Una gesta inaudita

Felipe Castillo, natural de Castillo de Locubín, fue uno de Los últimos de Filipinas: los 33 soldados que durante 337 días defendieron la bandera de su país en la iglesia de Baler, a pesar de que aquel ya no era suelo español

11 dic 2016 / 11:23 H.

Ajeno a toda lógica militar y a cualquier razonamiento, uno de los episodios más increíbles de la historia del país fue el protagonizado por “Los últimos de Filipinas”. Y aunque muchos piensan que esa es tan solo una expresión que se utiliza para apelar a los tardones de turno, aquel medio centenar de soldados, liderados por el teniente Saturnino Martín Cerezo, existió y está en los libros de Historia. De hecho, uno de ellos era de Castillo de Locubín: Felipe Castillo.

“Realmente fue el último de ‘Los últimos de Filipinas’, el más longevo, ya que falleció en 1964, con 86 años”, recuerda su bisnieto, Enrique Castillo, que no ceja en su empeño de investigar una historia que todavía, entiende, está muy viva.

Ya de pequeño, el relato del sitio de Baler que le hacía su bisabuelo lo dejaba embelesado. Cuando llegó el año 1898, apunta, su vida cambió radicalmente: no había ido nunca más lejos de Martos, Castillo de Locubín y Alcaudete, recuerda su familiar, cuando lo llamaron a filas. Como otros muchos de los que después fueron sus compañeros, no tenía las 2.000 pesetas que hacían falta para librarse del que era un deber con la Patria, por lo que fue destinado a la ciudad filipina de Baler: “El camino fue arduo, e incluso tuvo que hacer más de 200 kilómetros a pie hasta llegar a su destino”.

Al principio vivió un tiempo de paz, pero luego los movimientos independentistas se fueron radicalizando. Fueron emboscados y se metieron en la iglesia del pueblo el 30 de junio de 1898. “En total eran 57 y llevaban víveres, pero no para tanto tiempo como pasaron finalmente. Así, al poco llegaron las enfermedades, entre ellas el beriberi por la falta de vitamina B1, que fue terrible para los soldados. Muchos de ellos no sobrevivieron. El resto, aconsejados por el médico, salieron a huertos cercanos y se batieron contra los rebeldes tagalos para coger alimentos frescos e incluso semillas que plantaron en el patio de la iglesia. Pero el hambre acuciaba, a pesar de que por las noches salían para alimentarse de lo que pillaban, por lo que, incluso, se plantearon el canibalismo”, manifiesta Castillo con la voz quebrada.

Aunque el Tratado de París recogía el alto el fuego firmado entre España y Estados Unidos en agosto de 1898, salieron el 2 de junio del año siguiente, 337 días después de su entrada. En ese tiempo, sufrieron numerosos ataques, con intentos de destruir la iglesia a cañonazos, incendios o el agua caliente que tiraban los rebeldes sobre ellos: “Y lo curioso es que muertos españoles por disparos fueron muy pocos —en la mayoría de los casos fallecieron por enfermedades—, pero en el caso del otro bando fueron cerca de 2.000”.

Luchaban, así, en lo que creían que seguía siendo la colonia de Filipinas porque, entre otras cuestiones, desconfiaban de las noticias que les llegaban de los parlamentarios. Fue ya al leer una información entre un montón de periódicos dejados por uno de ellos cuando se convencieron de que no era una estratagema y capitularon. El por entonces presidente, Emilio Aguinaldo, aceptó sus condiciones y firmó un decreto en el que permitió su regreso a España.

“Primero fueron a Manila, donde en el caso de mi bisabuelo estuvo hospitalizado durante 20 días, y de ahí fueron a Barcelona, donde los 33 supervivientes se hicieron una fotografía en el cuartel Jaime I. Ya cada uno volvió a su sitio”, explica Castillo.

Su regreso a casa fue toda una sorpresa. Nadie tenía conocimiento de que “Los últimos de Filipinas” seguían vivos y, de hecho, la familia había oficiado un funeral por su alma y guardado riguroso luto. “Fue su padre, Cristóbal, el que un día vio en un periódico la noticia donde venía la relación de los supervivientes. Días después fue el reencuentro”, afirma.

También entonces volvió a su rutina en el campo, se casó y tuvo 7 hijos. Ya fue en 1908 cuando le otorgaron, como al resto, una pensión vitalicia de 75 pesetas, lo que suponía 2,5 diarias. También fueron muchos los reconocimientos, como el otorgado por el general Francisco Franco en el año 1945, en el que lo nombró Teniente Honorario por la gesta de Baler; el general que rindió José Bono, donde se mostró la bandera que ondeó en la iglesia, o los realizados durante este 2016 por parte del Ayuntamiento, con la ubicación de un mausoleo con el que se le consideraba héroe de España. “A ellos se suma la calle que tiene en Castillo de Locubín, y ahora estamos pendientes de ver si podemos conseguir que el Rey, Felipe VI, otorgue al destacamento la laureada de San Fernando, la máxima distinción que ya se concedió para dos de sus integrantes”, indica el familiar.

Entre sus objetivos y el de todos los descendientes de “Los últimos de Filipinas”, en contacto a través de las últimas tecnologías y las redes sociales desde hace años, está el de seguir investigando y dando a conocer una historia que, puntualiza, está “viva y abierta”: “La gesta se estudia en los libros de texto —y yo he trabajado como profesor de Historia— pero el hecho concreto de los de Baler se narra de puntillas. Incluso, dentro de la misma familia hay miembros que a lo mejor saben que Felipe Castillo estuvo en la guerra, pero nada más”. Su objetivo ahora es, así, el de seguir en la línea en la que han trabajado en los últimos años. “Aquí el tema está en que muchos de los supervivientes, a su regreso, fallecieron en la miseria y la desdicha. Ese fue el caso de uno procedente de Málaga, al que ahora se recuerda, pero que sin embargo no tuvo con la pensión para tener una vida digna”, dice. Ese fue el motivo por el que durante años hubo un “silencio” que se rompió con motivo del centenario: “Ese fue el punto de inflexión y cuando comenzó a moverse todo. Y vamos a seguir en ello para ampliar el conocimiento sobre los de Baler”.

En el caso particular de Enrique Castillo, ha publicado hasta el momento dos libros: el primero, de 2012, lleva por título “Regreso a Luzón” y se basa en la historia de los 33 soldados españoles, y el segundo, de 2015, es “Regreso de las colonias”, donde también rinde homenaje a los que defendieron en Cuba y Filipinas la bandera española en el final del Imperio Colonial.

Ahora se encuentra pendiente de que vea la luz, durante el próximo 2017, la que será su tercera novela. En un principio, su intención es que el título sea el de “33 héroes en dos puntos extremos de un eje”, donde se incluyen algunas novedades: “La intención, con este tercer trabajo, es la de contar cómo fue todo el proceso. Cómo fue la vida de ‘Los últimos de Filipinas’ antes de que los destinaran a Baler, durante su estancia y el asedio a la iglesia, y después, a su regreso a España”. Un trabajo, sin duda, en memoria de su bisabuelo, al que la vida tenía guardado un giro repentino que le hizo figurar en todos los libros de historia.

Sobre “el lugar” de Baler
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Baler es un municipio de los denominados de segunda clase, que se encuentra ubicado en la provincia de Aurora, de la que es su capital, en la región de Luzón Central, en Filipinas. Se trata de una ciudad costera, y en la actualidad conocida tanto por sus playas como por el hecho de que su bahía sea un lugar idóneo para la práctica del surf hace que el desarrollo turístico vinculado a este deporte acuático vaya en aumento con el paso de los años. En la época en la que se produjo el hecho histórico de “Los últimos de Filipinas”, Baler contaba con tan solo 2.000 habitantes, mientras que ahora, según explica Castillo, ronda los 40.000.

Cerca del Jaén asiático

El municipio de Baler está ubicado a 150 kilómetros del Jaén asiático —destino que un equipo de profesionales de Diario JAÉN visitó hace tan solo unos meses—. El trayecto entre ambos puntos tarda en completarse en coche alrededor de tres horas y media. Un camino que esconde unas bellas vistas, ya que se bordea el Parque Nacional Memorial Aurora, un área protegida que ocupa una superficie de 5.676 hectáreas. El nombre tanto de la provincia como del parque se debe a que está dedicado a Aurora Aragón Quezón, la que fuera primera dama del país. También se puede admirar el lago Pantabangán.

Un lugar “de culto”
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En el caso de Enrique Castillo, su intención es la de visitar la iglesia de Baler, donde su bisabuelo estuvo durante 337 defendiendo la bandera española. “Gracias a los medios tecnológicos y a los años que he dedicado a la investigación del hecho, la verdad es que lo conozco prácticamente todo”, explica. Aun así, su intención es ir “en cualquier momento”. Eso sí, acompañado por sus hijos para que también lo conozcan. Sabe, por otros descendientes de los 33 soldados que han visitado la zona, que la iglesia se encuentra totalmente renovada. Eso sí, en la fachada se recuerda la gesta con una placa.

Para el recuerdo
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Aunque una vez que regresó a España Felipe Castillo intentó tener una vida normal, la procesión iba por dentro y el horror de aquellos 337 días de asedio que pasó en el interior de la iglesia de Baler jamás los pudo olvidar. De hecho, incluso en ocasiones ni tan siquiera quería hablar de lo ocurrido y enterraba en algún lugar retirado del campo y que él solo conocía todas las condecoraciones que se le concedían. “Era su cementerio particular”, afirmó Enrique Castillo. Aun así, tanto sus descendientes como los del resto de “Los últimos de Filipinas” luchan ahora por dar a conocer y mantener viva su memoria.