Una pastira “de etiqueta”

Rosa Cristina Galián Rico, hija del matrimonio, viste el traje típico femenino de Jaén desde su más tierna infancia, cuando se convirtió en imagen de una firma aceitera jiennense

17 feb 2019 / 12:37 H.

Tener la costumbre de regalar aceite es, entre los jiennenses, una práctica tan habitual que, por sí, no merecería la más mínima atención mediática. Se hace de toda la vida y a nadie sorprende. Lo que no es habitual, desde luego, es que la etiqueta del zumo de aceituna en cuestión esté protagonizada por la hija de quien se decide a obsequiar a su familia foránea o a una buena amistad con el producto estrella de Jaén. Ese es el caso de José Galián y Rosa Rico, a quienes el destino parece haberles premiado su incondicional querencia por la tierra que los vio nacer y hacerlo de una forma tan particular y llamativa. “Un día, allá por el año 2000, me encontré en ‘mi’ calle de Hurtado una furgoneta con la postal de mi hija Rosa en grande, que anunciaba Aceites La Pastira, la fabrica que hay en la carretera del Puente de Jontoya, y desde entonces regalo esa marca”, afirma el cronista, escritor, pregonero y articulista nacido en el castizo barrio de San Ildefonso, en el que, precisamente, se ubica la calle a la que hace mención y que no es otra que donde estuvo, largos años, la sede de la Cámara de Comercio e Industria de la Ciudad de Jaén, donde prestó servicio a lo largo de su dilatada carrera profesional, casi siempre en un despacho cuya ventana asomaba a esa vía urbana y que, hasta la década de los 90 del pasado siglo XX, fue punto de encuentro del universo cofrade local.

No solo eso, no. Galián, a la hora de hacer llegar aceite de aquí a la persona que estima, se preocupa de acompañar tan preciado regalo con unos “folios explicativos” a través de los cuales acerca la figura de la pastira y el chirri —trajes propios del folclore local— a quien recibe el aceite, de manera que pueda disfrutarlo al completo incluso desde la etiqueta de la botella o lata.

Una sorpresa que aumenta —y mucho— cuando el matrimonio certifica con sus palabras que quien le pone cara al obsequio no es otra que su propia hija Rosa Cristina, actualmente vecina de Madrid pero muy apegada, por tradición y por convicción personal, a las costumbres de su tierra natal, lo mismo que Belén, la benjamina de la casa. Ambas visten el traje femenino por antonomasia del San Reino desde sus más tiernas infancias, y no es difícil advertirlas en las fotografías tomadas durante la procesión de la Virgen de la Capilla, cada 11 de junio, de años atrás, cuando residían aquí. No en vano, José Galián pertenece a la cofradía de la patrona desde siempre, y esa devoción ha calado profundamente en los miembros de la familia: “En los años 80 formé la Corte de Honor de la Virgen, compuesta por pastiras y chirris nos folios explicativos que te enviare desde Jaén a amigos de España y extranjero desde Torremolinos y donde voy. Conseguí un censo de más de doscientas cincuenta fichas con datos de mujeres y hombres de Jaén que tenían los trajes típicos” evoca, y añade: “Dimos muchas bandas e impusimos muchas medallas a pastiras y chirris”. Una vez abandonada la junta de gobierno de la hermandad, Galián y su esposa –camarera de la Virgen también durante largo tiempo—, mantienen vivísima su vinculación devocional a la alcaldesa mayor de la capital del Santo Reino, cuya devoción —al igual que las bondades del aceite de oliva jiennense o las singularidades de los trajes típicos de la ciudad— divulgan allá por donde van.

Tanto aman eso que, entrañablemente, se conoce como “las cosas de Jaén” que los dos disfrutan, se recrean con el lenguaje a la hora de describir las piezas que conforman estas inmemoriales vestimentas como si, al hacerlo, desgranaran la belleza sobrecogedora de los detalles que pueblan una fachada gótica: “Corpiño, falda, refajos, medias, enaguas, pololos, zapatos, pañuelo rojo, rodetes, cruz, aboyana...”, detalla la pareja.

Casualidad o causalidad, lo que está más que claro es que sentirse tan jiennenses como lo hacen los Galián Rico y que una de sus hijas sea la imagen —ahora, mucho menos evidente— de una aceitera local resulta, cuando menos, algo digno de ser resaltado.