“Venció los últimos arañazos de su enfermedad, que le dio el manotazo”

11 jun 2018 / 08:00 H.

Hace veinte años preparaba, en una revista local, una entrevista a dos miembros de la familia Lozano Romero: al padre, José Lozano Vega, y al hijo, Antonio. En 2018, por primavera, vuelvo a recordar aquella conversación y aquel diálogo socrático envuelto en la ausencia de ambos, y con la presencia de su hijo, Pepe. Me lo ha traído a colación el adiós del patriarca familiar de la calle de Abad Palomino, que compartió muchas tareas con mis antepasados agricultores. De arrendador y labriego de sus tierras, a la aparecería entre ambas familias. Siempre que me topaba con su persona en el paseo de los Álamos, me venía a la mente a esas personas que constantemente rezuman el carácter y la tradición de los agricultores de la ciudad de la Mota; mantenían la esencia y la sabiduría de los labradores de la Sierra Sur, eran la quinta esencia de los zahoríes aldeanos, con su libro oral de recetas y máximas filosóficas de lo cotidiano, y su catón agrícola para las actividades relacionadas con la naturaleza. Y todo ello envueltos en un espíritu conformista, en el buen sentido de la palabra, del sino, senequismo andaluz.

Siempre que me encontraba con Pepe, me aportaba, para cada momento, un mensaje conformador de sus actos. Escrito en cuartetos o pareados conversacionales que daban sentido a sus aseveraciones y posturas vitales. No me extrañaba que no necesitara calendario, zaragozano, porque le sacaba el primer pareado a cualquier momento, ocasión o estación. Recuerdo de esta entrevista aquel referido a la aceituna: “Nace por San Juan, y muere por Navidad”. Una frase impresionista y acertada de sus labores agrícolas, centrándose en el olivo y su laboreo. Y nunca me olvidaré de los dichos del mes de abril y mayo, cuando escribía aquella. “Si para el uno de abril el cuchillo no está aquí, o el cuchillo se ha muerto, o el moreno no está aquí”. Y concretado y referido a los espárragos trigueros, que dividían estos dos meses claramente. “Los espárragos de abril, para mí. Mientras que los espárragos del mes de mayo, para mi caballo”.

Y ahora, cuando cogió la maleta de la otra vida, recuerdo muchas frases relacionadas con toda la fauna animal de la comarca, desde los mulos de los apareceros, “La cuesta arriba no quiero mulo, la cuesta abajo, yo me la subo”. “Más vale burro que ande, que caballo loco”. Y, aquella filosofía del camino. “Coge la cuesta como viejo, y llegarás nuevo”. Una manera de vivir no estresante y muy esclarecedora de su prolongada vida.

Y, nonagenario, celebró su segundo año en medio de su prole de hijos, nietos y biznietos, habiendo vencido los últimos arañazos de la enfermedad repentina, que le dio el último manotazo dos días después. Estaba claro que su filosofía vital le hizo resistir. Su corazón, no en balde, declamaba. “Ya se está poniendo el sol y la sombra en los terrones, se angustian los amos y se alegran los peones”. Se entusiasmaba con algunos dichos plenos de esencia solidaria. “Un grano no llena un granero, pero ayuda a su compañero”. Y nos dejaba parados con algunos otros refranes como “La viña y el potro que la críe otro”. Muchos eran muy conocidos por todos, otros variantes críticos de los vicios rurales, como: “El que muchos juncos abarca, pocos arranca”.

Y todo lo barnizaba con ese gracejo de los poetas populares, que con su deje pueblerino y su octosílabo espontáneo, atraía a sus interlocutores y los embelesaba con miles de anécdotas que recordaban otros tiempos de miseria, escenas de picarescas o de ingenio obligado. Como cuando decía: “No te preocupes, ya vendrá quemearte”.

Y transcribo, aquel último párrafo de aquella entrevista para despedirme: “El campesino es un compendio de la experiencia con la sabiduría para afrontar todas las situaciones de la vida en medio de un gracejo estoico que supera todas las dificultades. Y, en medio de este sentido peculiar de afrontar las situaciones, a su señor “sanjuanero”, forjado con la solidaridad para con los débiles. Que él lo acoja entre sus brazos”.