Fe para salir del dolor

Tal día como hoy, la provincia vivió una de sus mayores tragedias de tráfico. 29 personas perdieron la vida en el accidente del autobús que regresaba a Bailén desde Sierra Nevada

28 feb 2016 / 10:45 H.

“No preocuparos, no pasa nada, hemos chocado”. Francisco Sáez recuerda, hasta el más mínimo detalle, cómo fue aquella fatídica noche en la que la carretera se cobró la vida de 29 personas. Una noche que quedó grabada a fuego en el corazón de los bailenenses y en la memoria colectiva de los jiennenses. Es la mayor tragedia de tráfico vivida en la provincia y, todavía hoy, dos décadas después, el corazón se encoge al recordarlo. “Tanto para mí, como para mis compañeros testigos de Jehová, han sido veinte años muy duros. Ahora se lleva mejor, pero la herida está ahí, más cicatrizada que al principio, pero ahí”. Tenía, por aquel entonces, 44 años y tardó más de cuatro en empezar a asimilar lo que le había ocurrido. Hoy, al igual que Chelo Ramos —otra de las supervivientes— rompe dos décadas de silencio y, a través de las páginas de este periódico, recuerda un episodio de su vida que le hizo entender que el ser humano es capaz de soportar el dolor hasta límites insospechados. “Lo poco espanta, pero lo mucho amansa”.

Algunos ya estaban de pie y recogían sus mochilas. Se preparaban para bajarse, porque estaban a las puertas de casa. En el momento en que el turismo chocó frontalmente con el autobús —con 58 personas que regresaban de pasar el Día de Andalucía en Sierra Nevada—, Francisco Sáez fue de los primeros en levantarse e intentar tranquilizar a sus compañeros de congregación. La colisión se produjo en la antigua N-323, a cinco kilómetros de la entrada del municipio. “Chocar y prenderse la llama donde estaba el conductor, fue cuestión de segundos”, recuerda como si fuera una película. Se bajó del autobús —los primeros lo hicieron por la puerta delantera— y ayudó a otros a hacerlo. “Cuando salí, ya vi el autocar con las llamaradas de entre diez y doce metros de altura e intenté volver a entrar a por mis hijos. Me sujetaron y ya no pude. ¿Cómo me iba a presentar ante mi mujer sin mis hijos?”. En ese accidente, perdió a sus únicos descendientes, Manuel, de 17 años, y Magdalena, de 20, casada hacía apenas cinco meses. Su yerno también pereció esa noche.

“Antes de que me pasara todo esto, pensaba que la muerte de un hijo nunca se podría superar. Yo perdí a los dos ese día, y se supera. Los testigos de Jehová somos una piña en Bailén y eso fue fundamental para seguir adelante. Y lo hicimos sin ayuda de psicólogos ni nada. Mi mujer y yo nos quedamos totalmente solos, y aunque teníamos a nuestros hermanos espirituales, fue muy duro”. También se sintieron muy arropados por el pueblo de Bailén y por las autoridades, que se volcaron en mitigar ese eterno dolor. El funeral fue multitudinario. Francisco Sáez recuerda cómo llegaron autobuses con compañeros de congregación procedentes de Bilbao, Madrid, Zaragoza e, incluso, de Francia. Unas cinco mil personas acudieron. Y a esas hay que sumar las más de diez mil cartas y telegramas que mandaron. “Venía el cartero con sacas llenas y las vaciaba allí”. Muchas de ellas, las más destacadas, las han guardado e, incluso, han hecho una especie de libro. Chelo Ramos, por ejemplo, todavía conserva el telegrama de los Reyes de España.

Francisco Sáez, como sus compañeros de congregación, tienen una espina clavada. “Ahora hay muchos más controles en la carretera, de alcoholemia, de velocidad, de todo; más seguridad que hace veinte años. Si por aquel entonces hubiera existido ese temor a perder los puntos del carné, a que te puedan meter en la cárcel, a la penalización, quizás hoy no estaríamos hablando de esto”. Ellos no fueron de los que abanderaron causas ni lucharon por cambios de normativas, que los hubo; pero sí alertan, siempre que tienen ocasión, de los peligros de la carretera, de beber y coger el coche —las pruebas de toxicología indicaron que el conductor del turismo había ingerido alcohol—. Ellos, simplemente, se entregaron a su fe, la misma que le ha hecho soportable ese dolor. “El accidente fue un miércoles, el domingo, a las cuatro, el entierro, y a las seis acudimos a la reunión, porque hierro con hierro se aguza”, evoca. Los encuentros de los martes, viernes y domingo les sirvieron de terapia, lo mismo que salir a predicar. “Tuve que cerrar mi negocio y estuve cinco años sin trabajar. La fe nos ayudó mucho, porque nosotros creemos lo que la Biblia dice, que volverán a vivir otra vez. Nos es que nos agarremos a algo por desesperación, sino que lo creemos profundamente. La fe no te quita la pena, el llanto, la amargura, pero sí es un bálsamo para consolar el dolor de una tremenda herida”.

Veinte años después, los supervivientes de aquella trágica noche siguen siendo una piña. Lo serán esta tarde, cuando acudan a su cita de los domingos. No organizarán un recuerdo, ni un acto de conmemoración, nunca lo hicieron. Vivirán el día con la normalidad que te permite soñar cada noche con ese fatídico día.

A tres minutos de casa
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Una de las circunstancias que contribuye al dolor de este episodio es el lugar del accidente, el kilómetro cinco de la antigua N-323. Con el tiempo, Francisco Sáez volvió al sitio y cronometró cuánto quedaba para llegar a casa. A una media de 60 kilómetros por hora, más o menos, apenas quedaban tres minutos para alcanzar su destino. Poco queda, más allá de los restos, de la gasolinera en la que los servicios sanitarios atendieron a los familiares, compungidos por lo ocurrido. El guardia civil José Carrasco recuerda cómo el trabajador de la estación fue de los pocos testigos. Se sintió totalmente impotente ante el autobús en llamas y con su extintor en la mano, incapaz de apagar ese círculo de fuego.

Hemeroteca de uno de los sucesos más graves vividos en Andalucía
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El accidente del 28 de febrero de 1996 fue, en su momento, uno de los más graves de Andalucía en décadas y el quinto de ámbito nacional. Eran las nueve menos cuarto de la noche cuando un autobús con 58 personas regresaba a Bailén de un excursión en Sierra Nevada. En el kilómetro cinco de la antigua nacional N-323, muy cerca de la ciudad, ardió completamente como consecuencia de un choche frontal con un turismo. La tragedia se cebó con los niños. Una decena murió, la mayoría alumnos del colegio Virgen de Zocueca. El Ayuntamiento bailenense decretó tres días de luto y a la ceremonia religiosa acudió el entonces ministro de Transportes Josep Borrell y el presidente de la Junta Manuel Chaves. El Subsector de Tráfico de la Guardia Civil decía en su informe, recogido por Diario JAÉN, que el turismo invadió el carril contrario y provocó la colisión. La autopsia reveló 3,25 gramos de alcohol en sangre, cuando el máximo era de 0,8. De estos detalles, del complicado proceso de indenficación de las víctimas, del dolor de las familias y de la investigación, fue testigo el periódico que, de inmediato, se desplazó hasta el lugar del accidente para relatar al conjunto de la sociedad jiennense el suceso. También dio cuenta de los cambios normativos aprobados a raíz del accidente, como mejorar la seguridad de los autobuses.

“A las dos de la mañana fuimos conscientes de la gravedad”
José Carrasco |
Guardia civil encargado de las diligencias
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En febrero de 1996, José Carrasco Guillén acababa de ascender a sargento del Equipo de Atestados de la Guardia Civil, a la espera de destino. Fue el que, a las nueve menos cuarto de la noche, recibió el aviso, a través de la central de Tráfico, de que se había producido un accidente “bastante grave” en Bailén. Esa llamada marcó un antes y un después en su carrera profesional. Hoy, veinte años después, no es capaz de olvidarlo, ni ha vivido un caso tan trágico. Cuando llegó al lugar, con el equipo de Atestados y todas las unidades de Tráfico disponibles, el autobús todavía estaba en llamas. “No nos podíamos acercar, el calor que desprendía era muy fuerte”. Los Bomberos de Linares se afanaron en sus labores y, a las dos de la madrugada, ya enfriado, José Carrasco empezó a trabajar. “En ese momento, cuando nos acercamos al autocar y entramos, fui consciente de la gravedad. Fue cuando nos dimos cuenta de la magnitud”.

La confusión se apoderó, en parte, de la situación. Hubo gente que se llevó a heridos a los hospitales por su cuenta, mientras que a otros los trasladaron en ambulancia. Por eso, lo primero era sacar todos los cadáveres y contabilizar las víctimas mortales, heridas graves y leves. Para hacer esa relación y emitir un primer atestado —labor nada sencilla y sin los avances tecnológicos de hoy en día— estuvieron 24 horas sin dormir y, prácticamente, sin comer. Su labor estuvo, en todo momento, coordinada por el juez, Francisco Pérez Benegas. A las ocho de la tarde del día siguiente acabaron ese primer documento. Y, ahí, empezó un laborioso proceso de investigación que se prolongó hasta julio, cuando José Carrasco entregó informe técnico, de cerca de 500 folios, al Juzgado número 4 de Linares.

Para identificar a las víctimas, se solicitó la colaboración de la Unidad Científica de la Guardia Civil de Madrid, lo mismo que para la investigación. “No teníamos las técnicas de ahora y fue muy complicado. Prácticamente, íbamos con la máquina de escribir, nuestro escalímetro y flexicurva”. Se tomaron medidas, se analizaron los puntos de colisión y se hizo una reconstrucción del accidente con un autobús igual, que facilitó la propia empresa de transportes. Participó el grupo especializado de investigación de accidentes, que colaboró en determinar la velocidad a la que iban los vehículos en el momento del accidente. Entre lo que se hizo constar en el informe, las posibles causas para que el fuego se expandiese tan rápido. “A consecuencia del impacto, que fue brutal, se cree que hubo un incendio en el sistema de baterías, que estaba debajo del conductor. Las llamas se expandieron rápidamente, ayudadas por combustible como la moqueta o las cortinas”, relata.

José Carrasco no olvida, tampoco, el proceso de tomar declaración a los supervivientes. “Fue durísimo. Con nuestra máquina de escribir, iba a las casas o a los hospitales, y lo teníamos que revivir. Explicaron dónde estaban sentados, cómo lo vivieron”. Esa experiencia no la olvidará, por muchos accidentes que haya presenciado ya.

“Nunca se borrará esa imagen”
José Mariano Sanz |
Policía local en 1996
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Llegó de los primeros, no como policía, sino es su faceta de corresponsal de Diario JAÉN, en esa época. Estuvo allí antes, incluso, que el juez. Siempre pensó que se demoró por la necesidad de coger aire para hacer frente a lo que se le venía encima. “Ya no había llamas”, recuerda José Mariano Sanz, que nunca podrá borrar de su mente esa “masa de cuerpos” y la “fila de cajas”. “Ese día, no estaba de servicio, pero, a la mañana siguiente, todos los compañeros nos presentamos en el Ayuntamiento, había mucho que hacer”, relata. Una de las labores que tenía encomendada este bailenense fue estar en la Casa de la Cultura, con los familiares, que esperaban a recibir noticias del duro y complicado proceso de identificación de los cadáveres. Una pulsera, un anillo, una dentadura, cualquier pista era valiosísima. “Llegamos a ir a las casas y a los dentistas, incluso, con las placas dentales”. Duras fueron, también, las noches de guardia delante de las cámaras frigoríficas, apagándolas y encendiéndolas cada cierto tiempo para preservar la temperatura que mandaban los forenses. Pero si algo ha quedado grabado a fuego en su corazón es la “tranquilidad” con la que los afectados aguardaban las noticias, que llegaban con cuenta gotas. “Siempre lo he achacado a esa fe que tienen en la religión, que es lo que creo que fue lo que les hizo estar más serenos”.

“El alcalde tuvo gran entereza”
Bartolomé Cruz |
Concejal en 1996
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“Ha sido sorprendente ver su capacidad de asimilar, entender y darle sentido a la vida”. Bartolomé Cruz era portavoz del grupo AIB en 1996 y, posteriormente, alcalde durante ocho años. Desde la perspectiva que ofrece la barrera política, la vida del municipio siempre estará sesgada por el trágico acontecimiento. “Lo primero que hicimos todos los portavoces fue ponernos a disposición del alcalde, Antonio Gómez Huertas, para lo que necesitara”, evoca. Si difícil fue el papel de familiares, sanitarios y agentes que participaron en las labores, la del regidor —ya fallecido— tampoco se quedó atrás. Bartolomé Cruz recuerda que desde el primer minuto estuvo en el lugar del accidente y por sus manos pasaron muchas decisiones. “Estábamos tan sobrepasados hasta el punto de tener que buscar cámaras frigoríficas en las que depositar los cadáveres hasta su identificación”, recuerda. Por eso, significa la “entereza” con la que abordó el asunto Antonio Gómez. “Supo dar respuesta, con gran capacidad, aunque no pudo evitar emocionarse el funeral. Todos los que conformábamos la Corporación recordamos ese día, pero a Antonio se le quedó más”. Y si orgulloso está del por aquel entonces regidor, también de sus convecinos, que unieron sus voces en un susurro para mecer el eterno dolor de tantas familias.

“La vida dejó de tener color y pasó a blanco y negro”
Chelo Ramos |
Superviviente del accidente
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“Elisa, Antonio Juan, despertad, que tengo una onza de chocolate”. Son las últimas palabras que pudo decirles a sus sobrinos. No le dio tiempo a más. Vio saltar la chispa, prender las primeras llamas, tirar a su hijo de siete años fuera del autobús y ella saltó detrás. Nadie lo hizo después, fue la última. Fracciones de segundos sesgaron la vida de buena parte de su familia. Chelo Ramos puede decir que es una de las supervivientes del accidente, pero en aquella carretera se quebró el futuro de su hermano, sus dos cuñadas y cinco sobrinos. “La puerta de atrás no se abrió. Yo estaba justo en la barandilla y pude salir de un círculo ardiendo. Todavía no sé ni cómo”. En ese preciso instante, la vida dejó de ser en color, para pasar a blanco y negro.

Veinte años han transcurrido desde esa trágica noche, pero la relata como si fuera hoy, sin despistar secuencia alguna y con una entereza que hace que a uno se le ponga el vello de punta. Porque tras esa interminable noche vino un día, y otro, y después otro más. “En ese momento, no eres capaz de asumir qué ha pasado. Esperaba que, en cualquier momento, entraran por la puerta. He soñado cuarenta mil veces con ellos. Pero tuve y tengo que seguir viviendo. Y así lo hice”, asevera, con un pañuelo de papel escondido en la mano por si las fuerzas le flaquean.

No es una frase hecha, sino una realidad que duele como puñales. El lunes después del entierro, se puso sus gafas de sol, y sin poder frenar las lágrimas que corrían por sus mejillas, acudió a trabajar. No le quedaba opción. Divorciada, con un hijo de siete años y sus padres a su cargo. “Delante mía se presentaron dos caminos. O sacas la cabeza hacia arriba y tiras para adelante, o te hundes. Aquí no había otro camino”. Ese duro trayecto, que se prolonga durante veinte años, y los que queden, no lo recorrió sola. “La congregación es lo que me ayudó, y lo sigue haciendo”. Porque las circunstancias de la vida le hicieron pasar tragos duros, además del más cruel. “Yo vivía en el piso de arriba, y mi hermano en el de abajo. Tres días después, tuve que entrar a la casa, porque allí no quedó nadie. La tenía que desmontar y, eso, quien pueda, que lo pase”.

Las trabas que la vida le puso en el camino le forjaron un callo, que se endurece con el tiempo, pero que nunca deja de doler. “Me hice fuerte, porque hasta de las tragedias se saca algo positivo. Me convertí en una luchadora”. Ese espíritu lo llevó, cuatro años después, a volver a subirse a un autobús: “Qué suspiro daría que hasta el conductor me preguntó si me pasaba algo”.

Ella, como el resto de supervivientes, ha salido adelante por su fe y por la congregación de Testigo de Jehová. El equipo de psicólogos que pusieron a disposición de los familiares estuvo unas dos semanas acudiendo a las reuniones que mantenían. “Se marcharon, porque vieron que no los necesitábamos. Nosotros tenemos nuestras reuniones, como terapias de grupo, y entre todos hemos salido”, explica, orgullosa. “Nuestra fe y nuestra creencia en la Biblia nos ha hecho superar esta tragedia tan grande, de otra forma, no hubiéramos podido”. No se olvida del pueblo de Bailén, de las autoridades de aquel día y de todas las personas que ofrecieron su mano desde infinidad de rincones del mundo.