y generosa”

31 mar 2019 / 08:00 H.

Han pasado ya varios días desde que te marchaste y todavía no asimilo que ya no volveré a escuchar, ¿Qué tal, Manolo, cómo estás?, saludo que me ofrecías, siempre, cuando nos veíamos.

Amiga Lola, por qué te has marchado de esta forma rápida, sin avisar, sin despedirte, sin mostrarnos esa inigualable sonrisa que ofrecías y tu singular humildad, don extraordinario que repartías a borbotones entre todos los que compartíamos tu amistad. Sí, esa amistad que me ofreciste hace muchos años y que, con la que también me regaló tu esposo Luis, me sentía tremendamente feliz y afortunado.

Tus dotes doña Lola, así le llamaban en el Colegio “Vera Cruz”, de educadora, de maestra, como a ti te gustaba que te llamaran, se dejarán notar entre compañeros, amigos y tus siempre queridos alumnos, a los que ofrecías tus vivencias y tus conocimientos para llevar, a estos últimos, por el camino adecuado para que el día de mañana sean los hombres y mujeres que la sociedad necesita en todos los aspectos.

Lola era una mujer vitalista, correcta, con hondas creencias religiosas, dándole a su vida el sentido trascendente de una forma clara y real. Con su esposo Luis, y también con sus hijos, compartía amor y cariño no perecederos y todo el tiempo de mundo. Su discreción siempre me llamó la atención, en tantos y tantos lugares donde la vi junto a su esposo, no porque estuviera en un segundo plano, porque Luis no lo hubiera consentido, pero sabiendo el lugar que le correspondía, aunque siempre cerca de él y con un comportamiento excepcional y ejemplar, como el que corresponde a una gran mujer que compartió su vida con un gran hombre.

Lola fue de esas personas que ayudaban al prójimo, como mujer cristiana, sencilla y humanitaria que era. Se nos ha ido una gran persona, de esas que siempre decimos que Dios las quiere a su lado, y aunque aceptamos su voluntad, estoy seguro que en este mundo en el que vivimos con tantas ingratitudes, violencia, inconformismos, luchas sin sentido... Lola también hace mucha falta aquí entre nosotros.

Ahora, cuando ya disfruta de la compañía del Padre Eterno, seguro que le ha ofrecido los grandes valores que tenía como excepcional persona, sus querencias, su filosofía que le hizo ser como era, pero, sobre todo, su alegría de haber vivido lo que ha vivido y cómo lo ha vivido, aún sabiendo que aquí, además de su familia y los amigos que la queríamos, ha dejado mucha tristeza y desolación por su prematura ausencia.

Los que la conocimos sabemos que, en ese quehacer y lucha diaria, su escudo era la templanza y su espada, la bondad; su yelmo, la sonrisa; su peto, la nobleza y sus botas, la generosidad. En ella no había lugar para la hostilidad, la aspereza o el enfrentamiento. Jamás, al menos es lo que pude comprobar cuando conversábamos, tuvo rencor, pero sí una verdadera riqueza de sentimientos, un rostro alegre y risueño con palabras acogedoras que daban gozo y sosiego al que las escuchaba, porque todo eso fue lo que sembró mientras Dios le permitió que estuviera entre nosotros.

Ahora, como siempre digo, desde un lugar donde no hay envidia, rencor, odio, ni dolor, amiga Lola, acuérdate de tu madre, Carmen, de tu esposo Luis, que solo proclama lo buena que eras, y a tus hijos, Carmen y Luis, que notan tu ausencia y no pasan un solo segundo sin pensar en ti. Ellos necesitan de tu fuerza para seguir caminando en este mundo. Como al cielo has llegado con tu alma limpia, disfruta de la presencia del Cristo de la Vera Cruz y de su santa Madre la Virgen de los Dolores, a los que tanto querías, como creyente, católica y por estar vinculados a la Benemérita durante 75 años, y en cuyo acto de celebración estuviste presente. DEP, amiga, Lola. Los que te quisimos y te queremos, rezaremos por tu alma. Paz y bien.