El tren del holocausto

07 ene 2018 / 11:21 H.

La reciente inauguración en Madrid de la exposición “Auschwitz” nos recuerda que no hace mucho, no tan lejos, queda ese vagón de los utilizados para el traslado de prisioneros junto a otros 600 objetos originales del campo de exterminio polaco que nos acercan a la realidad del holocausto y nos interrogan sobre la barbarie humana.
Si en 1946 Herman Göring se suicidó tomando cianuro tras ser condenado en los Juicios de Núremberg por dichos hechos, hace unas semanas el excomandante de las fuerzas croatas de Bosnia en la guerra civil de la antigua Yugoslavia, Slobodan Praljak hizo lo mismo tras ser juzgado por crímenes de guerra en el Tribunal Penal Internacional por la tortura, violación y muerte de 40 civiles.
Poco han cambiado las cosas en todos estos años. En aquel genocidio nazi once millones de personas (polacos, comunistas y otros izquierdistas, homosexuales, gitanos, discapacitados y prisioneros de guerra, y seis millones de judíos) fueron asesinados por el régimen. La decisión de emprender esa masacre fue tomada en 1941 y alcanzó su punto culminante en la primavera de 1942 con la utilización sistemática de las cámaras de gas. También fueron a sufrir a estos campos miles de españoles, fundamentalmente, republicanos huidos a Francia tras nuestra guerra civil. Precisamente, la existencia de estos acontecimientos fue uno de los motivos por los que en 1948 las Naciones Unidas aprobaran la “Declaración Universal de los Derechos Humanos”, base de la ideología de Amnistía Internacional. Sorprendentemente, el nacionalsocialismo pretendió vender estos campos como un lugar idílico. Para ello se realizaron todo tipo de maniobras de comunicación. Entre ellas, la filmación de un documental que, presuntamente, demostraba lo buena que era la vida en aquel gueto o, incluso, la divulgación constante de que la ciudad estaba regida por judíos. Así pues, el plan fue un rotundo éxito. Una ciudad de vacaciones para los judíos más adinerados. Ya decía Goebbels que una mentira dicha mil veces termina convirtiéndose en realidad, algo que no debemos olvidar en nuestros tiempos donde esta tan de moda la post-verdad.
Como decía uno de los personajes de la película “El huevo de la serpiente” de Bergman: Cualquiera puede ver el futuro. Es como un huevo de serpiente. A través de la fina membrana se puede distinguir un reptil ya formado.
Sin duda, una seria advertencia al mundo de los peligros de construir un futuro basado en el odio, el racismo, el antisemitismo y el desprecio infinito hacia otro ser humano. Cuando nuestros políticos y nuestros medios de comunicación fomentan prejuicios erróneos sobre la inmigración, el islam y, en general, contra los que no son como nosotros, están incubando el huevo de la serpiente. Porque los primeros signos de esa intolerancia ya están ahí.
En el informe de 2016 de la ONU sobre discriminación racial en España se detallaban 29 motivos de preocupación y recomendaciones. Los activistas de derechos humanos de este país no estamos de acuerdo y denostamos el holocausto que se llevó a cabo en la II Guerra Mundial. Como nos oponemos a todos los demás holocaustos que se han dado y se dan en el mundo. Ejemplo de ello es la actual persecución de los rohingyas. Pero también queremos denunciar a aquellos que con el apoyo a ideas estereotipadas provocan el miedo de los ciudadanos y los llevan al odio por lo diferente. Esa es la antesala de los campos de exterminio. Ese es el huevo venenoso de donde nacerá la barbarie.