Descanso más que merecido

Los vecinos del residencial de Puente Jontoya pasan sus tardes en el parque del complejo, donde niños y mayores se divierten con distintas actividades, ya sea tomar el sol o hacer deporte

29 jul 2018 / 10:53 H.

Un paso a la derecha, otro a la izquierda, levanta los brazos y que no falte una sonrisa. Un grupo de chicos encontró en el parque del residencial de Puente Jontoya el mejor escenario para ensayar un musical para las fiestas. La concentración era máxima, en los momentos que no estaban riéndose o cambiando el sentido original por el que estaban allí. Al otro lado, en la pista deportiva, a unos jóvenes parecía no importarles que la pista aún desprendiese el calor de las horas más tempranas de la tarde y, con algunas gotas de sudor corriendo por su frente, jugaron un intenso partido de fútbol. Y fueran del equipo vencedor o perdedor tampoco importó, aún queda mucho de vacaciones por delante para tomarse una buena revancha en el campo de Puente Jontoya.

Así pasan las tardes en el complejo vecinal, donde muchos desearían que se parase el tiempo durante el verano. Pues esta época está marcada por los reencuentros familiares y las aventuras de las que los más pequeños presumirán durante el próximo curso. A pocos metros de la piscina, muchos jiennenses se repartían su tiempo entre chapuzón y tentempié. De hecho, el pequeño Manuel Chillarón (de un año de edad) no perdió bocado del táper de sandía que le preparó su madre, Carmen Núñez, para la merienda. “Llevo aquí toda mi vida, treinta y cuatro años que tengo. Quiero criar a mi hijo aquí”, asegura Núñez. Por su parte, su pareja, Manuel Chillarón (padre), declara: “En las tardes, como solo trabajamos hasta el mediodía, nos bajamos a la piscina, hacemos actividades deportivas (pin pon, pádel, tenis...) y juegos acuáticos. Por la noche, como tenemos el chiringuito, venimos y nos tomamos algo, vamos a cenar, nos entretenemos. La verdad es que a gusto estamos”. La llegada de su hijo hizo que esta pareja tuviera que cambiar, un poco, la forma en la que hasta ese momento se habían divertido o algunas de las actividades que hacía, pero apuntan que no les supone ningún problema, porque “también se disfruta” solo por verle a él pasárselo bien. “A él le encanta esto. Además, es más cómodo que la ciudad. Por aquí, tiene mucha más libertad, porque lo podemos dejar suelto. Esto allí no se puede hacer”, apunta Carmen Núñez, quien remarca que en el residencial hay niños de todas las edades que pueden jugar sin ningún peligro. Aunque que el pequeño Manuel saliera corriendo no era precisamente una preocupación para sus padres, pues lo único que interesaba en ese momento al niño era su sandía y, tal y como aseguran, la piscina grande tampoco era un peligro, ya que aunque su hijo solo sepa decir “agua”, dicen que solo se acerca por curiosidad. La piscina más bajita es otro cantar, porque en ella hace pie y ahí “le gusta más jugar”.

Al otro lado, un par de vecinas se apañaron con sus hamacas y unas pamelas. El sol ya no pegaba tan fuerte en el parque, así que era el momento perfecto para salir y tomar el sol para coger un poco de bronceado que, con suerte, se mantenga hasta bien entrado el invierno. La charla estaba asegurada, aunque por si acaso se quedaban sin tema de conversación, fueron equipadas con las mejores armas contra el aburrimiento: un libro y un periódico. En el otro extremo, un grupo de chavales se decidió por algo un poco más lúdico, las siempre recurrentes cartas como juego de mesa (en este caso, más bien “toalla”). Un divertimento que siempre se adapta perfectamente a una tarde de piscina.

Pero no todo fue tumbarse en el césped. No había niño en el residencial que no tuviera los dedos de las manos arrugados por pasar demasiado tiempo en el agua. La picardía también entró en juego en esta zona, pues una niña encontró como principal forma de diversión salpicar a una de sus amigas que estaba en el filo de la piscina mientras esta lo único que pudo hacer fue resignarse. Ya era demasiado tarde para evitar que su compañera la volviera a empapar. Mientras tanto, una madre y su hija protagonizaban una escena más tranquila al otro lado de la piscina. Junto con un flotador, esta mujer enseñaba a su hija a nadar. Algo que va a necesitar si, unos años más tarde, quiere pasar a la piscina de los “mayores”, donde se encontraba el resto de vecinos, testigos de cada uno de estos momentos.