Una cosa bien

    16 oct 2016 / 20:52 H.

    La sartén era moderna. Decir moderna es entender que iba cubierta con Teflón (Politetrafluoroetileno). Ese producto lleva danzando desde el año 1938 y se utiliza como elemento importante en cohetes espaciales, aviones, cirugía, electrónica, pinturas, ambientes corrosivos, utensilios de cocina y balas perforantes. Todas las cosas citadas, si las pormenorizaba, daban lugar a un sin fin de objetos, de tal manera que no había una hora en mi vida que no tuviera contacto con el Teflón. Como suele ocurrir con los hechos importantes este elemento fue descubierto por casualidad. El Teflón es una marca registrada y pertenece a una multinacional llamada DuPont que comenzó en 1802 fabricando pólvora y en la actualidad, además del Teflón, tiene registradas las siguientes marcas: Vesprel, Neopreno, Nylon, Lycra, Plexiglás, Nomex, Kevlar y Tyvek. Todas ellas sacadas del petróleo. Si el Teflón participaba en cada hora de mi vida, con los otros productos se podría decir que yo vivía en el mundo de la polimerización y, como los peces que sacan del agua, si me sacaran de ese mundo polimérico sucumbiría sin parpadear, como también hacen los peces.

    Con todos estos conocimientos me acerqué a la sartén. Desde hacía tiempo demandaba que la limpiara. Yo había decidido, en ese día que buscaba el otoño, hacer una cosa bien hecha. Examiné la sartén. La suciedad se concentraba en la unión del mango, los bordes y el culo. Era una suciedad brillante, con tonos que oscilaban desde el marrón al negro y que, en pequeños trechos, dejaba ver el brillo original. Yo utilizaba cocina de gas y ese medio había contribuido a que la suciedad fuera totalmente firme. No es lo mismo obtener el calor con una llama que con un campo electromagnético de alta frecuencia como ocurre con la vitrocerámica. Petrarca no hubiera escrito la Divina Comedia con campos electromagnéticos. Necesitaba llamas. En el culo se había concentrado la mancha más grande, ocupando cada una de las rayas y circunferencias con que lo adornaban, además del vaciado de las letras y números: “28, gas, halogen, ceramic, electric, induction”. El Teflón aguantaba firme aunque en su centro se había deslustrado. Esta pérdida de brillo hubiera justificado tirar la sartén y comprar una nueva. Para la limpieza hubiera podido utilizar salfumán o un desengrasante. Pero no. Ni deseché la sartén ni empleé salfumán. Lo hice con estropajo y raspando porque no es lo mismo matar una mosca con insecticida que con una pala matamoscas. Debía pensar en mí y quedar satisfecho. Pasaron las horas. Había comenzado por la mañana. Comí mirando la sartén. Fueron once horas dedicadas a la limpieza. Cuando di por concluido el trabajo dejé la sartén en el centro de la mesa y la volví a examinar. Recordaba como estaba al comenzar y la comparaba con la perfección de lo que estaba viendo. Ese momento contenía un sentimiento compuesto de estética, orgullo y placer. En esta contemplación, y ante una cosa bien hecha, decidí cambiar de profesión.