Adiós, al último “Pescarranas”

01 mar 2018 / 08:00 H.

Una fría mañana del 5 de febrero de este 2018, en su cama, tranquilo, y en compañía de sus seres queridos, nos decía adiós Eugenio Moya Expósito (Jaén, 18-02-1941). Se fue, como había vivido en una sempiterna lucha para lograr el bienestar de su familia y contra la enfermedad silenciosa.

Esa mañana no solo se fue mi padre, nos dijo adiós para siempre el último “Pescarranas”. Eugenio, nació en el seno de una familia humilde, de cinco hermanos, en pleno corazón de la judería capitalina, junto a la Plazoleta de los Huérfanos, donde se crió en la posguerra de la civil española, como le gustaba decir, “pasando muchas fatigas en el año del hambre”. Hijo de Ramón Moya Gil y Gloria Expósito, pronto acompañaría a su padre y a su tío Manolo, apodados los “Pescarranas”, en sus faenas de pesca por los ríos y charcas de Jaén. Según relata en su libro “Dichos y Frases de Nuestro Jaén”, Manuel Palacios Zamora, sobre personajes, cosas y causas, mi abuelo Ramón y su hermano Manolo tenían acordado con los laboratorios del doctor Vena, en Coca de la Piñera, y el doctor Arroyo, en Almendros Aguilar, un precio pactado que los provisionase de ranas vivas, necesarias entonces en el Hospital San Juan de Dios, para la prueba del embarazo.

Hasta 1959 que se inauguró el Hospital Clínico Doctor Sagaz, solo se podían realizar las pruebas con ranas vivas a las que se les inyectaba la orina de la supuesta embarazada, el resultado de muerte del batracio era entonces motivo de alegría, por el estado de buena esperanza. Muchos de los que ahora lean este obituario habrán sido gestaciones reconocidas por la prueba de las ranas que pescaba mi padre. Eugenio fue un alumno aventajado de la vida con los dos maestros, ya que pisó más las charcas, ríos y riachuelos que pupitres y escuelas. Tan conocidos eran en el Jaén de antaño que acuñaron la conocida frase jiennense: “Más fresco que los Pescarranas”, por lo mojados que siempre estaban.

Eugenio pasó la juventud entre ríos y tabernas donde también vendían los excedentes de la pesca de la rana, por ser sus ancas un exquisito manjar. También me enseñaste cómo andar de noche en los ríos y cómo pescar los barbos con las manos. Nunca se me olvidará. Con los años ahorró para comprarse una moto Derby “tricampeona”, con la que llegaba hasta el pueblo de La Guardia donde conoció a mi madre, Purificación.

Fue llamado a filas y se alistó en la unidad más condecorada y con el historial más heroico: el Tercio Duque de Alba, segundo de la Legión de Ceuta, de donde siempre se sintió orgulloso de ser caballero legionario y pertenecer al Ejército español. Ya de regreso, se casó con mi madre, Purificación, y se fueron a vivir a la calle Santa Clara de Jaén, donde nacieron mis hermanos Puri y Eugenio. Nunca le vino grande la vida al Pescarranas, pues empezó a trabajar como mozo de carga en Transportes Pascual y, al poco, fue llamado para trabajar con Transportes Cobo, en Núñez de Balboa.

Eugenio Moya no abandonaría jamás laboralmente la empresa de los hermanos Cobo, tanto es así, que fue elegido, junto con su familia, para ser los guardeses en la nueva nave que inauguraron en el Polígono Industrial de los Olivares. En esa nave, junto a la de gaseosa La Revoltosa, nacieron mis hermanos Antonia, María del Mar y la pequeña María José.

Mi padre, un hombre hecho así mismo que no cesó de buscar otras alternativas laborales y siempre compaginaba con su otra pasión, el campo, la jardinería y las labores agrícolas. Al tiempo, le asignaron una vivienda de Protección Oficial en Santa María del Valle, donde la familia se mudó e instaló su residencia definitiva. El Pescarranas había conseguido el sueño de su vida, salir de la pobreza con su propio esfuerzo, mantener a su mujer y seis hijos, y tener su propia vivienda a su nombre. Su pasión por el trabajo lo llevó a transportar la mítica estatua del caudillo Francisco Franco que fue instalada junto al entonces cuartel de la Policía Armada, dos meses antes del fallecimiento del dictador. Me constaste que esa noche conociste al que veinte años más tarde sería tu consuegro. En mi retina aún mantengo el primer viaje que hice contigo, apenas con doce años, a bordo de un Pegaso 1.090 Comet, hasta La Herradura, en Granada.

Escalar el antiguo puerto Carretero, atravesando Campillo de Arenas, Noalejo, y avistar la venta El Zegrí sobre el motor de un camión de transporte de largo recorrido, en una cabina ardiente, y con el olor a gasoil impregnado en la piel, resulta imposible de olvidar. Recuerdos de infancia, de tus amigos transportistas como El Pecas, La Bruja, Locomotoro, Eliche y tantos otros que siempre tuviste en alta estima. En La Guardia encontraste tu segunda casa, pues siempre conseguiste unir a la familia materna en las vacaciones de verano, con nuestros tíos el Quico, Rafi, Sebastián, Jeroma... Años en que los familiares venidos de Barcelona nos traían aires de modernidad con los discos de Bonie M y pantalones de campana. Vacaciones inolvidables en el río Guadalbullón, con paella en la antigua Florida. Recuerdos en blanco y negro.

Hiciste grandes amistades en el Puente Tablas y en Cerro Molina, donde pasaste gran parte de tu jubilación, disfrutando de tu pasión por la jardinería. Nunca escuché una palabra de desaliento salir de tu boca, incluso cuando la enfermedad silenciosa encontró en ti a un rocoso enemigo. Conseguiste formar una familia de la que sentirte satisfecho y celebrarlo en vuestras bodas de oro, con tu fiel compañera de viaje, mi madre Purificación. Cuánto daría por que el 18 de febrero que era tu cumpleaños, me hubieses ayudado, como siempre, a podar la parra de mi casa donde reposaran parte de tus cenizas y que tantas veces hemos compartido con barbacoas, cumpleaños, fiestas y reuniones familiares. Me enseñaste tanto, que nunca podré agradecértelo. Papá te fuiste una fría y húmeda mañana, dejaste a una familia que nunca te olvidará, hijos y nietos que se sienten orgullosos de haber tenido a un padre y abuelo de tu talla. Hemos perdido a una gran persona y un mejor padre, pero Jaén ha dicho adiós al último Pescarranas.