La espera que da para mucho

Según los ojos con los que se mire, la Cuaresma es una fuente de negocio, más de un mes de trabajo incansable, el tiempo propicio para la oración, una etapa plena de posibilidades para desarrollar aficiones o el momento idóneo para celebrar los valores cristianos entre compañeros

14 feb 2016 / 10:30 H.

Hay un tiempo de maravillosos derroches estéticos, de inacabable celebración de la belleza, un tiempo único para extasiarse con los ritmos, los olores, los matices y hasta el patetismo que cruzan los cuatro puntos cardinales de la ciudad; se llama Semana Santa, y Jaén la vive con la intensidad de una ciudad que, durante siglos, ha unido su idiosincrasia a la de una celebración que es ya mucho más que eso y que se extiende a lo largo y ancho de todo el año.

Cuarenta días antes, un miércoles ceniciento y ansiado, empieza un periodo de espera —se llama Cuaresma— que si para unos —los cofrades— se convierte en “tajo” sin tregua; en tiempo de oración, para otros, entre los muros de los conventos, o en paisaje mejor para los aficionados a capturar la realidad dentro del mundo mínimo de un objetivo, los hay a quienes les supone una magnífica oportunidad de levantar cabeza a cuenta del movimiento que, sin duda, genera.

Bares, floristerías o mercerías, entre otros negocios, experimentan una notable subida de ventas que se acentúa si el establecimiento en cuestión se ubica en los territorios —cada vez más dispares— que le son propios a esta época del año.

“La víspera del Miércoles de Ceniza ya comienza a notarse el tránsito de personas que suben a las juntas de gobierno de las cofradías”, asegura Antonio Úbeda, camarero del Bar Montana, situado en la antigua calle La Parra, a un paso de la Catedral jiennense. La afluencia de clientes a cualquier hora del día certifica sus palabras.

En la misma zona tiene su establecimiento la Floristería Pétalos, que atiende Paqui Morales. La empresaria afirma que, en esta época del año, las ventas crecen para adornar altares en los templos, una buena racha que culmina con la llegada de la Semana Santa, cuando el exorno floral de los tronos para las procesiones supone una verdadera alegría para la caja.

Los cofrades en general, y los componentes de las fabricanías en particular, tienen una visión de la Cuaresma íntimamente relacionada no solo con los cultos y actos propios de sus hermandades, a los que acuden cumplidamente, sino también con una labor diaria que supone muchas horas de entrega para que iglesias y ajuares estén en las mejores condiciones. Detrás del “brillo de los altares” hay un esfuerzo compartido digno de ser resaltado, que no todo el mundo conoce ni, mucho menos, reconoce.

Y hay quien ve en el tiempo de preparación para celebrar la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo el mejor de los telones de fondo para practicar su afición. Entre ellos, músicos y fotógrafos aficionados que, bien en los ensayos de sus bandas o a pie de retablo o atril, disfrutan en el ambiente que más le llama la atención. Entre partituras o probando la luz practican su “hobby”, aunque los obligue a dedicarle, a veces, algo más que su tiempo libre. “Sarna con gusto...”, ya se sabe.

En el ámbito educativo son los colegios religiosos los que hacen mayor hincapié en la vivencia cuaresmal, aunque no exclusivamente. El “Pedro Poveda”, de la Institución Teresiana, “se profundiza en la experiencia de la Pascua y, en la oración matinal, se leen textos de este tiempo litúrgico”, suscribe su directora, Ana Quirós, que añade: “Mantenemos encuentros con toda la comunidad”. Pero, sin duda, uno de los recintos en los que la llegada de los días cuaresmales implica “novedades” es en los conventos. El de Santa Teresa, carmelitano, lo advierte por fuera y por dentro, en el torno y tras las celosías. “La liturgia no cambia, seguimos el calendario de la Iglesia”, dice sor Carmen de Santa Teresita, la madre priora. Nacida en Villardompardo, lleva la friolera de cincuenta y seis años como monja de clausura entre los muros del monasterio jiennense. Toda una vida, y hay “compañeras” que llevan, incluso, más. En cuanto a la vigilia de los viernes, atestigua: “Nosotras ayunamos desde el mes de septiembre hasta la Pascua de Resurrección, por lo que, en lo que respecta a este tema, no tenemos ninguna variación. Según la superiora, la Cuaresma es, únicamente, una “extensión de la vida diaria que se hace todo el año”. Sin embargo, y pese a la felicidad que su vocación destila a través de sus ojos, de su expresión, pacífica, serena y colmada, este periodo de espera y reflexión conlleva algunas “negaciones” que, desde la perspectiva del común de los mortales, sí resulta rigurosa. “Ni en Adviento ni en Cuaresma recibimos visitas las monjas que vivimos aquí —quince, en total, en la actualidad, pues la regla carmelitana impide que haya más de veintiuna religiosas en la comunidad—. Tampoco podemos recibir llamadas telefónicas de nuestros seres queridos ni amistades estos días”, concluye sor Carmen de Santa Teresita. Eso sí: cuando se presenta una “celebración” o hay un “compromiso importante”, se levanta un poco la mano. “No somos una comunidad extrema”, apostilla la carmelita.

Su sostenimiento depende, en gran medida, de la venta de dulces, muy celebrados en la ciudad. También el monasterio incrementa sus “operaciones comerciales” ahora, dada su ubicación a pocos metros del Camarín, que a la afluencia normal añade la de aquellos que vuelven desde otros puntos de España para ver a Jesús Nazareno o para besar su pie. “Llegan al torno y no damos abasto. Pasan y compran, por lo que tenemos que hacer más magdalenas, lo que implica un gran esfuerzo”, atestigua la priora. “Pero lo primero es lo primero, la oración, y mucha gente se queda sin comprar porque no podemos fabricar lo que se demanda”, concluye. Es decir, anteponen su devoción —que es también su obligación— al beneficio que pueden obtener con el fruto de su trabajo, aunque ello implique pasar fatigas durante el resto del año. “Dios proveerá”.

“Las fotos que tomo las envío a mis amigos y a las cofradías”
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A sus cuarenta y cuatro años de edad, el jiennense Antonio Márquez Valenzuela aprovecha las horas que su trabajo como operario de limpieza le deja libre para dedicárselas a su mayor afición, que es también su pasión particular: la fotografía. Aunque no retrata únicamente la Semana Santa, confiesa que este tema es uno de sus preferidos. Comenzó a desarrollar su “hobby” hace siete u ocho años, cuando tuvo disponibilidad económica para adquirir un equipo con ciertas garantías de calidad. Y ahí sigue, al pie del cañón. “El Miércoles de Ceniza me crucé con el viacrucis de Jesús Preso cuando volvía del trabajo y, como no llevaba la cámara encima, utilicé el teléfono móvil”, atestigua Márquez. Una vez tomadas, las usa para difundirlas a través de las redes sociales, y si alguna hermandad le pide, no duda en facilitárselas, para sus boletines. “Las difundo para que nuestra cultura se conozca a través de internet, porque creo que Andalucía, sin su Semana Santa, no sería lo que es”, añade el fotógrafo aficionado. Su método de “trabajo” es sencillo: consulta la agenda cofrade y, en razón de su disponibilidad horaria y del acto en sí, escoge un destino para inmortalizarlo. Al respecto, reconoce que algunas cofradías son más asequibles que otras a la hora de facilitarle su labor. Los fines de semana, principalmente, son su “jornada laboral fotográfica”. Esos días no trabajo, y como hay más convocatorias por parte de las hermandades, puedo tomar muchas más fotografías”, apostilla. No obtiene beneficio económico alguno por las horas que le dedica a su afición, pero nadie le quita la satisfacción de ver sus instantáneas en un boletín cofrade o la alegría que le producen los “me gusta” con los que los internautas premian su entrega. “No aspiro a dedicarme profesionalmente a esto”, concluye Márquez. Prefiere la “libertad”.

“Voy a actos y cultos y me dedico al mantenimiento”
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Tiene sesenta y dos años y es cofrade de Nuestro Padre Jesús Nazareno desde hace treinta y cinco. Media vida. Cipriano Téllez Lendínez desempeña varias funciones en la hermandad carmelitana: es alférez en el servicio de Procesión y colaborador de Fabricanía, sección en la que se dedica al mantenimiento de electricidad y fontanería en el Camarín de Jesús. Aunque dice que su trabajo se extiende todo el año, reconoce que los días de Cuaresma se intensifica. “Hay que montar y desmontar los escenarios para el pregón y las presentaciones del cartel y el boletín, además de trasladar todos los enseres”. Téllez Lendínez, que no falta ni a un solo acto o culto convocado por la Hermandad del Abuelo, pasó la tarde noche del Miércoles de Ceniza inmerso en recolocar en el altar mayor del santuario de Nuestro Padre Jesús todo lo que, a causa de las obras, fue necesario ubicar en la capilla del Señor de los Descalzos. Es decir, que no para en su casa, una situación que su familia, vinculada “de toda la vida” a la devoción a El Abuelo, comprende. Cipriano Téllez afirma que si estos días son de mucha actividad, tanto el besapié como los actos propios de la Semana Santa requieren todavía algo más de esfuerzo. La procesión, en la que participa como responsable de tramo —toda la noche— no termina para él cuando el último trono accede al Camarín. Y es que, por si fuese poco, el reparto de claveles a los fieles y a las residencias de mayores es otro de sus campos de labor. Además, para que todo vuelva a la normalidad después del Viernes Santo, como componente de la Fabricanía participa en el desmontaje de pasos. Pese al esfuerzo que realiza, está feliz de colaborar con su hermandad, lo que le permite estar cerca de su imagen venerada, un privilegio que no todos los jiennenses pueden disfrutar.

“Es la mejor época para la venta, después de los Santos”
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Paqui Morales Pérez lleva dieciesete años al frente de la Floristería Pétalos, en la calle Campanas, una de las más cofrades de la ciudad, al lado de la Catedral y muy cerca de las diferentes casas de hermandad de los colectivos con sede canónica en el casco antiguo. Junto con su marido, Cristóbal, y sus dos hijos, Cristóbal y Moi, saca adelante un negocio que, en este tiempo de Cuaresma, recibe más visitas —y llamadas de teléfono— que durante el resto del año, aunque reconoce que la fiesta de los Santos y los Difuntos es la que se lleva la palma en cuanto a ventas. Aun así, asegura que no se puede quejar. “La cofradía que más nos pide flores es la de los Estudiantes, que está en La Merced, pero también trabajamos, por ejemplo, para la de Nuestro Padre Jesús Nazareno”, afirma Morales Pérez. Justifica la fidelidad de las hermandades a la hora de adquirir en su comercio los exornos florales de altares de culto, de actos y de los mismísimos tronos que salen en procesión por las calles jiennenses en que que vende “bueno, bonito y barato”. “Mantenemos los precios, y eso lo agradecen las cofradías”. Dice que los días en los que El Abuelo se encuentra expuesto para su besapié en el Camarín de Jesús son de los más activos. “La gente que pasa por la puerta camino de la iglesia y la que baja después de besarlo entra en la tienda y compra, aunque solo sea un clavel para dejárselo”. Y no solo los jiennenses. Paqui Morales asegura que muchas personas que adquieren flores en Pétalos es de fuera, que vuelve para ver a Jesús Nazareno, algo que la emociona mucho. Conmovida, no niega que cuando contempla los pasos en procesión por las calles de Jaén siente una enorme satisfacción al ver que están adornados con flores salidas de su establecimiento y, a veces, colocadas con sus propias manos.

“Hay clientes que piden las tapas que no tienen carne”
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Antonio Úbeda Martínez llegó al Bar Montana, en la antigua calle La Parra, hace veintidós años, por lo que conoce a la perfección al vecindario y el ambiente que cada festividad local genera en la zona en la que está situado el negocio. “En Cuaresma, como por aquí hay muchas cofradías, se nota el trasiego de gente que va y viene de las casas de hermandad, de reuniones y actos”, asegura, y añade: “Las ventas suben muchísimo ahora”. Por su ubicación, próxima a la Catedral y en pleno casco histórico, afirma que el Montana es punto de “visita obligada” estos días. “Gente de todas las edades sube y baja al Camarín de Jesús y entra a merendar, principalmente”, o a tormarse un aperitivo. Según Úbeda, incluso ha llegado a conocer a personas que vuelven cada año, puntualmente, para cumplir su cita con la imagen de su devoción, que en la mayoría de los casos es la de Nuestro Padre Jesús. En el bar, la Cuaresma implica apurar los horarios de apertura, aunque reconoce que los días de la Semana Santa es cuando el establecimiento se da “un baño de multitudes”. Por no hablar de la madrugada del Viernes Santo, que, prácticamente, no dan abasto. Por otra parte, Antonio Úbeda Martínez relata que algunas familias piden la bebida y la tapa y que, cuando se dan cuenta de que es viernes de vigilia, rectifican y optan por los platos que están elaborados sin carne, para guardar el respeto tradicional a una costumbre muy arraigada todavía en los hogares jiennenses.. “Lo malo es que, en ocasiones, se dan cuenta cuando ya se la han comido”, bromea uno de los gerentes del Bar Montana. Son tres trabajadores continuos —él mismo, Miguel y Juan— que, a partir de estas fechas cuaresmales, reciben un refuerzo, por lo que se convierten en uno o dos más, para atender debidamente a la parroquia que acude a su bar.