Los pobres nos evangelizan

Karina Hernández, compañera de “Latiendo con el Sur”, envía una carta desde Chordeleg (Ecuador). Cuenta la bella historia Marina y la señora Cristina, todo un ejemplo de amor al otro sin esperar nada

    02 oct 2016 / 11:27 H.

    Nuestra compañera de “Latiendo con el Sur” Karina Hernández nos escribe desde Chordeleg (Ecuador). Este verano tuvimos la oportunidad de visitarla y de ver la labor tan humana que allí se realiza. Prueba de ello es la historia que aquí nos narra y que nos ha emocionado:

    “La señora Cristina había cumplido 98 años en julio, no se casó ni tuvo hijos y con los hermanos ya fallecidos no le quedaba más familia que sobrinos y resobrinos a los que hacía años que no veía ni se acordaban de ella. Con su bono de 100 dólares al mes y sus capacidades disminuidas, apenas podía sobrevivir, pero no estaba sola. La señora Marina, su vecina de toda la vida, la había “adoptado” hacía tiempo. Y no porque la situación de Marina, ya con más de 70 años, fuera fácil: alguno de sus nueve hijos aún viven con ella, otros nietos pasan en la casa mientras sus padres trabajan, sufre maltrato físico y psicológico por parte de su marido (informe de la trabajadora social) y, si fuera poco, también cuida de su madre de 92 años, dependiente. Aún así, se hizo cargo de ella.

    Un día la señora Cristina se cayó de la cama y tuvieron que hospitalizarla. Trataron de “componerla”, como dicen por aquí, pero el golpe había sido demasiado duro para su diminuto cuerpo y, aunque no tenía ningún hueso roto, el derrame interno que había sufrido era tan grave que los médicos solo podían paliar el dolor. Así pues, con la receta de analgésicos le dieron el alta, pero ¿quién la llevaba a casa? La única persona que se preocupaba por ella estaba una planta más arriba, en cuidados especiales. Sí, Marina, en esos días quiso ¿Dios, el destino...? que también sufriera una caída y estuviera inmovilizada con la clavícula rota. (Ahora que cada uno piense lo que quiera, pero yo después de leer el informe de la trabajadora social dudo mucho que ni el destino y ni Diosito tuvieran nada que ver; me inclino más por el esposo, pero os escribo lo que Marina me contó y después ya iré a confesarme por malpensada).

    Así es que el MIES (nuestros Asuntos Sociales) contactó con la fundación para ver si podíamos recibir a la señora Cristina en nuestro Hogar Geriátrico. ¿Y por qué con nosotros, si ella era de Cuenca, ciudad a unos 45 kilómetros de Chordeleg y con más de 300.00 habitantes? ¿Es que allí no hay centros? Sí que los hay y con convenios con el ministerio también, pero ¿acaso alguien iba a pagar por su estancia? ¿Acaso no era una carga más de trabajo? ¿Acaso.? Esos fueron algunos de los inconvenientes que pusieron de algunos geriátricos, pero en El Nido saben que no ponemos pegas para recibir al último o al más necesitado, sino todo lo contrario. Y no será porque no estemos sobrecargados de trabajo y con abuelitos dependientes (más del 80%) ni que nos sobre la “plata”. Desde aquí, se intenta trabajar con los valores evangélicos y eso es conocido por todos, tanto por los que aman como por los que critican a la Iglesia. Todos saben que nuestra acogida con calidez y calidad nos identifica. La señora Cristina murió a las doce días de estar con nosotros y sí, nos tocó pagar el entierro, lo que ha supuesto postergar la compra de sillones nuevos y que los abuelitos sigan clavándose los muelles de los que hay en uso, pero con todo el gusto, si es por una compañera. Además, la acompañaron en su despedida, pues los que pudieron asistieron a su funeral en nuestra capilla. A los diez días, en cuanto se recuperó un poco, Marina vino a visitarla. No sabía que su Cristina había fallecido y le traía un rosario de regalo. Quiso ir al cementerio a dejárselo en su tumba y allí llorando me confesó que daba gracias a Dios porque en sus últimos días de vida Cristina había estado rodeada de paz, cariño y calor humano, lo que ella siempre le había procurado dar, pero no siempre consiguió. Agradecida por eso, donó al hogar todas sus pertenencias, o sea, su ropa y su silla de ruedas”.

    estupenda labor
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    Desde abril, Karina coordina una Fundación diocesana que, además de parvulario, escuela e instituto, cuenta con un asilo para personas mayores muy pobres. Compartimos con ella un fin de semana estupendo y pudimos comprobar el buen trato que se da a los mayores en esta institución. En la fotografía, primera por la izquierda.

    Toda una
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    Con una situación tan precaria, Marina miraba por la señora Cristina: le hacia la comida, la visitaba, bañaba... y cuando vio que sus facultades ya no estaban para poder dejarla sola en casa, no dudó en llevársela a la suya, a pesar de la negativa de su marido que no quería tener a otra vieja en la casa.

    Funeral con compañeros
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    El funeral de la Señora Cristina, los compañeros con movilidad quisieron despedirla.

    Silla de ruedas
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    La silla de ruedas de la señora Cristina quedó para el Hogar Geriátrico.