La realidad económica

La zona en la que se encuentra la casa de Manuel Cano es un remanso de paz vigilado por aves que desaparecieron del paisaje de muchos municipios jiennenses. Los olivares y los rebaños de cabras sirven todavía de sustento

05 mar 2017 / 11:18 H.

Esta zona es un remanso de paz, entre montañas de laderas impresionantes. Ajena al bullicio, al ruido y la contaminación atmosférica. Resulta más que relajante sentarse junto a su lavadero y escuchar un chorro de agua que, sin ser caudaloso, jamás llegó a secarse. Ese sonido natural, junto con el trinar de los pájaros —aún se oyen y se ven las aves que en otros sitios escasean—, invita al sosiego. Puede parecer alejada de todo, pero ese todo está apenas a diez kilómetros de la vecina Alcalá la Real. Quedan medio centenar de vecinos, los datos del último censo nos dicen que 45, repartidos casi por igual entre ambos sexos. El declive demográfico tiene mucho que ver no solo con la desaparición de Manuel Cano, sin duda un punto de inflexión en el devenir del núcleo, sino también con el envejecimiento y la falta de recursos tan básicos como un colegio rural o la atención sanitaria.

Quizá esto significase un gran revulsivo para los más jóvenes, puede incluso que sirviera de reclamo para la llegada de algún vecino más. Situado a 943 metros de altura, posee unas magníficas condiciones para el cultivo del olivar de montaña. Aquí maduran unas aceitunas preñadas de unos aceites de excelente calidad, tanto que son muy apreciadas por aquellos fabricantes de aceite que buscan cosechas para elaborar líquidos únicos y de propiedades sobresalientes. No menos apreciadas son sus almendras, abundantes en esos árboles que son guía en las veredas existentes. La orografía no ha sido cortapisa alguna para el cultivo de ese olivar, entendido como mucho más que un proyecto, ya que es la realidad en cada palmo de terreno, por imponente que sea la ladera. Resulta, a ojo del viajero, motivo de extrañeza ver crecer árboles ahí, quizá por la contraposición con la estampa de los olivares de nuestras campiñas. Se puede afirmar casi con rotundidad que aquí los procesos de mecanización aún están lejos, aunque el uso de pequeña maquinaria ha llegado y lo ha hecho a menor escala que en el resto de la provincia. Eso sí, ha ayudado, y mucho, la llegada de los vehículos todoterreno, que dejan atrás aquellas estampas de mulos acarreando la cosecha en sacos. Apenas queda vestigio de un gran pasado ganadero, sobre todo de caprino.

La suave temperatura en el estío hizo de esta zona punto de encuentro de rebaños de cabras que pastaban por sus prados. Eran famosos por su exquisita carne los chotillos y muy apreciados sus quesos de leche de cabra. Si me paro a pensar, compruebo con orgullo cómo aquella economía de subsistencia, por la dificultad que suponía trasladarse fuera a comprar, hoy sería simple y llanamente manjar en los mejores restaurantes. Es inevitable pensar, mirando este entorno de naturaleza singular, que el lugar podría convertirse en buen punto de partida, un yacimiento para pequeños proyectos de economía agrícola y ganadera de calidad.

La puerta de su casa

La devoción que despierta el Santo Manuel salpica toda la Sierra Sur. Familias enteras acostumbraban a viajar por aquellas carreteras imposibles los domingos y festivos. Merecía la pena solo estar un momento con él. Manuel Cano abría su casa, se posaba en la puerta y escuchaba los problemas y las incertidumbres de sus visitantes. Acostumbraba a dar sanos consejos, nunca demostró ambiciones y quienes lo conocieron bien aseguran que tenía un don especial para captar las intenciones con las que acudían a verlo. Lo normal es que atendiera a todos por igual, pero había ocasiones en las que la puerta nunca se abría.

Un viaje importante

Sé de una mujer, a quien aprecio bastante, que lleva el mismo nombre de aquel Manuel que vivió en Los Chopos. Algo grande debió ocurrir en el entorno de sus padres para que decidiesen que su hija se llamara Manuela. No es un caso único, los hubo y muchos en la comarca, aunque no, mi nombre no viene por ahí. A ella dedico lo que significó este viaje. Desde el ateísmo propio, pero sin perder la objetividad, me acerqué a Los Chopos, al sitio y al fenómeno. Siempre es importante adentrarse en los sitios para entender las cosas que allí ocurren, intentar comprender a los que allí fueron, y van, con auténtico fervor y devoción.