Mirlos blancos en el olivar
La crisis y la profesionalización del sector agrario hacen que cada vez haya más jiennenses en roles tradicionalmente relegados para los hombres en el campo. Organizaciones agrícolas instan a las mujeres a que actualicen sus conocimientos relacionados con la maquinaria para hallar empleo



Pisa el olivar en el que le crecieron los dientes antes de que el sol despunte. Su jornada comenzó de noche. En casa todo quedó en orden, la comida preparada para el regreso y los niños listos para acudir al colegio. Enciende una hoguera, protege su cuerpo de las inclemencias y empieza un jornal más de los muchos que lleva a sus espaldas. Mari Carmen Martínez Pérez es un ejemplo de mujer luchadora y de aceitunera altiva. Un mirlo blanco de los pocos que empiezan a visitar los campos jiennenses.
La presencia de la mujer entre los olivares es tan antigua como los centenarios olivos que conforman un paisaje único. Sus encalladas manos fueron las que recogieron, tradicionalmente, las aceitunas del suelo cuando entre los carriles era difícil ver una máquina. La rápida evolución del sector introdujo cambios en las formas de trabajar. La industria se hizo fuerte y, poco a poco, modificó costumbres ancestrales y abrió paso a la revolución agraria. Las mujeres continúan en la faena diaria, pero cada vez son menos en las cuadrillas. Las cifras hablan por sí solas. Ellas suponen el sesenta por ciento de afiliadas al Régimen Agrario de la Seguridad Social. Sin embargo, los hombres ocupan tres de cada cuatro empleos y los puestos de mayores salarios o de mayor dedicación temporal son absolutamente masculinos. Los empresarios aseguran que se trata de una práctica heredada, aunque los sindicatos están convencidos de que tras esta palabra se esconde la discriminación, el uso sexista de categorías laborales y la falta de promoción de las mujeres en el funcionamiento de maquinaria o de cualquier avance tecnológico.
El convenio del campo se firmó, por primera vez, en 1996. Desde entonces, se dieron pasos hasta conseguir, en 2014, que se recogiera de forma expresa la igualdad de la mujer en su acceso y en los salarios. Reza textualmente: “Se garantizará el principio de igualdad de trato y de oportunidades entre mujeres y hombres en el acceso al empleo, la formación y promoción profesional, y las condiciones de trabajo”.
Organizaciones agrarias lamentan que, al final, la falta de concienciación de los dueños de la tierra o del encargado de contratar a los jornaleros hace que todo quede en papel mojado. En la recién terminada campaña, solo el veinticinco por ciento de las cuadrillas contaba con mujeres. Tan testimonial es su presencia como su acceso a los cursos de formación sobre maquinaria agrícola: apenas treinta entre las cien mil personas que pueden llevar a trabajar en la campaña.
María Inés Casado es la responsable de Igualdad en la Unión de Pequeños Agricultores (UPA). Tiene claro el motivo por el que las mujeres tradicionalmente olivareras se quedan cada vez más en casa: “El problema es que no manejan la maquinaria”. El llamamiento es claro: que las administraciones públicas promuevan formación para que las jiennenses se suban al carro de la innovación tecnológica. “Esto es como sacarse el carné de conducir”, señala. Y otro apunte más: “A los hombres no les piden papeles que certifiquen su profesionalidad, pero a nosotras sí”. La solución que plantea es clara: “Tenemos que reinventarnos para, una vez más, demostrar que somos capaces y que sabemos hacer todas las tareas del campo”. No todo es el campo. También está la industria almazarera. María Inés Casado hace un ejercicio de autocrítica: “En los puestos directivos de los consejos rectores están los hombres porque son los que acuden a las reuniones”.
Remedios Peña es la presidenta de la Confederación de Asociaciones de Mujeres del Medio Rural (Ceres). Ella se remonta muchos años atrás en el tiempo para recordar que fueron las mujeres las que, tradicionalmente, realizaron un trabajo habitualmente “menospreciado”: la recolección de la aceitunas de rodillas. “Mi padre decía que iba un hombre y dos mujeres y entre las dos cobraban lo mismo que él”, rememora. Y continúa: “Cuando nacía un niño, pronto el padre lo subía en un tractor, cosa que no hacía con su niña”. ¿Qué pasó después? Que la mujer se apartó de la mecanización, según ella, por propia y ajena culpas.
“Nosotras hacemos cursos para reintroducirlas en el olivar. No podemos permitir que se queden atrás. Donde antes trabajaban veinte personas, hoy son cinco, y las cinco tienen que saber manejar las máquinas”, subraya Remedios Peña. Aprovecha la ocasión para reivindicar algo que empieza a desaparecer del paisaje olivarero: el quad. “Ellas son las que comenzaron a usarlo y considero que es una herramienta muy útil en las grandes cuadrillas para tirar de los fardos”. El problema es que los expertos desaconsejaron su uso por cuestiones de seguridad. Al respecto, la responsable de Ceres destaca: “Aquí hay un nicho de empleo femenino impresionante y son las mujeres las más capacitadas para conducirlos”. La formación que imparten desde la organización que preside Remedios Peña no solo está encaminada al uso de máquinas que ya son habituales en el olivar, sino también sobre mecánica de primeros auxilios.
Las cooperativas y almazaras constituyen otro de los asuntos pendientes. Pocas son las maestras que hay en la provincia. “No podemos parar el progreso, pero somos nosotras mismas las que tenemos que habituarnos a los cambios y sacar el máximo rendimiento al potencial que tiene el olivar”, comenta. Otro de los retos que propone para que las jiennenses encuentren trabajo tiene que ver con las tierras calmas en las que se plantan de olivos. En la actualidad, Hay que comprar los plantones en provincias como Córdoba o Zaragoza: “Tenemos que aprender a hacer aquí los injertos para no tener que salir fuera a adquirirlos, y son las mujeres las que pueden hacerlo perfectamente”.
Luis Carlos Valero, gerente de la Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores (Asaja), niega la existencia de discriminación. “En nuestra organización tenemos muchas mujeres que son titulares de explotaciones olivareras y, hoy en día, son empresarias lo mismo que lo son los hombres”, manifiesta. Ahora bien, admite que sí puede haber diferencias en la toma de decisiones empresariales. “Yo creo que las jiennenses están totalmente integradas en el campo, de tal forma que si no se las contrata no es por cuestión de sexo”. Relaciona la profesionalidad con la presencia femenina en el olivar. Es decir, que es su formación la decisiva a la hora de encontrar un hueco en una cuadrilla.
Lo que queda claro es que el campo tiene las puertas abiertas para todos. El regreso de las jiennenses a sus olivares depende de ellas mismas. La demostrada capacidad para desempeñar hasta la más dura tarea es su principal aval.