Transparente

    30 sep 2018 / 11:23 H.

    Pericles no recordaba la fecha en que comenzaron las dificultades. Se podría comparar a cuando apareció en sus pies el proceso de los dedos en martillo. Un día vio una pequeña deformidad y lo siguiente fue comprobar que los zapatos, los más domados y suaves que tenía, le hacían daño. Solucionó el problema comprando otros más grandes. Pero aquellas dificultades consistían en algo mucho más profundo que comprar unos zapatos. Aunque parecieran pequeñas cosas, tales como cartas que no llegaban, llamadas que no recibías o gente que no saludaba por la calle, los efectos sobre su persona fueron importantes. Pericles se esforzaba en que estas cosas no ocurrieran, la consecuencia fue que aparecieron comportamientos que jamás había tenido. Uno de ellos era esperar al cartero y esforzarse en que repasara el mazo de cartas para comprobar que no se habían traspapelado, otro era el cruzar rápidamente de acera para no coincidir con alguien que sabía que no iba a saludarle. También estaba el hacer compulsivamente llamadas telefónicas para sentir que le contestaban y que la gente le reconocía. Pericles, paulatinamente, comprobó que no descolgaban o la llamada quedaba rechazada. Cuando esto ocurría movía la cabeza y decía en voz alta que los móviles son perversos. Para no sentir ese aguijón dejó de llamar. En aquella fase tuvo un pensamiento claro, ¿por qué tenía el nombre de Pericles? Sus padres no le habían dado explicación alguna y él tampoco había tenido aquella curiosidad. Se sumergió en la vida de Pericles después de asistir a la reunión de la Asociación Micológica y haber sido ignorado, precisamente él que había sido socio fundador y tenía el carnet número cinco. Encontró que el significado de su nombre no era cualquier cosa: rodeado de gloria. Haber vivido todo aquel tiempo sin saberlo era una mezcla extraña de sentimientos. Aquel personaje griego estuvo sumergido, con buen pie, en dos guerras: las Médicas y las del Peloponeso. Desde las primeras lecturas fueron desapareciendo los momentos terribles en los que tenía conciencia de ser transparente para los demás. Ya no le preocupaba el no ser saludado por la calle. Pasaba tiempo y tiempo con el Pericles de Atenas. En un principio el personaje tenía una presencia marmórea, con su casco sobre la cabeza, tal cual consta en los libros, se desplazaba silencioso por paisajes luminosos y azules del mar Egeo como los del canal de televisión. Aquellas visiones de Pericles mostrándole su mundo fueron suficientes para que desapareciera la angustia por no escuchar los sonidos que hacen en el móvil la llegada de un mail, un sms o un WhatsApp. Cuando el Pericles que gobernó Atenas fue abandonando su presencia de estatua y pasó a ser un hombre y mantener conversaciones, él ya era totalmente transparente y no ocupaba registro alguno en el espacio y el tiempo.