Para estómagos contentos
La cocina de la feria incluye, además de los clásicos, auténticas delicatesen que resultan inolvidables
Algo tendrá el agua cuando la bendicen. Pues la comida de feria, también. Si los ingredientes están a la vista, basta con una fugaz mirada para que se te haga la boca agua, porque todo lo que se ve es gloria bendita de primera calidad. Y si no están a la vista, el olorcillo de las cocinas cumple perfectamente su misión. En la feria, en general, se come bien y bueno. Suele ser mucha la pericia, experiencia y habilidad de los cocineros para llegar de la mejor manera a todos los paladares. Es normal que la oferta se repita de una caseta a otra, sobre todo en los platos clásicos, como las sempiternas y riquísimas migas con torreznos, el arroz al estilo de cada cual, el chorizo, la morcilla, el jamón serrano y del otro, los calamares fritos, el queso... Pero, tras los clásicos, hay todo un mundo de delicatesen en pequeños bocados, donde entran, por ejemplo, la ensalada de salmón y aguacate o la de mejillones. En las casetas se puede disfrutar de delicias como twister de gambas, tartaleta de hojaldre de jamón, carrillada en salsa, berenjenas a la miel, salmorejo casero, mojama, habitas con jamón y huevo, gamba blanca, langostinos y un sinfin de exquisiteces regadas con buenos vinos, rica cerveza, refrescos, rebujitos, finos, manzanilla... y hasta cubatas.