En un farallón junto a la Fuente de la Peña hay unos impactos de bala que encierran una insólita historia

16 oct 2016 / 20:52 H.

Hace un par de años coincidí en un acto público con el escultor José Ríos. Aquella noche me informó de que en la carretera de Los Villares, junto a su casa de la cantera, existían unas marcas de disparos en un crestón rocoso donde hacen prácticas escaladores noveles. Un anciano le contó que allí mataron a algunos durante la guerra civil, pero no supo precisar más. Al día siguiente me presenté en su casa y me acompañó a aquel sobrecogedor lugar. Se trata de un farallón donde el tiempo parece haberse detenido. Las ráfagas de disparos —armas de guerra, por su calibre— levantaron lascas de roca, se aprecian incluso las señales circulares del plomo. Aunque algunos impactos se elevaron varios metros por el efecto del retroceso de las armas automáticas, la mayor parte se concentran en un espacio que alcanza la altura del pecho y la cabeza de un adulto medio.

A simple vista, por la disposición de los balazos, parece un paredón donde se llevó a cabo alguna ejecución durante la guerra civil. En los primeros meses del conflicto armado (segundo semestre de 1936), en Jaén se produjeron no pocas muertes incontroladas de derechistas sospechosos de unirse al levantamiento golpista cuyos cuerpos aparecían en las afueras de la ciudad. Pero no tenía constancia que aquel fuese uno de los parajes utilizados para tal fin. Cuando confeccioné el obituario de víctimas de los dos bandos en Jaén, salvo las 75 ejecuciones realizadas en el Tiro Nacional ordenadas por el Tribunal Popular, la mayor parte de las víctimas de la represión republicana de retaguardia se llevaron a cabo en el extrarradio, tales como el paso a nivel de Vaciacostales, en el camino de la Noria, en el apeadero de Grañena o en el llano de las Infantas, todos ellos en la carretera de Madrid. Hubo también algunas muertes en la carretera de Granada, junto al cruce con Mancha Real, incluso en el cementerio de ese municipio, y en la cuesta de Riogordillo, en la carretera de Córdoba. Pero ninguna de las actas de defunción consultadas refiere aquel lugar junto a la Fuente de la Peña.

Entre los derechistas fallecidos violentamente en la capital durante aquel periodo, existe un pequeño grupo cuyos cuerpos jamás se recuperaron. Es el caso del abogado del Estado Juan Francisco Gómez Molleda y el funcionario de prisiones Aureliano Rodríguez Márquez, ambos conducidos el 11 de diciembre de 1936 a un lugar desconocido del que no regresaron. Pocos días después, el 23 de dicho mes, ocurrió otro tanto con el magistrado de la Audiencia Provincial de Jaén, Rogelio Ruiz Cuevas, el capitán de Infantería Antonio García Serrano y el habilitado de la Jefatura de Montes, Andrés Rus Martínez. Empecé a especular con la idea de que fuese aquel el paraje donde les dieron muerte. Incluso barajé la posibilidad de que estuvieran enterrados allí mismo pues, como digo, jamás aparecieron sus restos. Así lo sugerí en algunas de mis rutas guiadas sobre la guerra civil que organizó Macrotour.

Pero había algo que no cuadraba. Los ajusticiamientos (o paseíllos) que se hicieron en Jaén sobre sospechosos de secundar el golpe de Estado de 1936 se hicieron en cunetas de carreteras con fácil acceso, sin adentrarse en espacios agrestes. En cambio aquel lugar no es del todo accesible pues, tanto la fuerza conductora como los prisioneros debían remontar caminando un elevado repecho hasta alcanzar la base del crestón pétreo, algo incómodo y poco efectivo, con riesgo de una posible fuga campo través.

Durante un tiempo me obsesioné con aquellos estremecedores vestigios. ¿Quién o quienes sucumbieron en aquel lugar? ¿A qué bando pertenecían? ¿Por qué aquel paraje no se recogió en las actas de defunción? La respuesta llegó cuando profundicé en la documentación referente a la lucha guerrillera antifranquista. Tras la consulta de los atestados incluidos en sumarios militares y algunos testimonios (entre ellos del pintor Miguel Viribay), llegué a la conclusión de que aquellos impactos de bala no respondían a un episodio de la guerra civil, sino a una emboscada de la Guardia Civil contra los últimos guerrilleros de la partida de “Cencerro” en 1948.

Tomás Villén “Cencerro” había muerto en un espectacular combate de Valdepeñas de Jaén el 17 de julio de 1947, y “Zoilo” le sustituyó en la jefatura de la guerrilla. Los últimos supervivientes de la guerrilla de “Cencerro”, viéndolo todo perdido, decidieron dar un último golpe económico, disolver la unidad y marchar al exilio. El régimen resistía al aislamiento internacional y la Resistencia antifranquista en la Sierra Sur pasaba por sus peores momentos tras la muerte del jefe “Cencerro”, el abandono de los partidos republicanos en el exilio, la caída masiva de los comités clandestinos y la cruel represión ejercida sobre sus apoyos en el llano con la aplicación sistemática de la “ley de fugas”.

El 22 de diciembre de 1947, el grupo de “Zoilo” secuestró en el cortijo “Manzanares” (Martos), al terrateniente Juan Larios Gómez. Obtuvieron por su liberación nada menos que 300.000 pesetas, el rescate más alto jamás pagado por un secuestro en la provincia de Jaén. Por entonces, de la legendaria guerrilla de “Cencerro” en la que años atrás combatían una treintena de guerrilleros, sólo quedaban vivos “Zoilo”, “Payuso”, Botaño”, “Chaleco”, “Sayuela”, “Rubio Ollero” y “Niño”.

La noche del 5 de enero de 1948 el escañolero Adriano Collado Cortés (“Zoilo”), el marteño Antonio Larubia Expósito (“Payuso”) y el villareño Juan Antonio Gámez Valencia (“Chaleco”) se disponían a entrar en Jaén procedentes de Jabalcuz para tomar un tren con destino al norte. Contactaron con un enlace que los guio por el monte, paralelos a la carretera de Los Villares. Pasada la cantera, poco antes de llegar a la ermita del Cristo del Arroz, a pocos metros de la venta de Miguel Liébana donde años antes realizaban asambleas con “Cencerro” y el comité del PCE, el guía mostró síntomas de nerviosismo. Algo no iba bien. Circulaban en silencio junto al farallón de piedra cuando de pronto el guía se adelantó unos metros al tiempo que cantaba la popular canción “se va el caimán”. Era la señal pactada. No les dio tiempo a reaccionar porque de entre los riscos asomaron los tricornios y se desató una lluvia de plomo, cuyos impactos aún podemos ver sobre la roca. “Zoilo” y “Payuso” cayeron fulminados pero “Chaleco” consiguió huir perdiéndose por el monte. El enlace les había traicionado. Durante casi una hora nadie se atrevió a acercarse a los cadáveres temiendo que el huido pudiera abrir fuego. Finalmente cachearon los cuerpos y recuperaron dos pistolas y siete bombas de mano. “Chaleco” vagó en solitario y consiguió sobrevivir unos meses hasta que fue abatido el 16 de abril de ese año en el paraje de Los Cañones. “Sayuela” consiguió alcanzar el exilio francés, a “Botaño” lo mataron tres días después del secuestro de Juan Larios, y a “Rubio Ollero” y a “Niño” los acribillaron a tiros en el cortijo “Los Nonos” de Valdepeñas de Jaén pocos días después (el 9 de enero). Quedó definitivamente eliminado el movimiento guerrillero en la Sierra Sur.

La guerrilla de “Cencerro” manejó importantes sumas de dinero. Sólo de los atracos y secuestros que se denunciaron se contabiliza más de un millón de pesetas de la época. La Guardia Civil dijo haber recuperado unas 200.000 pesetas, es decir el 20% de las cantidades denunciadas. La guerrilla destinaba el dinero a la adquisición de armas, dinamita, víveres, el pago de enlaces, estafetas, colaboradores, familiares, financiación de comités clandestinos, así como el fondo para auxilio de presos. Pero, ¿dónde fueron a parar las 300.000 pesetas del rescate de Juan Larios? Desde su secuestro hasta la muerte de “Zoilo” en la Fuente de la Peña solo transcurren 14 días, poco tiempo para agotar tan cuantioso botín. En cambio la Guardia Civil no hizo constar incautación económica alguna tras abatir a “Zoilo” y “Payuso”. Tampoco en las muertes de “Botaño” y “Chaleco”. Sólo se consignaron 38.614 pesetas intervenidas a “Rubio Ollero” y “Niño” en el cortijo “Los Nonos”. Se desconoce, pues, dónde fue a parar el resto del dinero, cantidad muy importante para la época.

¿Lo utilizó la Guardia Civil para pagar en negro los servicios de los delatores? ¿Se lo repartieron los guardias civiles que abatieron a los guerrilleros en la Fuente de la Peña? ¿Se quedó con el dinero el enlace que los traicionó? ¿Se declaró todo el dinero intervenido en el cortijo “Los Nonos”, o solo una parte? ¿Cuánto dinero se llevó “Sayuela” a Francia? María González Cortés, hermanastra de “Zoilo”, con la que mantuve una buena amistad, no tenía dudas: “Siempre supimos que el dinero que llevaba mi hermano Adriano se lo repartieron los guardias civiles que lo mataron. Mi hermano consiguió un salvoconducto con nombre falso firmado por el teniente coronel de la Guardia Civil de Granada. Había decidido marcharse a Francia. Su idea era ir a Jaén y allí coger el tren. Dos días antes de que lo mataran se reunió a las afueras de Jaén con mi hermana Mercedes y con Isabel Ortega (hija de Josefa la “Churra”). Mi hermana Mercedes nos dijo que Adriano llevaba mucho dinero, incluso quiso darles algo a ellas, pero se negaron a cogerlo porque temían que las detuvieran y las encarcelasen como hicieron con la madre de Isabel”.

Se dijo que algunos de los guardias que abatieron a “Zoilo” prosperaron económicamente y abandonaron el Cuerpo. También se dijo que algunos apoyos de la guerrilla, tras salir de la cárcel, igualmente prosperaron. Incluso una conocida familia de Castillo de Locubín montó una rentable empresa de servicio público en la capital de la noche a la mañana, pero no dejan de ser rumores sin cargo probatorio.

Quedan pues documentados el origen de esos impactos de bala en la Fuente de la Peña, que no tienen 80 años como dijeron en su día (1936), sino casi 69 (1948) y que responden a una de las últimas emboscadas antiguerrilleras en la Sierra Sur. Para los lectores que deseen contemplar estos vestigios, se encuentran en el farallón situado entre la cantera y la ermita del Cristo del Arroz. El punto de referencia para localizarlos es el hacha primitiva gigante junto al carril bici. Se encuentra justo en su perpendicular, solo tenemos que subir por el altozano de olivar hasta dar con la pared de piedra.

En mi opinión, el Ayuntamiento de Jaén debería colocar una pequeña placa informativa junto a esos impactos en recuerdo de aquel episodio de nuestro pasado reciente. Sería un punto más de atención histórica para el carril-bici que con su arte amenizó, precisamente, el propio José Ríos.