La Transición según ellas

Cuatro mujeres que vivieron en primera persona la conquista de la democracia y que, en el ámbito provincial, se involucraron desde distintas organizaciones e idelogía en la construcción de la libertad

21 oct 2018 / 11:15 H.

Que hay una mujer al principio de todas las grandes cosas lo pensaba ya en el siglo XIX el poeta Lamartine pero, bastante más de cien años después, se pueden contar con los dedos de una mano los manuales de historia en los que el hueco reservado para ellas está en consonancia con la labor realizada, de modo que la vanguardia en la que se expusieron a cuerpo limpio las ha desplazado, por arte de birlibirloque, a un paternal segundo plano que cada día, desde la objetividad que procuran los datos, resulta más insufrible.

Muchas de ellas formaban parte de aquel paisaje rural que la España de los 70 del pasado siglo XX resumía en alarmantes cuotas de analfabetismo y ausencia de derechos; otras venían de militar en partidos y organizaciones todavía clandestinas, en las que su educación política y social creció hasta convertirlas en apasionadas defensoras de una libertad que en el espacio cronológico de la muerte de Franco y el nacimiento de la Carta Magna tuvo que vérselas con quienes pugnaban por que nada variase, o porque todo cambiase para seguir igual.

Y no solo desde el ámbito de la progresía: el conservadurismo, en su versión moderada, tuvo también sus representantes, que si bien manejaban doctrinas sociopolíticas en las antípodas de la izquierda, deseaban —literalmente— “que el papel de las mujeres ganara en preponderancia política y cultural” y que estas aspiraciones se desarrollaran dentro del marco de un Estado democrático de derecho.

Uno de esos episodios trascendentales en los que las féminas pasan casi desapercibidas por los escenarios de los acontecimientos que dieron lugar a otra realidad es la Transición, que a escala provincial adolece también de falta de protagonismo femenino a pesar de tesis doctorales, libros e intentos de poner a cada quien en su lugar: “Hay mucho que hacer al respecto, los hombres han hecho de las suyas y son los que suelen aparecer”, asegura Rosario Vicente, histórica sindicalista de Comisiones Obreras que sufrió en carne propia las represalias de un régimen que negaba el amparo de la Ley y condenaba a la clandestinidad todo y a todos los que no comulgaban con su ideario.

Vicente es una de esas mujeres que, desde sus convicciones, luchó en las trincheras de un tiempo ya mítico para dar el salto a un sistema democrático en España en el que la defensa de los trabajadores contara con recursos normativos: “Desde el sindicato vertical comenzamos nuestra lucha y así empezó a nacer CC OO”, recuerda. Trabajadora de la sanidad, nada más entrar al Médico-Quirúrgico inició su particular “cruzada” desde el comité de empresa: “Allí se formó el primer sindicato de mujeres”, rememora Vicente, que en su batalla sociopolítica sufrió incluso la privación de libertad: “Creíamos que íbamos a arreglar el mundo”, dice, al tiempo que valora, con matices, el pacto constitucional: “Yo no quería la Transición, yo quería la ruptura”, afirma, tajante. “Pero el referéndum dijo otra cosa y hubo que acatarlo”, concluye Rosario Vicente.

Encuadrada en su mismo sector, el de la sanidad, y compañera en Comisiones, la segureña Juani Fernández es otro nombre propio de la conquista de la democracia en Jaén. Se formó en el Centro Escuela de Maestras Auxiliares Sociales de Siles (Cemas), una institución que, al abrigo de la Iglesia, “abrió las puertas de la formación a la mujer rural”, suscribe Fernández, quien padeció muy pronto las consecuencias de su carácter reivindicativo: “Entré a trabajar en una fábrica de conservas de Siles, pero quería crear conciencia de clase entre mis compañeras y me echaron”.

Marchó a Málaga, se hizo auxiliar de clínica y volvió a Jaén para trabajar, desde 1976, en el antiguo Princesa. Ahí comenzó su aventura sindical, a la que se entregó con pasión: “Negociaba cada año el convenio colectivo, hacíamos movilizaciones, huelgas, manifestaciones; queríamos actuar no solo en los despachos, sino también en la calle..., teníamos ansias de democracia”, confiesa. Su lucha le costó varios expedientes, pero cree que vivió una etapa “ilusionante” que, eso sí —dice—, “se dejó en el tintero asuntos como el de las cunetas”.

Por su parte, la baezana Bernabeli Murillo, también sindicalista de CC OO, en cuyo sector textil se enmarcó desde su posición de trabajadora de Tyfesa S. A. desde el año 1977, entró pronto a formar parte del comité de empresa de esta firma, desde donde desarrolló su labor de defensa de los derechos de los asalariados: “Al principio no entendíamos mucho de democracia ni nada de eso, no sabía ni lo que era el BOE, pero las condiciones laborales que sufríamos y el apoyo de los trabajadores de Santana, en Linares, despertaron nuestra conciencia”, evoca Murillo, que tiene entre las imágenes más emocionantes guardadas en su memoria la de su participación, por vez primera, en unas elecciones: el referéndum constitucional. Murillo valora los “logros conseguidos” a fuerza de empeño: “La Seguridad Social mejoró, también la enseñanza pública, y los hijos de los trabajadores —que antes no podían hacerlo— estudiaron en la Universidad”, celebra, y añade: “Mi papel fue solamente un granito de arena, pero estoy muy orgullosa y lo hice con total convencimiento, cada vez que conseguíamos algo era una gran alegría”, finaliza. A estos nombres se unen los de Carmen Martos,Dulcenombre de María Galán, Concepción Amate, Ana Figueras y Dolores Navas, pioneras en los primeros convenios colectivos en Galletas Cuétara y cuy papel en la fundación y propagación de Comisiones Obreras fue fundamental.

Por su parte, Carmen González Gámez, desde el mirador privilegiado de sus noventa años de existencia, hace memoria de aquella época convulsa y esperanzada, que vivió desde su condición de directiva en las filas de la Asociación de Mujeres Conservadoras, una entidad vinculada a la antigua Alianza Popular cuyas componentes, en gran parte, contaban con sólida formación académica y que entre sus principales preocupaciones atendía a la defensa de la familia, el derecho a la vida y la promoción femenina en diferentes campos de la sociedad española: “Ya se hablaba del problema catalán, eso ha existido siempre”, manifiesta González, para quien “la política de unidad y bienestar” eran las principales razones que movían a su colectivo a involucrarse en la realidad nacional de entonces. “Defendíamos los valores tradicionales, pero no desde un punto de vista de una derecha muy pronunciada, éramos liberales más bien”, recuerda. Perseguían “concienciar” y, para ello, desplazarse a los pueblos jiennenses para exponer sus propuestas se transformó en una constante: “Hablábamos de la familia como eje”, dice, y afirma que, en alguna ocasión, llegaron atener problemas a la hora de argumentar su ideario: “En un pueblo sí hubo un contratiempo, más bien por que no nos entendieron bien, pero no llegó a más”, asegura.

Relatos dispares que confluyen en una idea compartida por todas las protagonistas de este reportaje: la de un presente “preocupante” que, en aquella época, nunca hubieran imaginado. Lo dicen cuatro voces femeninas cargadas de vivencias en primera persona. Son los testimonios de quienes, con más o menos dificultades, pusieron su inmenso grano de arena para construir la cima democrática.