente se transmitía de forma oral, no llegue a perderse con el paso de los años.

Se trata de un trabajo que requiere una labor de documentación muy grande, ¿cuánto tiempo le ha llevado recopilar todo el material?

—Comencé en 1997, como te comentaba antes, cuando Manuel Urbano me encargó el trabajo. Desde entonces y hasta 2013 no he parado de recopilar material. En Pontones hablé con más de 100 personas y luego tenía también el diario de José Fernández, que era barbero en la Estación Linares-Baeza. Cuando me encargaron publicar en El Toro de Caña aproveché y le pedí a la gente que me contara adivinanzas y coplillas. Me dieron 500 separatas y organizamos un acto de presentación en Pontón Alto al que acudieron muchísimos vecinos. Eso los motivó y, cada vez que me veían, me contaban más historias y me daban material. Tenía tal cantidad que lo gestioné y dosifiqué en diversas publicaciones en la revista El Toro de Caña y en tres propias, que son “Romances de Ciego” y “Útiles y aperos tradicionales”. Con el material sobrante, nació el último de los libros.

—¿Ha tenido la obra buena acogida en la provincia o, sobre todo, en los municipios que hay reflejados?

—En la Estación Linares-Baeza y Jabalquinto no mucha, aunque se vende en Entrelibros, de Linares. La acogida la he visto sobre todo en Pontones, puesto que la gente que visita el pueblo que se fueron hace muchos años de sus aldeas son los que normalmente se llevan el libro. Y es que, al fin y al cabo, lo queda reflejado en la publicación lo que ellos mismos han vivido, la vida de su época.

¿Algún ejemplo ilustrativo de lo que se incluye dentro de “Reviviendo el pasado con la tradición oral”?

—Si. Hay muchos. Por poner uno, hay un bloque del libro que habla de cuando una pareja de enamorados empezaba y uno de ellos era viudo. Lo que pasaba entonces es que, por la noche, iban con él tocando el cencerro y cantándole coplillas. Eso es lo que son las ‘cencerrás’, y la verdad es que en el libro aparecen muchas. Otro también es que una de las diversiones del baile la protagonizaba el acordeón, por lo que los músicos se inventaban un montón de coplillas. También se habla de que, como no había agua en las casas, iba la gente a la fuente con el cántaro y ese era el momento de aprovechar para los hombres que querían encontrar novia, ya que eran las mujeres las que solían ir a por agua y a lavar al río.

¿Cómo es la estructura del libro?

—La obra cuenta, en total, con cinco capítulos. En el primero de ellos me centro las coplillas, que son composiciones de cuaro versos. Hay más de 500 divididas en 34 bloques en función de lo que tratara cada una de ellas. El segundo está dedicado íntegramente a Jabalquinto y lo hice más bien para los chiquillos a los que les daba clase. Es muy didáctico y en clase explicaba, por ejemplo, lo que era un romance. En el tercero me centro en diversas manifestaciones religiosas que se dan en la provincia, en las que incluyo, por ejemplo, oraciones que se inventaron en Jaén. En el cuarto están reflejos refranes, dichos, costumbres y fraches hechas. Por ejemplo, una que se había cuando un muchacho de Pontones se ponía novio con una chica de fuera del pueblo. Cuando él salía para ir a verla, se cogía una teja. Entonces, delante de ella, se decía: “Paga o rompe la teja”. Que la rompieran era una deshonrra para la mujer, por lo que normalmente lo que tenía que hacer el chaval era invitarlos a todos a comer. El quinto y último está compuesto por más de cien adivinanzas.

¿Ha colaborado de forma externa para otras instituciones gracias al trabajo realizado en Pontones?

—Sí. En la Universidad de Jaén hay un proyecto sobre el tema que se llama “Corpus de literatura oral”. Ahí aparecen los audios y los romances tal y como los contaron en aquella época. Adivinanzas, oraciones, coplillas y romances. Todo eso está ahí, por lo que es otra vía por la que se ha ampliado el trabajo. También se han puesto en contacto conmigo dos autores de Murcia para pedirme información y con la Universidad Popular de Albacete también colaboré.

¿Un último apunte acerca de ella?

—Tanto los audios como las ilustraciones y lo que se refleja en el libro está ahí gracias al material que la gente me ha facilitado. Por hablar de un detalle, en la foto de portada, de Juan Cuadros, aparece retratado Serapio en la aldea de Vites, una en las que se hace lo que se conoce como el aguardiente carrasqueño en la zona.