Donde anochece a las cuatro

Rafael Valdivia Extremera nació en Valdepeñas de Jaén, vivió en La Puerta de Segura y Jaén y, desde hace diez años, reside en Vilna, la capital lituana, en la que se siente como en casa tras superar un duro periodo de adaptación

07 oct 2018 / 12:36 H.

Una ciudad a la que se entra por una puerta llamada de la Aurora tiene que ser bella sí o sí. Y vaya si lo es. Vilna, la capital de Lituania, posee un casco histórico tan hermoso que la Unesco no tuvo más remedio que declararlo Patrimonio de la Humanidad un ya lejano 1994. Allí, rodeado de historia y a tres mil kilómetros de distancia, vive actualmente Rafael Valdivia Extremera, un valdepeñero que, hace diez años, decidió y cambiar de aires y recaló en tierras lituanas. Muchos jiennenses recordarán a este comprometido exvecino del casco antiguo de aquí —llegó a ser vocal de la asociación Arco del Consuelo— gracias al comercio de alimentación que atendía con su padre en la calle Maestra, a un paso de la Plaza de Santa María, entre los años 1982 y 2008. Un trabajo que compaginaba con los estudios y que, eso sí, limitaba demasiado “sus ansias de volar”, como cantaba Nino Bravo: “No era lo que quería hacer toda mi vida, tenía el sueño de viajar y, quizás algún día, vivir una temporada en el extranjero”, recuerda Valdivia, para quien la llegada del verano suponía un pasaporte para conocer mundo.

Uno de aquellos viajes lo llevó, por vez primera, a Lituania en 2002, y tanto le gustó que se hizo asiduo a este país del norte de Europa: “En aquella época acababa de obtener su independencia, y era un destino exótico, poco conocido y muy barato; alquilar un buen apartamente en pleno centro durante un mes costaba lo mismo que otro piso semejante, una semana, en la Costa del Sol”, rememora el valdepeñero. Y lo que comenzó como una “aventura” acabó, seis años después, en “matrimonio: “En 2008 hice las maletas y me vine; en un principio solo tenía pensado que fuera medio año o un año a lo sumo, no me puedo creer que haga ya diez años desde que vine a vivir a esta bonita ciudad, ¡el tiempo vuela!, exclama. No fue una decisión fácil, asegura: “Un idioma dificilísimo, gente con otras costumbres y tradiciones, un clima terrible en invierno —he llegado a estar a veintisiete grados bajo cero—, poco sol —en invierno, a las cuatro de la tarde ya es de noche—, empezar de cero una nueva vida, buscar trabajo, hacer poco a poco amistades...”. Sin embargo, y pese a las dificultades, Rafael Valdivia mira hacia atrás y valora su decisión como “un éxito”: “Me adapté bien”, manifiesta, satisfecho.

Una vez en Vilna, encontrar un medio de vida no le resultó muy complicado, habida cuenta su formación académica en filología, y primero en academias, en clases particulares y más tarde en la Universidad, se abrió camino como docente: “Desde el punto de vista laboral me considero una persona afortunada, me gusta lo que hago”, y añade: “Cuando te viene una persona que solo sabe decir tres o cuatro palabras en español y, después de unas semanas, siente que puede ya comunicarse elementalmente, es algo muy gratificante”. Así transcurre el día a día de Rafael Valdivia en Vilna, entre alumnos e idiomas, contento de haber cumplido su sueño de viajero pero, eso sí, con el punto de nostalgia que acompaña al ser humano en cuanto pierde de vista el horizonte de su patria chica: “Echo de menos mi tierra, sobre todo la Semana Santa; he sido costalero de la Cofradía de la Buena Muerte veinte años, y cada Miércoles Santo me pongo triste y echo una lagrimita por no poder acompañar a mi Cristo Descendido. Vivo en la calle Maestra y, por supuesto, no poder ver pasar a mi querido Nuestro Padre Jesús bajo mi balcón, de madrugada, es duro, y hace que piense: “¡Qué diablos hago aquí, a tres mil kilómetros, lejos de casa!”. Volverá en Navidad, mucho más alegre que la última vez que pisó Jaén, el pasado mes de febrero, a despedir a su padre.

defensor del aceite

“Me enfada muchísimo cuando, en un supermercado, veo que el aceite de oliva virgen extra está a un precio y el de orujo, a veces está al mismo o incluso veinte céntimos más caro”, expresa, contrariado, Rafael Valdivia Extremera. Y es que, según el valdepeñero, los supermercados lituanos “abusan de la ignorancia que, en asuntos de aceite, padece la población de Lituania” y, de esta manera, “obtienen unos beneficios abusivos, al vender ambos productos al mismo precio”, relata. Y añade: “Eso me duele mucho, y a todos mis alumnos les explico las diferencias entre ambos, para que sepan diferenciarlos y que nos los estafen”. Valdivia pasó muchos años detrás de un mostrador, y conoce a la perfección el negocio de la venta de productos alimentarios. “Intento poner mi modesto granito de arena para expandir la cultura del aceite”, apostilla el docente.

un viajero “mediático”

La aventura de Rafael Valdivia en tierras de Lituania sorprendió a muchos de sus amigos y conocidos cuando, hace ya la friolera de ocho años, un programa de televisión autonómico, dedicado a contactar con andaluces desplazados a países de todo el mundo, desveló el nuevo destino europeo del jiennense, desconocido para gran parte de sus amistades: “Para mucha gente fue un impacto verme en la tele, pues algunos no sabían que me había marchado de Jaén”, recuerda el docente. Ahora, las páginas dominicales de Diario JAÉN constatan la felicidad de Valdivia Extremera con respecto a la decisión que tomó en su día, una valiente iniciativa que le ha permitido —además de ampliar miras y hacer amistades internacionales— acumular experiencia profesional como profesor de Español para extranjeros.

un hombre con las ideas muy claras que se administra perfectamente
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El protagonista del reportaje confiesa que, cuando llegó a tierras lituanas, lo hizo con “dos bazas muy importantes” a la hora de decidir quedarse a vivir en la capital del país: “Contaba con un piso de mi propiedad, que alquilé, y con ese dinero casi podía pagar un piso de lujo en el centro de Vilna”, detalla. Por otra parte, el docente reconoce que poseía “unos ahorros invertidos en bolsa”, cuyos dividendos le permitían “comer”: “Con el alquiler casi gratis y con ingresos extra suficientes para subsistir sin problemas, es bastante fácil abrirte camino los primeros años, que son los más difíciles”, asegura. Es un hombre de ideas claras, que ama a su tierra natal —en la fotografía, besa la bandera nacional en un acto celebrado en la Embajada de España— y que, aunque desea volver, es consciente de que no será a corto plazo. “He estado, durante ocho años, como ‘de tránsito’ en la lista de españoles residentes en Lituania; no quería darme de baja de Jaén por motivos sentimentales, incluso seguía votando por correo, pero finalmente tuve que hacerlo”, concluye.

con sus alumnos
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Confiesa que, para él, impartir clases de español a los lituanos que quieren aprender el idioma es muy gratificante, sobre todo cuando comprueba las evoluciones que experimentan. Valdivia está contento con el trabajo que realiza en Vilna, que le permite vivir sin estrecheces. En la foto, rodeado de alumnos, en la Universidad.

futbolero
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La visita de la selección española de fútbol a tierras lituanas es, siempre, una ocasión especial para los hispanos que viven en el país norteeuropeo. Así, “armados” de banderas rojigualdas, celebraron la llegada de los jugadores de la Roja Valdivia y un grupo de compatriotas, que formaron una auténtica “peña” en las gradas.

ratos divertidos
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La relación entre el profesor valdepeñero de Español y sus alumnos lituanos traspasa la frontera de las aulas de la Universidad de Vilna. Tanto es así que Valdivia no duda a la hora de divertirse con los estudiantes, como muestra la fotografía de la izquierda, tomada durante una “batalla de pin-ball” en la que aparecen uniformados.

amigos para siempre
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Sus amigos en Vilna son, principalmente, miembros de la colonia española residente en la capital lituana, aunque también se relaciona con hispanoamericanos y personas de otras nacionalidades. Afirma que con los Erasmus españoles no hace grandes amistades, por la diferencia de edad y porque, tras unos meses, dejan el país.